Foto: Cortesía del entrevistado Además de haber sido uno de los articulistas cubanos más recomendables para un estudiante de Periodismo, por la manera tan fluida y armoniosa con que ejercía su estilo, Joaquín G. Santana también cultivó una parcela de creación narrativa y poética que sería pertinente revisitar o descubrir.
Él fue amigo de tres cumbres de la poesía cubana del siglo XX: Nicolás Guillén, Manuel Navarro Luna y Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí). Acompañó a Naborí durante décadas, y en un artículo escribió que Navarro Luna le expresó en cierta ocasión que junto al decimista «podía disfrutarse del privilegio de tocar la entraña cultural del país». En torno a nuestro Poeta Nacional compuso algunas de las líneas más sensibles que se hayan escrito sobre su perfil humano.
—¿Qué resultó lo más provechoso, en cada caso, de tan espléndido contacto?
—A esas tres cumbres que relacionas te ruego agregar a Raúl Ferrer, de intensidad menor cuantitativamente, pero poeta ciento por ciento. Raúl me hizo marxista. Por él, y algunos otros, encaré riesgos y me involucré en desafíos al régimen dictatorial.
«Del permanente contacto con su cubanía, lo más provechoso fueron los vínculos que me procuró con los otros tres. Gracias a Raúl llegué a Navarro, y de la mano de Navarro conocí a Guillén y a Naborí.
«Navarro me ofreció abrigo literario y solidaridad. Gracias a él rocé, con el alma en vilo, a Pablo de la Torriente Brau y a Martínez Villena, que fueron sus amigos y coetáneos. Navarro me hablaba de ellos como si la muerte no los hubiese silenciado.
«A través de él, te confieso, yo dialogaba con aquellos sublimes cubanos. Si hablo de Naborí, hablo de mi hermano, mi sangre, una amistad compartida sin remiendos ni mataduras. El guajiro más culto del planeta. Daba gusto escucharlo cantar punto cubano. «Mi encuentro con Guillén fue lo mejor que pudo ocurrirme. Yo era su amigo, no su secretario, y eso cambiaba la correlación entre nosotros. Intercambiábamos criterios, preferencias, recelos y confesiones. Algunos han creído que yo lo asistía en su ancianidad para evitarle una caída eventual a causa de sus años.
«Se equivocan. Quien asistía al joven que era yo, y solía acompañarlo, era el Poeta. El me auxiliaba a mí. Me fortalecía el espíritu viéndolo batallar con sus limitaciones físicas. Puedes creerlo: hubo momentos en que yo, con 36 años menos, me quedaba atrás, a la derecha suya, cuestionando conceptos que él aplaudía por novedosos y rebeldes.
«No he conocido a otro escritor más abierto y menos ortodoxo que Nicolás Guillén. Era magnífico como persona. ¿Qué más? Algo esencial para mí al desandar la vida: gracias a Nicolás conocí personalmente a casi todos los grandes escritores de la época.
—La lírica amorosa de Joaquín G. Santana porta un hálito clásico...
—Algunos amigos me comentan: «La poesía amorosa cubana de nuestros días no anda muy bien. Sus extremos preocupan, provocan pavor en quien la desea atractiva y poderosa». Yo veo el paisaje con más serenidad y esperanza.
«Como siempre, algunas figuras de otros tiempos se sostienen con mucha razón (Carilda Oliver Labra, por ejemplo), regalando magisterio y perseverancia. De los poetas de mi generación, varios de gran obra han muerto: Roberto Branly, Fayad Jamís, Luis Suardíaz, Cos Causse...
—Para los jóvenes que en la actualidad se interesen por su obra narrativa, la cual contempla novelas como Recuerdos de la Calle Magnolia, Nocturno de la bestia, Son de la loma, La revancha de Villacumbancha, Nocturno de la haitiana o Agente Castor, ¿hay alguna buena nueva en materia de reimpresión?
—Algún día vendrá un editor y, por curiosidad, preguntará: «Quién era éste que mucha gente leyó en los 70 y los 80 del siglo XX?». Ya no estaré en condiciones de escuchar la respuesta.
«Pero tal vez para esa fecha contemos con editores más sagaces. Yo fui editor. Conozco el oficio por dentro. Hay autores que se ponen de moda y los editores malos se abrazan a ellos como la hiedra al paredón abandonado. Tiempo al tiempo».
—Hoy, cuando el discurso hegemónico del imperio se recrudece, ¿cuál considera la misión primordial del periodista?
—A mi modo de ver, la misión primordial de este profesional, en la actualidad lo mismo que antes, descansa en la necesidad de desmontar la mentira imperial. ¿Cómo hacerlo? Yo lo he intentado mediante el estudio, profundo y diario, de la Historia: la cubana, la estadounidense, la española...
«No hay mejor modo de conocer al enemigo que observar dialécticamente sus fallas de todo tipo, sus virtudes y malos procederes. Nuestros entrañables adversarios de siempre —los gobiernos de Washington— confirman esta aseveración».
—Estuvo mucho tiempo en Prensa Latina.
—La Agencia fue esencial para mi formación periodística. Digamos que allí completé un primer ciclo que se inició en la página literaria del periódico Excelsior, antes del triunfo de la Revolución, se prolongó en el magazine Hoy Domingo, del periódico Hoy, y continuó en la página del mismo género de Prensa Libre, con amigos excepcionales, como el pintor José Pedrero.
—¿Por cuál de las comarcas de la creación tiende a caminar más placenteramente: la narración, la poesía, el periodismo o crítica?
—Con la que más me identifico es con la poesía. Con la que menos, con la crítica. La narración y el periodismo son constantes oficios que ejerzo. Un día sin escritura me parece una jornada de duelo. Entre todas las formas de expresión prefiero la que vuelco en mi Diario».
—Algunos hombres de letras consideran la radio un medio menor...
—«Cuidado con las versiones de los que no pueden. Muchos niegan la radio porque la radio exige preparación y entrenamiento.
«Escribo para ese medio desde hace 20 años, cuando apenas había cumplido 17 años. Me estrené en la CMZ, del Ministerio de Educación. Y te confieso que me complace muchísimo. Disfruto la farándula creadora.
«Continúo haciendo periodismo en Radio Habana Cuba, desde 1988. “La radio es una maquinita de moler”, me decía Oscar Luis López. Y es verdad. Allí sigo “moliendo”. O la radio me “muele” a mí. Pero, sin daños colaterales».