En su libro Los dos Borges, Volodia Teitelboim (l916-2008), el intelectual chileno amigo de Cuba, recientemente fallecido, llamó a Borges (1899-1986) «un fabricante de sueños y delirios», al referirse a la relación de este con el amor, y es que el poeta, narrador y crítico argentino que escribió el hermoso poema El enamorado fue, en su relación con Eros y las mujeres, un eterno soñador de imposibles.
Muchos biógrafos y estudiosos de su obra coinciden en la afirmación de que en la personalidad del bonaerense existió desde su adolescencia una especie de fobia al acto sexual, a la cúpula, a tal punto que le era irresistible el recuerdo de sus propios padres en esa unión.
No obstante, Emir Rodríguez Monegal, considera que el joven Borges sí tuvo una temprana iniciación, y que tuvo lugar en Ginebra. Él sitúa una de las anécdotas de su narración El otro como un hecho real, cuando el joven al encontrarse con su otro yo envejecido recuerda una plaza ginebrina y hechos emocionales ocurridos allí. En esta narración también aparece la crítica del joven hacia un traductor que ha eliminado de Las mil y una noches las escenas eróticas. Este libro, escondido junto con otro que narraba las costumbres amatorias de los pueblos balcánicos, es un indicador de la preocupación del autor, en cierta medida, por esos temas. El joven llamó la traducción del clásico de la literatura árabe como una «enciclopedia de la evasión».
De cualquier forma, el amor en Borges aparece siempre vinculado a la literatura, y sus novias eternas lo fueron sus amigas escritoras. Estela Canto publicó en 1990 Borges a contra luz, donde dio a conocer las cartas de amor que escribiera para ella, a quien imaginó «siempre de perfil», durante los años de su amistad amor. Fueron amigos desde los 45 a los 52 años de él, tiempo en el que mantuvo una lucha entre intelectual y tortuosa por el amor de la mujer cercana, «la lucha por el amor es la realidad más fantástica».
Estoy en Buenos Aires, te veré esta noche, te veré mañana, sé que seremos felices, juntos (felices deslizándonos y a veces sin palabras y gloriosamente tontos) y ya siento el dolor corporal de estar separado de ti por ríos, por ciudades, por matas de hierba, por circunstancias, por los días y las noches.
Estas son, lo prometo, las últimas líneas que me permitiré en este sentido, no volveré a entregarme a la piedad por mí mismo. Querido amor, te amo, te deseo toda la dicha, un vasto, complejo y entretejido futuro de felicidad yace ante nosotros. Escribo como algún horrible poeta prosista, no me atrevo a releer esta lamentable tarjeta postal. Estela, Estela Canto, cuando leas esto estaré terminando el cuento que te prometí, el primero de una larga serie.
Tuyo, Georgie.
María Esther Vázquez, quien le había enseñado la letra de la canción Ojos verdes, en su biografía sobre el autor habla de un hombre enamorado que es compulsivo, que llama al día varias veces por teléfono, y que desarrollaba un asedio que no da tregua. «Era apasionado y todo el tiempo pedía disculpas por molestar». Ella lo acompañó a Europa en 1964, la familia y los amigos pensaron que se casarían. Manuel Mojica Lainez le hizo un comentario irónico. «Y para cuando esos confites, si no te apuras él no llega».
El propio Borges declaró para El escarabajo de Oro en 1967: Con cierta tristeza, descubro que toda mi vida la he pasado pensando en una u otra mujer. He creído ver países, ciudades, pero siempre ha habido alguna mujer estorbando mis visiones».
En mayo de 1974 la revista argentina Crisis publicó una entrevista que le hiciera María Ester Gilio con el título Yo quisiera ser el hombre invisible:
—Yo no sé cuál es el color de la ropa que llevo. Por ejemplo me ha sucedido estar enamorado de una mujer, muy enamorado..., y no poder imaginármela bien. Imagino el ambiente de ella, la felicidad de estar con ella. Eso sí lo imagino.
Su gran amigo y colaborador, Adolfo Bioy Casares (1914-1999), quien le conociera más que nadie, lo precisa como «un eterno enamoradizo». Nora Pupo lo ve como un enamorado que «en lugar de decir, prefería insinuar».
Como quiera que la vida de un hombre también se define por sus sueños, es el sueño del amor lo que hace de Jorge Luis Borges el eterno enamorado, el ser humano que prefería las metáforas esenciales y entre ellas esta de uno de sus poetas preferidos Chesterton:
Si no me hubieran dicho qué era el amor, / hubiera dicho que era una espada desnuda.
María Kodama, la mujer que le dedicó importantes años de su vida, escribió para él una última carta de amor, una edición póstuma en 1987 para la Fundación Banco de Boston.
Ella, la viuda entonces, pone en boca de él una esperanza. «En un atardecer le oí decir: María, cuántos años me hizo esperar».
Y en sus notas biográficas, publicadas por La opinión con el título Las memorias de Borges, en el propio epílogo él confiesa sus deseos de amor, una esperanza, una canción: «Lo que busco ahora es paz, el placer del pensamiento y la amistad, y aunque sea demasiado ambicioso: una sensación de amar y ser amado».
Un anhelo común para los amantes de la belleza, un anhelo de cualquier hombre o mujer sobre la tierra. Tener el amor y ser su sueño.
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me enceguece.
Me duele una mujer en todo el cuerpo*.
* Poema El amenazado, de Jorge Luis Borges.