La más reciente producción de Nassiry Lugo es una notable marca de madurez. No niego que antes, en varios trabajos discográficos y en temas sueltos, se sabía del talento de Nassiry Lugo y su alineación Moneda dura. Los fans coleccionan canciones y discos en donde la urgencia de compartir ideas interesantes sobre el mundo contemporáneo, la inteligencia de las composiciones, y por qué no, la jovialidad y el altísimo grado de comunicación de Moneda dura, le fueron granjeando un sitio privilegiado en el gusto de la juventud cubana.
Pero es consenso en la crítica que Alma sin bolsillos (producción 2007, de Alejo Stivel y EGREM) constituye la marca de madurez en el trabajo de la agrupación. También por lo estrictamente musical (mayor sutileza en las armonías, al contravenir y matizar la linealidad de las melodías; mejor empleo del efecto loop, etc.), pero sobre todo por la contundencia, la actualidad y la hondura de la mayor parte de las letras que incluye el volumen.
Alma sin bolsillos inserta hermosos temas, como Los ojos de Aitana, una tierna canción que dedica Nassiry a su hija; Yo soy el rey, donde una historia de desamor sirve de pretexto para profundizar en las relaciones sociales; Háblame de amor, tema que aboga, desde la belleza de su idea y la dureza de su rap, por el diálogo de los cubanos; incluso una balada convencional, bien compuesta, como Al sudeste, que lleva meses pegada en la radio. Ahora, del disco, dos surcos me parecen particularmente relevantes: Y no hago nada y Mala leche.
Y no hago nada es una balada intensa, mucho más peculiar que Al sudeste. En ella, Nassiry aborda la impotencia de algunos jóvenes —y no tan jóvenes— que crecieron un día con atención a un grupo de valores, y seguirán creciendo en virtud de esos valores, pero se encuentran en la calle, de pronto, que el amor puede costar cinco, diez y quince dólares, por lo bajito. La letra es sencillamente espectacular. El sujeto de la balada no puede sino compartir su desazón y su impotencia. Él la adora, pero ella se marchará. Se marchará tras mensajes de amor de curso legal, como hubiera dicho Serrat. Escuchamos en Y no hago nada: Pero mi amor no puede pagarte un avión/ Mis manos no alcanzan tu ilusión/ Tan solo te miro y te dejo seguir, y no hago nada/ Y es que mi amor es ciego y tu estómago no/ Mi amor en el tiempo se perdió/ Tan solo te tengo y te dejo vivir/ Y no hago nada...
Mi reino por esa balada. Cuánto expresa el desconcierto que muchas veces experimentamos todos aquellos que priorizamos los valores espirituales de la gente, y la realidad, en no pocas oportunidades, no nos acompaña. Y no hago nada es un bellísimo testimonio de la época.
Como lo es, a su modo, Mala leche. En Mala leche, habría que distinguir entre los accidentes de la letra, y el espíritu y la filosofía profunda que anima el tema. La letra comenta, desde la gracia del humorismo y el poder desalienante de la parodia, decenas de contrariedades en la vida del cubano de ahora mismo: la guagua que no llega, los apagones (ya menos, a Dios gracias), la cuenta de la electricidad que se dispara, etc., etc. Todo eso, además de puntualmente cierto, resulta secundario, al lado de la idea primordial: a los problemas sociales, a los huecos negros de todos los días, no les añadamos el mal trato, el atropello, la mala leche.
Se invoca la mejor tradición del cubano, en lo tocante a la solidaridad, la fraternidad, el desprendimiento: Venimos de una estirpe única en el mundo/ Si somos el calor que quema desde lo profundo/ Dime, por qué no nos tratamos como hermanos... Para finalizar con un verso emotivo, que alcanza a explicarlo todo: Me late el corazón cuando me dicen cubano. También este verso resulta un testimonio del sentir de miles de cubanos en este minuto: conscientes de que solo la crítica honesta y profunda puede mejorar la sociedad, sin complacencia, sin triunfalismo, fajados y parados de punta para que nadie nos pisotee la cabeza; pero aquí, con los nuestros, compartiendo la suerte y el destino de Cuba, que es nuestra enfermedad y nuestra ilusión, un amor que lo trasciende todo.
El videoclip para Mala leche no hace más que visualizar ese espíritu. Nassiry aparece como un showman, en el lugar de esos conocidos cantautores que se transforman una y otra vez en sus videos. Auxiliado por no pocos efectos visuales, en un esmerado trabajo de posproducción, el clip comenta, con enorme simpatía y un copioso juego de referencias culturales, las muchas situaciones alucinantes que describe el tema. Y termina enfatizando lo que era preciso enfatizar: ¡No a la mala leche! Este video llega a ser, por la inventiva de su imaginería y la seriedad de fondo que supone su planteo, el mejor trabajo audiovisual de Nassiry Lugo.
Sería pueril ocultar la candente discusión suscitada por Mala leche. Varios compañeros consideraron que se trataba de un video impropio, excesivo, incluso por estimaciones como esta: «Desde el propio título de Mala leche, hay vulgaridad». Por mi parte, no me explico hasta dónde va a llegar el fantasma de la vulgaridad; hasta cuándo vamos a seguir negando la legítima fuente que representa el habla popular, las expresiones del cubano de a pie en el día a día (por cierto, en el caso de esta, bastante extendida en todo el mundo hispano). Aunque, desde luego, no fue ese el criterio que llegó a desautorizar el video, sino la incomprensión alrededor de la voluntad de profilaxis y de crítica social que obviamente asiste al tema. Pareciera haber dos actitudes posibles: ocultar, sumergir los problemas; o discutirlos con transparencia y con firmeza.
No voy a abundar en las razones que descalificaron, en su día, a Mala leche. No las comparto ni por asomo, pero las respeto. No se trata de invertir las exclusiones, ni mucho menos del menor revanchismo. Los compañeros que no gustan de Mala leche, tienen todo el derecho del mundo a esgrimir y defender también sus criterios. En lo que sí deseo detenerme es en la legitimidad del procedimiento que consiguió, en este caso, que el video se pasara, se analizara y se debatiera con total naturalidad.
A diferencia del antro de libelos y de baraturas en que se ha convertido Internet a propósito de otras discusiones, que terminan con alusiones personales, revanchas políticas, y desmesuras de todo tipo, el foro digital que suscitó Mala leche en la Intranet se caracterizó, desde el inicio, por la franqueza, la limpieza, la honestidad intelectual. Desde el primer comentario, firmado por un joven realizador (titulado, con emoción, «¿Por qué cubanos?»), hasta las declaraciones de otros prestigiosos directores, como Lester Hamlet, Ian Padrón, Pavel Giroud, Orlando Cruzata, et. al., más decenas de mensajes de solidaridad expresados por altas personalidades de la cultura cubana, este debate se distinguió por su clase, su contenido genuinamente cultural, su altura ética. Siempre hay algún desmesurado que forma lo suyo, pero no fue la norma.
Resultado: la efectividad de la reflexión, la continuidad de la discusión abierta y sincera en importantes instituciones de la cultura cubana y, finalmente, la transmisión de Mala leche, en el lugar de cualquier otro video interesado en pensar nuestra realidad. El caso Mala leche significa un punto indicativo de varias cosas: una, no hay que callarse y bajar la cabeza ante todo; dos, hay que saber discutir, con responsabilidad y con cultura, con actitud de contribución, con ética. Y tres: hay cosas que definitivamente están cambiando en este país, y debemos estar atentos a esos cambios.
Atrás quedaron los tiempos en que la defensa del proyecto de soberanía se convertía en coartada para impedir los cambios necesarios. Lo que pone a riesgo el proyecto de la soberanía es la mentira, la irracionalidad, el engaño del sinflictivismo. Creo que hoy somos muchos más los que defendemos la soberanía desde la necesidad y la pertinencia del cambio: No el cambio que destruye logros y hace retroceder en el camino, de forma festinada y carnavalesca, sino el cambio que abre puertas, que dinamiza la mentalidad del cubano, que aspira a una sociedad más participativa, donde todo el mundo se escuche con respeto.
El cambio que lucha contra la mala leche que nos impide adelantar los trechos.
Cambios, sí; cambios para bien.