Margarita Mateo Palmer hubiera podido sentarse a esperar los elogios y a vivir de la gloria, después que le entregara a Letras Cubanas su texto Ella escribía poscrítica, así de rotundo es este libro de ensayo que no aparece «ni en los centros espirituales». Pero esta notable intelectual es de las que no se conforman con lo logrado. Es más, esta mujer, una de las voces más preclaras de la ensayística cubana, no deja de superarse a sí misma, como lo demostró con Paradiso: la aventura mítica, título con el cual obtuvo, en el 2002, el codiciado Premio Alejo Carpentier, hazaña que vuelve a repetir ahora con Desde los blancos manicomios.
—¿Por qué un hospital psiquiátrico como escenario para una primera novela? ¿Qué la hace ser una novela no tradicional?
—El espacio de los manicomios y los hospitales psiquiátricos —denominado por Foucault «heterotopía de la desviación»— ha sido recreado con bastante frecuencia por la tradición literaria. En ese mundo de la demencia suelen potenciarse algunos conflictos, traumas, delirios del ser humano y de la sociedad donde estos se desarrollan. La locura ha sido una enfermedad que siempre ha contado con un cierto prestigio literario y no debe olvidarse que, detrás de la máscara aparente de la sinrazón, pueden esconderse no pocas verdades. Baste recordar esa obra maravillosa que es Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam. Pero te confieso que no fueron estos motivos los que influyeron en mí, sino una necesidad de expresar —y de paso liberarme— de algunos demonios que me acosaban, especialmente de índole literaria, creativa.
«Creo que la novela es poco convencional porque guarda mucha relación con el género que tradicionalmente he trabajado, el ensayo académico —que a veces no deja mucho espacio a lo creativo—, y eso hace que la trama no se perfile con toda la nitidez que quizá espera un lector convencional. Por otra parte, hay muchos juegos intertextuales —comenzando por el nombre mismo de la protagonista— que pueden pasar inadvertidos. Espero, sin embargo, que la novela pueda resultar interesante para un lector que prescinda de esas claves».
—De Desde los blancos manicomios ha dicho: «ha tenido la buena suerte que se requiere para ganar cualquier concurso, donde siempre hay tantos elementos azarosos en juego», sin embargo, usted ha sido una autora multipremiada...
—Creo que he sido muy afortunada porque —insisto—, hay una buena dosis de azar detrás de cada premio. También, desde luego, detrás de cada libro mío hay muchas horas de trabajo, esfuerzo personal y dedicación. Pero pienso que no hay que desanimarse cuando no se obtienen los reconocimientos esperados en concursos literarios. Por poner solo un ejemplo, una obra como Las venas abiertas de América Latina no obtuvo premio en el concurso Casa de las Américas, sino mención. Nadie recuerda hoy el libro que obtuvo el premio, mientras que el texto de Eduardo Galeano se ha convertido en un clásico de la ensayística latinoamericana.
—Hasta no hace mucho, se consideraba «una investigadora que escribía, con mayor o menor tino, sus reflexiones». ¿Ha cambiado en algo esa visión después de Desde los blancos manicomios?
—Esta visión comenzó a cambiar a partir de Ella escribía poscrítica y de los otros libros de ensayo que obtuvieron distintos reconocimientos y una buena acogida. Aún así, me costaba trabajo reconocerme como escritora. Después de haber escrito esta novela, es decir, después de haberme zambullido en el mundo de la ficción, creo que ya no me quedan dudas.
—En diciembre de 2007 se hablaba de El palacio del pavo real: el viaje mítico, que estaba por salir de la imprenta...
—El libro, que fue Premio UNEAC de ensayo en 2007 acaba de salir de la imprenta. Hace dos días que lo vi y quedé muy satisfecha. Aún no está a la venta pues no se ha hecho la presentación. Es un largo ensayo sobre la novela El palacio del pavo real, de un excelente autor guyanés, Wilson Harris. Su novela, que guarda algunas semejanzas con la obra de Juan Rulfo y con el denominado realismo mágico, es un clásico de la literatura caribeña del siglo XX. Mi análisis intenta desentrañar las claves mitológicas que intervienen en la elaboración del texto, en particular las relacionadas con el viaje del héroe del relato y sus acompañantes, viaje que en la obra adquiere dimensiones míticas.
—Como escritora, ¿siente alguna «presión» por encontrarse dentro de la Academia?
—Siempre he estado vinculada, de un modo u otro, con el mundo académico en mi condición de profesora universitaria, y he aprendido a sobrellevar esas presiones. Claro, ser miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, ocupar un sillón dentro de la misma, tener un pectoral con la letra uve (que fue la que me correspondió), no deja de ser una responsabilidad que, ciertamente, ejerce mayor presión sobre uno. De cualquier forma, trato de que el rigor y las exigencias de ese mundo no me inhiban e interfieran con la libertad creadora.
—Si Ella escribía poscrítica hubiera nacido fuera del período especial, ¿habría sido un libro diferente?
—Absolutamente. Si no hubiera sido por la enorme presión que ejercía sobre mí en esos momentos el mundo de la cotidianidad —una cotidianidad asumida prácticamente en términos de supervivencia— creo que las partes testimoniales y de ficción nunca hubieran entrado a formar parte del largo ensayo que entonces escribía sobre la literatura cubana y la posmodernidad. Pero la fuerza de ese mundo que se desarrollaba de modo paralelo a la escritura fue tan fuerte que no pude sustraerme, afortunadamente, a la necesidad de expresarlo.
—Como regla, no es común que los jóvenes se interesen por el ensayo y, no obstante, Ella escribía..., en sus dos ediciones, fue muy bien recibido entre estos. ¿Cómo lo explica?
—Para mí fue una sorpresa, como lo ha seguido siendo con el transcurrir del tiempo, que muchachos que eran niños cuando se escribió el libro, lo lean actualmente con tanto interés. Pienso que la misma forma de Ella escribía poscrítica, que incluye y dialoga con la ficción, su tono desenfadado y lúdico, pueden haber contribuido a ello.
—Con una obra sólida como ensayista, pudiera dedicarse, esencialmente, a escribir su obra, pero persiste en continuar en la docencia. ¿Por qué?
—La idea de dedicarme solamente a la escritura no deja de ser tentadora. Sin embargo, el magisterio, que ha sido mi labor profesional esencial, me sigue alimentando espiritualmente en más de un sentido. Disfruto el diálogo con los estudiantes y la posibilidad de compartir con ellos el conocimiento alcanzado en tantos años de lecturas y de reflexión sobre ciertos temas. La relación con mis alumnos me enriquece y, de algún modo, impulsa mi escritura.
—¿Qué sucedió con la Maggie que iba a ser trovadora?
—La Maggie que iba a ser trovadora fue desplazada por la Maggie que quiso ser profesora. Esta última la alejó de los ambientes trovadorescos, sacó de circulación algunos discos y hasta colgó la guitarra de un clavo en la pared. La que iba a ser trovadora se conformó con seguir amando secretamente las canciones de la trova, tararearlas cuando la profesora andaba distraída y escribir sobre esa corriente de la música cubana.