Siempre he agradecido al destino el haberme regalado los mejores amigos del mundo. Uno de mis inolvidables fue Bernardo Figueredo Antúnez. Yo tenía treinta y un años cuando lo conocí, y él pasaba de los noventa. Su padre, Fernando, autor de La Revolución de Yara, era amigo de Martí. A petición del Maestro, siendo un muchacho, lo acompañó durante el viaje que este emprendió por el sur de Estados Unidos. Todos los originales martianos a máquina que se conservan fueron tecleados por aquel muchacho.
Me contó que Martí pronunciaba «como los colombianos, alargando discretamente las enes finales».
Recuerda que sus padres eran españoles, que había vivido en España, en Venezuela, en México, en Guatemala, y luego, muchos años en Estados Unidos. Los acentos escuchados, sin dudas, debieron haber afectado su pronunciación... discretamente, como aclaró Figueredo.
Desde hace poco tiempo, ha aparecido una extraña pronunciación; ha sido adoptada por algunos —me apena tener que aclarar: «por algunas». Las mujeres siempre hemos sido muy noveleras— sin ninguna discreción. Sostienen la n final de sílabas y de palabras, se aferran a ella hasta la desesperación... del interlocutor, del oyente, del televidente. A veces temo que la lengua se les quede pegada al cielo de la boca. Es algo así como: «atiennnndannnn, dicennnn que ciennnnto sesennnnta y unnnn pannnndas murieronnnn el dominnnngo en Cantón». Es un ejemplo alucinante que he inventado, no hubo tantos osos muertos, por suerte, este fin de semana en China.
Con perdón de las que se han abrazado apasionadamente a la moda del mugido, cuando las oigo, no puedo evitar el pensar en un rebaño de reses.
Fíjate bien, y verás que no exagero. ¿Creerán que les queda bien, que resulta elegante? ¡Ay, madre mía!
LA RESPUESTA DE HOY
Un médico psiquiatra, el doctor Carlos Acosta, desde Plaza, critica el uso de «ya» en casos como: «Eso es ya». A mí tampoco me gusta mucho. Además del error de emplear tal adverbio en casos como este, me parece descubrir en ello un matiz de autoridad, algo semejante a: «Esto lo quiero para ayer»; pero en boca de los jóvenes no queda mal, siempre que se limiten a un espacio estrecho.