Hoy le toca el turno a la carta. ¿No te gustaría recibir un mensaje de alguien muy querido? Estoy convencida de que tu respuesta es afirmativa. ¿Por qué, entonces, privas a los demás del placer de leer unas líneas tuyas?
¿Es pereza?, ¿es miedo de no hacerlo bien? Seguro que ambas razones te impiden sentarte a escribirle a esa persona con quien quisieras conversar. Inténtalo, di lo que hablarías si estuvieras junto a ella.
Hay todavía muchos empeñados en comenzar con una antiquísima fórmula, de tiempos de los romanos: «Quiero que al recibo de esta, te encuentres bien, en unión de tu querida familia; yo, bien, gracias a Dios». Si estás en ese caso, cómprate una goma enorme, y borra de tu memoria tal cosa, y otras semejantes (por ejemplo: «el difunto Mengano», y «sin desdorar a los presentes»).
Después, pasemos a algunos aspectos que debemos conocer:
La letra será clara; el sobre y la hoja, limpios, y esta, solo con los dobleces necesarios. Las hay que parecen salidas de las manos de un japonés, especialista en plegado de papel.
El saludo, que puede ser tan diferente como remitentes haya en el mundo, ha de ir seguido de dos puntos; aunque en la correspondencia íntima, no es necesario respetar los signos. Eso sí, la ortografía y la sintaxis: ¡impecables! («Implacables», como decía un pobre viejo, que siempre confundía ambas palabras. Impecable —que no tiene mancha, peca; implacable —que no se puede aplacar, violento, cruel).
Sé original, y no uses un vocabulario acabado de estrenar. Parecerás vestido con ropa de otra talla, o peor aún: disfrazado.
Andan por ahí unos corazones sangrantes, heridos por flechas, que dan deseos de salir gritando; y hay también, ¡qué horror!, unos besos ¡de miedo!
En la redacción de cartas, lo primero que debemos tener presente es la naturalidad. Habrás oído: «De lo sublime a lo ridículo no va más que un paso». Bueno, pues tengamos cuidado, porque se dan unos resbalones en las de amor, que pa’ qué, como dicen los madrileños. ¿No has leído las de Martí? Una de tantas que envió a Rosario de la Peña, termina así: «De cuantas vi, nadie más que Ud. podría. Y hace cuatro o seis días que tengo frío». ¡Di tú!