El cineasta mexicano Carlos Reygadas enalteció las pantallas del festival habanero con un filme en concurso, Luz silenciosa, sostenido por un impulso poético de largo aliento y una maestría absoluta en el trabajo con la cámara.
La película llegó precedida por las alabanzas de la crítica y premios en Cannes y Huelva, pero esto no siempre es un índice para calibrar de antemano la dimensión estética o el alcance de la creación artística.
Lo decisivo es el contacto directo del espectador con la realidad transmutada en la pantalla, la conexión emoción estética-intelecto, la obra completándose en quienes la reciben. Esa comunión la consiguió el realizador mexicano.
A los 36 años y con su tercer largometraje, Carlos Reygadas se revela como un cineasta maduro, dueño de una mirada profundamente original, capaz de transmitir una historia con la pura elocuencia de la imagen. El cine como imagen imponiendo su realeza, sus códigos propios.
Reygadas apenas necesita los diálogos para narrar el drama de adulterio, expiación y culpa ambientado en una comunidad menonita asentada en el estado de Chihuaha, cuyo universo cotidiano explora y devuelve mediante un grupo de personajes clave.
El uso de la luz adquiere un rango protagónico desde el inicio cuando avanza desde la noche hacia el día para mostrar a la familia de Johan, un hombre abrumado por el dilema moral de amar simultáneamente a dos mujeres de distinta manera, una de ellas su esposa.
La otra es la pasión que completa el triángulo. Para él no hay solución posible, ni tampoco dobleces. Desde un principio revela a las dos el conflicto que atraviesa sus sentimientos. El drama, la tragedia fluyen sin excesos, conducida por el hilo narrativo de la imagen.
El amor prohibido según el estricto código ético de los menonitas. Lo demás es lo común humano.
Hay muerte y culpa, expiación, el dolor expresado en su intensidad máxima, sentimientos que afloran en carne viva. El cineasta nunca abandona la sobriedad y dirige a sus actores -en su gran mayoría no profesionales- como un artífice.
Reygadas juega con la luz como un maestro, la convierte en su cómplice, la torna un elemento casi palpable, experimenta con ella por puro placer estético. También lo hace con la cámara, acercándola y distanciándola a su antojo, exprimiendo sus recursos.
Hay planos fijos, interminables planos secuencia, travellings cuidadosamente pensados, encuadres de una perfecta elocuencia. La técnica como sierva y no como señora.
Luz silenciosa (Stellet licht): 200 planos filmados en tres meses. Una obra maestra, cine de autor legítimo. Cuesta trabajo creer que su director tenga una formación autodidacta. Antes fue abogado, trabajó en la Comisión Europea y en el servicio exterior mexicano.
Con una espléndida fotografía de Alexis Zabé y coproducida con Francia y Holanda, a Reygadas se le atribuyen, en esta cinta, influencias de Dreyer y Bresson pero en todo momento es él mismo.
El artista se nutre de todo lo que le antecede, lo que absorbe y ve y rodea, pero se trata de una asimilación orgánica, filtrada por su sensibilidad y talento personales.
Será difícil no premiar a Luz silenciosa en La Habana, aunque Reygadas no necesita premios. Lo principal para él es hacer películas y compartir con los demás lo que él mismo es, prodigándose.
Fuente: Prensa Latina