Para no pocos jóvenes, quizá la referencia más cercana que han tenido del narrador, poeta, ensayista, dramaturgo y crítico, Antón Arrufat, sea la reciente puesta en escena de Los siete contra Tebas, y el hecho de haberse acercado a esta obra del Premio Nacional de Literatura 2000, les descubrió a un escritor cuyo nombre está entre los imprescindibles de las letras cubanas, de quien ahora tienen a su disposición casi una decena de títulos, aprovechando que a él y a Graziella Pogolotti está dedicada la 17 Feria Internacional del Libro.
«En verdad, confiesa Antón a Juventud Rebelde, quise publicar 11 libros durante la Feria, pero no pude terminar. Así y todo, recupero dos: ¿Qué harás después de mí?, publicado hace más de 20 años y donde recogí mis primeros cuentos; y De las pequeñas cosas, igualmente impreso hace más de dos décadas. Está también Los privilegios del deseo, otro libro de cuentos, pero estos en su mayoría —solo uno fue publicado entre nosotros— son inéditos. Me ilusiona pensar que esos cuentos, los más recientes que he escrito, no me han quedado mal. Ojalá el lector los tolere como yo los tolero», espera el autor de El envés de la trama, Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2005.
«Sigue un libro de ensayos, artículos y críticas teatrales, La manzana y la flecha, que nunca antes fueron recogidos en libro. Los jóvenes consideran uno de mis mejores libros Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud, que ahora reaparece con más de 40 piezas nuevas incorporadas a esta cuarta edición, la segunda en Cuba. Libro de fragmentos, sentencias, pequeños relatos, a los que llamo ficción súbita. Otros dos se imprimieron en Matanzas, Las máscaras de Talía, un estudio sobre La Avellaneda, y un tomito cosido y hecho a mano por Ediciones Vigía, con algunos poemas inéditos, al que he llamado Manual para inexpertos», ahonda Arrufat, quien de niño jugaba con su hermana al teatro, pero que finalmente se decidió por la literatura, «porque escribir es mi mejor actuación».
Huérfano desde los 17 años, Antón ha contado en varias ocasiones que en su casa nadie leía, y que a su padre le gustaba el teatro, por eso lo llevaba a ver zarzuelas españolas, pero su madre no leyó nunca un libro, aunque «me regaló uno un día de mi cumpleaños». Y no obstante, Arrufat se convirtió en un escritor notable, aunque empezó a leer tarde; era miope y su familia no se había percatado de ello. En lo adelante, la lectura ha sido esencial para su vida.
«Después que aprendí a leer nací por segunda vez. No hubo para mí una vida mejor que viajar sin salir de casa, que conocer a mucha gente interesante sin necesidad de ser presentado, que aprender a juzgar a los seres reales mediante la superposición de personajes imaginarios que viven en las páginas de un libro».
Así, Antón se fue acercando a la gente que leía. «Tuve un amigo que tenía un puesto de libros. Sobre una mesa ponía los libros que se vendían a 20 centavos. Estaba estudiando lo que en aquella época se llamaba el bachillerato, en el Instituto de La Habana. Mi amigo halaba como un cajón de bacalao y allí nos sentábamos tranquilamente a conversar sobre libros».
Después, con el tiempo, se graduó en la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana pero, según ha manifestado, guardó el título en una gaveta, a pesar de que reconoce que estos estudios le permitieron organizar ciertos conocimientos previos que tenía dispersos.
En 1962 apareció su primer libro, En claro, donde publica sus poemas de adolescente. Después escribiría narrativa, teatro y ensayo, pero afirma no sentirse cómodo con ninguno de estos géneros. «Escribo con dificultad y despacio. Un párrafo cada día, después de varias horas de trabajo. A ciertos amigos, buenos lectores, les he confiado que la poesía, la más díscola de las formas del tiempo, es mi centro irradiante: todas mis páginas salen de ella, y a veces no vuelven, y se quedan frustradas».
Elegido una y otra vez por los jurados, Antón asegura que para no «creerse cosas», «lo mejor es desconfiar». Para el autor de La caja está cerrada lo más terrible es no poder sentarse a trabajar, a escribir. Por eso ahora mismo se encuentra inmerso en un nuevo proyecto, la novela Cambio de escala, la cual, según confiesa, está entre las mejores cosas que ha escrito dentro de la narrativa, y cuyo personaje principal es un escritor viejo «que no tiene nada que ver conmigo», aclara.
Se place en escribir a mano sus poemas, y a máquina los artículos, novelas, ensayos..., y se autodefine como un escritor experimental, lo cual significa una eterna camisa de fuerza, pero lo acepta con agrado. «Sin una camisa de fuerza no se puede hacer nada en el arte. Todo poema tiene sus límites, sus rigores. La libertad de un autor nace a partir de su aceptación de las limitaciones. En la cárcel del soneto un poeta puede ser libre. Es decir, experimentar».
El ensayo, como cualquiera otra, es para él una forma expresiva experimental. «Mis ensayos, los que valen la pena, experimentan con la epístola, el diálogo, los cambios de las personas del verbo, están escritos en “tú” o en “él”. Concebidos tras largas investigaciones y comprobaciones, fechas, citas, luego fueron soñados. En ellos también aparecen mis fantasías».
Tiempo atrás Antón aseguraba que a él le interesaba, tras reconocer que está en una tradición, combatirla. Y enfatizaba: «No me interesa seguirla; me interesa negarla...». A la vuelta de los años, cuando se le interroga si lo había logrado, responde: «El autor que vale la pena es un negador de lo que le ha precedido, y a la vez, y extrañamente, un afirmador de ciertas partes de ese pasado. Ignoro si lo he conseguido: escribir es hacerse muchas ilusiones».