Niuris creció como artista y como persona, y ningún triunfo empañó su sencillez, su bondad y su solidaridad. Primero fue el impacto por el deceso de la poetisa Digdora Alonso, el pasado 1ro. de julio, ya demasiado anciana y enferma, pero tan devota de la vida que se nos había convertido en emblema. Y ahora el de Niuris Naranjo Dorta, fallecida recientemente en un accidente automovilístico.
Considerada una concertista inigualable en el panorama de la Isla, esta violinista increíble de apenas 25 años ya figuraba entre las personalidades cimeras de todos los tiempos: «Ha sido la figura más importante que ha aportado Matanzas, después de José White, a nuestra música de concierto», afirma, dolorida y orgullosa, la maestra María Elena Mendiola, sumida en la tristeza que ha generado esta pérdida «irreparable para la cultura nacional», según criterios expertos.
Algo especial pasaba con esta mujer cuando todos quienes la conocieron coinciden al calificarla: «Era un ángel». Los músicos que trabajaron con ella, como Leo Brouwer, Alfredo Muñoz, Enrique Pérez Mesa, Iván Valiente, la propia Mendiola, amplían: «Un ángel... y un genio».
Cada día de su historia —cruelmente breve— constituyen la síntesis de su brillante carrera desde que matriculó en la Escuela Vocacional de Artes de la ciudad de Matanzas para aprender guitarra, y descubrió el violín en las clases del maestro Nelson Gómez: «Fueron tantas su pasión e insistencia, que logró que se le admitiera en el estudio de ese instrumento con cuatro años de retraso, de modo que venció el nivel elemental en tres cursos, en vez de en siete», recuerda la musicóloga Lourdes Fernández Valhuerdi. En un año y medio, la muchacha impresionaba a los jurados por su virtuosismo, y desplazaba a todos con sus premios.
Niuris no se detuvo ahí, y en la Escuela Nacional de Arte alcanzó el nivel medio en dos años, en lugar de cuatro, bajo la tutela del gran violinista Alfredo Muñoz, quien también fuera su profesor en el Instituto Superior de Arte.
«La muchacha alta y rubia, con el violín siempre a su lado, amiga, talentosa intérprete que nos dejó a todos admirados, honesta y sencilla, unía al talento el tesón, la disciplina, la infinita modestia, cualidades que hicieron posible que se convirtiera en poco tiempo en una de las mejores violinistas de Cuba», la describe Enrique Pérez Mesa, director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional, quien la graduó de nivel medio al dirigirla en el Concierto en mi menor para violín y orquesta, de Félix Mendelssohn con la Sinfónica de Matanzas.
Mientras cursaba estudios superiores, era requerida con frecuencia para reforzar la Orquesta Sinfónica de Matanzas, y el italiano Claudio Abbado la eligió para su Orquesta Sinfónica Juvenil Latinoamericana, y soñó con presentarla como solista en los grandes escenarios del mundo. Por esos tiempos, la ya eminente concertista participó en la grabación del disco Expedición, del trovador Silvio Rodríguez, y como retribución apenas solicitó... un violín, con una humildad y amor al arte que conmovieron al cantautor. «Porque Niuris no solo era un diamante de nuestra música, donde desgraciadamente hay pocos violinistas de altísimo nivel como ella, sino que fue un ser fino, gentil y candoroso, se explica la maestra Mendiola.
Graduada en el 2004 con título de oro en el ISA, Niuris Naranjo trabajó paralelamente con la Sinfónica de Matanzas y el ensemble Solistas de La Habana, lo cual convirtió su vida en un constante viaje entre su casa y la capital. Convocada por el maestro José María Vitier, dejó escuchar su divino violín durante la ejecución de la Misa cubana a la Virgen de la Caridad del Cobre en el Vaticano y, hace pocas semanas, se convirtió en la primera cubana en grabar el Concierto para violín y orquesta de José White, «una obra en toda ley, una partitura virtuosa, a cuya interpretación supo impregnar el espíritu del Romanticismo, de toda la melancolía, la dulzura, la nobleza de sentimientos que exige, y que coincidía con lo que ella misma era», refiere su productora. Apenas ese disco, titulado Clásicos cubanos del siglo XIX, nos la devolverá levemente el próximo invierno luego de su presentación por el sello Colibrí.
Estudiante consagrada, ganadora indiscutible de cuanto certamen la disfrutó, dueña, entre otros, del Premio Iberoamericano de Violín José White, Niuris había crecido a la par como persona: nada empañó la raigal sencillez, su bondad, la humildad que vivía como un credo, su solidaridad con todos, el ministerio de hacer del mundo un lugar más bello y amable. «Una tarde nuestra niña interrumpió uno de sus ensayos —relatan unos vecinos— y ella, sin molestarse, le improvisó variaciones tan bellas sobre un tema infantil que nuestra hija salió de allí enamorada».
Mientras se preparaba para iniciar estudios este mes en el Conservatorio Reina Sofía, de España, con el profesor Marco Rizzi —beca que ganó por oposición entre medio centenar de alumnos de todo el mundo, y con el aval del maestro Leo Brouwer—, esta mujer irremplazable y su violín encontraron juntos la muerte en la carretera.
Aquellos que la conocieron y la amaron; quienes, sin conocerla, la aplaudieron; tantos que ya no podrán alcanzar con su música un atisbo de redención, nos quedamos este septiembre sin música y sin ángel.