Dicen que toda la palabrería asociada a los signos zodiacales sirve no más que de comodín para trabar conocimiento con la gente, y provocar sus respuestas. A mí me ayudaron para romper el hielo con Amarilys Núñez, nacida bajo Géminis y por tanto poseedora de dones como la facilidad expresiva, el donaire, la plática, la polémica, el intercambio de ideas y la razón pura. Uno podría hasta decir que el ánimo mutable y la vulnerabilidad —que según dicen, caracteriza a las geminianas— le sirven de auxiliares en su oficio de actriz consumada y bendecida. Pero Amarilys solo sonríe burlona y descreída de todo ese fárrago astrológico, y espera con impaciencia que le formule preguntas «serias», distantes de la cuerda medio amarillista y frívola que predomina en ciertas entrevistas, por desgracia demasiado comunes en nuestros medios, y conste que el criterio sobre la banalidad de ciertos «diálogos» es mío, y no de ella, pues estoy sentado ante una excelente conversadora, aunque insista en asegurarme que no siempre, y mucho menos con todo el mundo, es tan elocuente.
Fiel a ese espíritu perfeccionista que la distingue, ella no está conforme, pero finalmente acepta mi criterio de que los últimos dos años han sido consagratorios en su carrera. En teatro, se inscribió en las grandes ligas del histrionismo cubano con su difícil personaje de Varilla, en Delirio habanero (actualmente ensaya la próxima puesta de Santa Cecilia, el famoso monólogo de Abilio Estévez), y en televisión la hemos visto batallar estoicamente, siempre con notable éxito, por conferirle identidad, temple y credo a diversos personajes. Su Adelfa en ¡Oh!, La Habana es ejemplo concluyente de cómo una actriz, cuando conoce su oficio, puede auxiliarse de mil recursos y transiciones (gestuales, vocales, expresivos) incluso cuando su papel no tiene la profundidad y el riguroso diseño de móviles que debiera ostentar desde el guión. En la crítica a la teleserie recientemente publicada en JR un olvido, lamentable e involuntario, hizo que soslayara su desempeño, pero me apresto a reconocer mi error, el primer paso para intentar subsanarlo. ¿No se supone que los críticos estamos, entre otras cosas, para reconocer con entusiasmo todo mérito en cada obra, en vez de solazarnos en los deslices ajenos?
Hija de la prestigiosa cantante lírica María Eugenia Barrios, Amarilys estudió ballet clásico y se graduó de nivel elemental. Con ocho o diez años ya participaba en programas infantiles de la televisión bajo la dirección de Antonio Vázquez Gallo y Lolina Cuadras. Estudió ballet un año más y luego se apartó del medio artístico hasta 1990, cuando es aceptada en el Instituto Superior de Arte (ISA) y se graduó como actriz en 1995.
Encarnando a Varilla, personaje de la obra Delirio habanero. Ese mismo año llamó la atención por primera vez de la crítica y los especialistas cuando interpretó La Novia, en la lorquiana Bodas de Sangre. Desde entonces, ha sido en los escenarios teatrales donde más brillan sus inagotables capacidades para el drama, la farsa, la comedia y la tragedia. Así convenció a creadores como Carlos Alberto Cremata (Los balcones de Madrid, Sueño de una noche de verano, El Decamerón), Berta Martínez (Las Leandras, La zapatera prodigiosa, Bodas de Sangre), Raúl Martín (desde Los siervos hasta La boda y Electra Garrigó, que le significó una segunda consagración).
Su primer papel destacado en televisión fue en Tierra brava (1996), dirigida por Xiomara Blanco, quien volvió a darle importantes cometidos en Destino prohibido (2004), mientras que brilló por la delicadeza y prestancia conferida a sus intervenciones en El eco de las piedras, Réquiem por Yarini y Al compás del son. Con todo y su luminoso expediente, Amarilys añora, aguarda y necesita superiores empeños, para probarse de nuevo, para saber hasta dónde puede llegar en realidad. Al igual que el público, los críticos y sus colegas esperamos le ofrezcan mayores y auténticos retos interpretativos. Y a ella, según me confesó, esa expectativa de todos respecto a su futuro, esa confianza de mucha gente en su talento y posibilidades, le parece «una responsabilidad muy alta y al mismo tiempo muy linda».
—Revisando lo que has hecho, salta a la vista la abundancia de papeles cortos, secundarios, de apoyo y de contrafigura. ¿Tienes alguna preferencia por ellos?
—Siento preferencia por los personajes con conflictos psicológicos, no importa el rango que tengan. Si bien es cierto que en un protagónico hay más tiempo para delinear el trabajo, diría que en los secundarios hay que esforzarse más en la búsqueda interior para brindar en menor tiempo mayor información, y que de esta manera luzca y resulte auténtico, orgánico. En la televisión han sido muchos más mis secundarios que protagónicos, pero eso no me molesta, siempre y cuando mi papel esté bien estructurado dramatúrgicamente.
—Tu versatilidad hace pensar que no te interesa interpretar a la gente que se te parezca en algo, y en cambio prefieres convertirte en personas absolutamente distantes de tus características...
—El actor cuenta con un enorme, casi infinito, diapasón de posibilidades. En nuestro interior «duermen» todas las formas factibles del ser, y simplemente elegimos cómo despertarlas, darles vida y hacerlas creíbles. El ansia de suministrar aliento a los personajes es lo que puede alejarte o acercarte a ellos. Pero te juro que no hay nada en mi profesión que me apasione más que soltar los demonios, o los ángeles que me habitan, tentar todas mis posibilidades de ser humano, tratar de saber hasta dónde podría llegar bajo la presión de determinadas circunstancias, y todo lo que sería capaz de hacer si hubieran sido otros mi contexto de desarrollo, mi elección y mi historia. Es por eso que me atraen más los personajes que se me alejan y se me resisten, los que no tienen nada que ver conmigo.
—Creo que nunca has sido una estrella al rojo vivo, ni siquiera cuando estuviste en telenovelas extraordinariamente sonadas. ¿Te quita el sueño la popularidad? ¿Pertenecerle al espectador significa libertad o encierro?
—A veces prefiero pasar inadvertida. Soy tímida, aunque no te lo parezca, y solo cuando estoy en un círculo de AMIGOS (con mayúsculas) me siento libre. Pero no llego al punto de considerar la popularidad como un encierro; es muy reconfortante que aquellos para quienes trabajas te quieran y admiren, y que además lo hagan públicamente. Ese es el premio mayor.
—¿Qué piensas de la telenovela como género en el plano actoral? ¿Existen posibilidades de introspección y complejidad cuando predominan casi obligatoriamente códigos tan extremos, estandarizados, reconocibles...? ¿Coincides con quienes creen que los personajes de «malvados» o antihéroes son más agradecidos?
Compartiendo escena con Laura de la Uz en la obra Delirio habanero.
—La telenovela es un espacio importante para cualquier actor. Si bien está llena de cánones y códigos preestablecidos, eso no te exime de buscar en profundidad a la hora de armar tu personaje. Además, el hecho de comenzar a grabar por las últimas escenas, parar durante un mes cuando crees que tenías más atrapado a tu personaje, la constante calibración de uno respecto a otros muchos actores y actrices con gran oficio, talento y experiencia... todo eso significa sin duda una escuela. Y con respecto a los personajes, se agradecen siempre los bien escritos, bien dirigidos y bien actuados, sean positivos o negativos.—¿Quién es Adelfa? Cuando la ves en pantalla, ¿qué te agrada y qué no del modo en que el personaje está presentado?
—Mi objetivo a la hora de enfrentar mi participación en ¡Oh!, La Habana era trabajar con Charlie Medina, un excelente director a quien admiro, y que podía aportar mucho a mi carrera, y lo logré a través de Adelfa. Te confieso que me divertí mucho con este personaje, y a pesar de que es monocorde y liviano, tanto por su peso dramático específico como por su intervención en la trama, Charlie y yo combinamos esfuerzos para tratar de lograr que Adelfa no pasara inadvertida.
—¿Por qué es el teatro tu espacio de realización profesional por excelencia? ¿Qué significaron en tu vida Bodas de sangre, Electra Garrigó y Delirio habanero?
—El teatro es un acto de fe, amor y entrega viva. Junto a Berta Martínez logré realizar un sueño: interpretar a La Novia de Bodas de Sangre. Aprendí de Berta todo lo que pude y esa fue mi primera gran incitación profesional. Pero ha sido Raúl Martín quien me ha regalado la posibilidad de adentrarme en el mundo de personajes tan complejos como Clitemnestra Plá (en Electra Garrigó, de Virgilio Piñera), La Hijastra (Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello), y Varilla (el «intermediario» entre dos «monstruos» de la cultura cubana en Delirio habanero, de Alberto Pedro).
—Recientemente participaste en dos filmes: La pared y Los dioses rotos, también en papeles cortos. ¿Cómo explicas que no te hayan llamado otros cineastas, habida cuenta de que te encuentras en un momento de espléndida madurez?
—Agradezco la posibilidad que me dieron Alejandro Gil y Ernesto Daranas de entrar en la pantalla grande. En cuanto a los demás realizadores, no soy yo quien tiene la respuesta que me pides. Creo haber rebasado en mi carrera la etapa en que podía implorar a alguien para que me diera un personaje. Los grandes papeles, que son muchos los que espero, llegarán si tienen que llegar, y si no... qué pena. Sinceramente te confieso que mi mejor, mi más bella creación revolotea y crece constantemente en mi casa, a mi alrededor, y esa felicidad me alcanza para cubrir cualquier escasez o frustración de otro tipo.
—¿Prefiere Amarilys confiar en la técnica, la investigación y el estudio, o se encomienda más al instinto, la inspiración y el acierto de último minuto? ¿Te ha servido de algo como actriz el paso por el ballet y la danza?
—Es la combinación de todos estos factores los que conforman la actuación. No le doy más importancia a uno u otro, sino que me sirvo de todos para tejer mis personajes. Y por supuesto que conocer tu cuerpo y sus posibilidades te permite mayor libertad, y autoconciencia, a la hora de moverte en el escenario o en el set.
—Si se te diera la extraordinaria oportunidad de «pasar en limpio» tu carrera, ¿qué papeles volverías a hacer con gusto; de cuáles te arrepientes?
—Hace años estuve a punto de hacer Doña Rosita la soltera en un espectáculo que planeaba Raquel Revuelta poco antes de su muerte, pero lo impidió su enfermedad. ¿Cómo se pudiera volver sobre ello? No sé si por suerte o por desgracia, pero esa operación de regresar el tiempo me parece imposible. Respecto a los personajes que sí logré hacer, volvería a recorrerlos y asumirlos todos, pues con cada uno de ellos tengo una deuda infinita de amor y entrega... los retomaría con la madurez que solo te proporciona el tiempo, pero volvería a ellos sin arrepentimientos, pues aprendí hasta del más insignificante.
—No puedo creerte cuando me cuentas que eres en este momento «un personaje en busca de autor», o dicho de otra manera, que tu agenda no está precisamente llena de proyectos. ¿Con quiénes sueñas trabajar? ¿Qué hay de la nueva puesta en escena que estás ensayando con tus habituales Raúl Martín y Teatro de la Luna?
—Soy una actriz en busca de un buen personaje, y si te contara con quiénes sueño trabajar la lista sería interminable. Es que en Cuba si algo no falta son creadores de calidad, gente ingeniosa, sensible, con talento e inmensos deseos de trabajar, pero que me elijan no depende de mí. Así que mejor sigo sumergida en el fondo del mar con Abilio Estévez y «nuestra» Santa Cecilia. Ellos son quienes, por ahora, me roban el sueño.