La historia del cine ostenta elocuentes alegatos contra la pena capital. Los cinéfilos recuerdan algunos colocados entre los mejores filmes de su época, como la norteamericana Dead Man Walking, la polaca No matarás y la española El verdugo, entre decenas de otras producciones consagradas, por lo regular, a condenar la existencia de la pena de muerte, en nombre de las víctimas, del perdón, del arrepentimiento, o de la posible regeneración moral de los criminales.
La británica The last hangman, reciente estreno en el circuito principal con el título de Pierrepoint, el verdugo (2006, Adrian Shergold), se adiciona a la larga lista de testimonios cinematográficos adversos a la pena de muerte, pero se coloca en el punto de vista de quien se gana la vida ejecutando a otros. Es decir, que aquí el propósito se invierte, y en vez de indagar en los miedos, confusiones y pesadumbres de los condenados, se prefiere indagar en el mundo íntimo, en la rústica e incluso fútil concepción del mundo de la persona que, por oficio, se encarga de ultimar a los reos.
Basada en recortes de prensa, y en la recreación del complejo y hostil panorama sociopolítico en la Gran Bretaña de la segunda posguerra, Pierrepoint, el verdugo explora simultáneamente los efectos psicológicos demoledores de la pena capital, tanto en las víctimas como en el verdugo. Valga aclarar que en ninguno de los pasajes del filme, sus hacedores apuestan por la altisonancia ni por el oportunismo que implica un gran tema de ribetes altamente polémicos y sensibles, y el tono es siempre bajo, confesional, intimista, pausado y, por momentos exasperante. Y no es que uno le solicite, obligatoriamente, melodrama o determinada agilidad en el ritmo narrativo para afrontar asuntos y personajes tan cargados de gravedad, pero a los realizadores de la película se les va la mano con la morosidad y reforzaron hasta el paroxismo un cierto carácter contemplativo y anodino de ciertas situaciones y personajes.
Uno de los mayores aciertos del filme consiste en que «el gran tema» es servido por personajes absolutamente promedio, gente para nada extraordinaria, ni mucho menos aficionada a las dudas existenciales y los conflictos filosóficos. El contraste entre la gravedad del asunto abordado y la cierta ligereza —incluso grosería de los personajes en conflicto—, le aporta un elemento de novedad a un filme colmado de sutiles detalles que hacen más coherente la llamada anagnórisis (momento en que el héroe —aquí antihéroe por excelencia— reconoce su conflicto).
La lobreguez del tema es paliada en alguna medida por el interés del relato y de los personajes, la riqueza de la dirección de arte, y del guión, para trasmitir el espíritu de la época (el guión de Jeff Pope y Bob Mills se apoya en una historia real y en personas que existieron) y por la actuación protagónica, casi siempre ajustada, precisa y contundente, de Timothy Spall, quien ha construido singular galería de personajes secundarios malvados o vulgares (Secretos y mentiras), pero se demuestra en este filme perfectamente capaz de asumir la cabeza del cartel, y de permitirnos comprender este ser humano complejo y sus trágicos momentos de iluminación.
Producida por Granada Television (que tantos memorables espacios de la pequeña pantalla nos entregara en los años 70 y 80) y clasificable dentro del género del drama retro-biográfico, pues el filme relata buena parte de la historia de Albert Pierrepoint, el último hombre ejecutor de la horca en Gran Bretaña, en los años 30 del siglo XXrelata buena parte de la historia de Albert Pierrepoint, el último hombre ejecutor de la horca en Gran Bretaña, en los años 30 del siglo XX, Pierrepoint, el verdugo viene a demostrarnos, más allá de sus premisas temáticas y formales, que no es preciso el desembolso millonario para construir una película de época caracterizada por el verismo, la capacidad de emocionar al espectador y la irrefutable calidad en la mayoría de sus aspectos formales. Esto ya lo sabíamos, pues el cine cubano, y otros, tienen algunas notables experiencias al respecto, pero siempre estimula saber que pueden existir películas como esta, baratas y valiosas, sencillas y correctas, aunque aclaro que no se trata, para nada, de una obra maestra ni tampoco de un filme inspirador u optimista. Me refiero a virtudes extradiegéticas, es decir, aquellas que trascienden el mundo de la historia que la película relata y pone en escena. Es una película digna de verse por muchos factores que trascienden los valores netamente cinematográficos, y ello es más de lo que usualmente puede decirse entre tanta nadería yanqui que inunda las pantallas grandes y pequeñas.