Es el clásico del romanticismo, Giselle, uno de esos ballets donde se puede apreciar la maestría artística y técnica del cuerpo de baile del BNC. Foto: Nancy Reyes. No se asombran los cubanos cuando escuchan que, fuera de nuestras fronteras, renombrados críticos se deshacen en elogios para con el Ballet Nacional de Cuba: «Ningún término mejor para calificar el cuerpo de baile que el de impecable», apareció en blanco y negro en el Dance Diary, de Estados Unidos. Y sin embargo, a veces se desconoce, por ejemplo, que el conjunto que dirige Alicia Alonso fue nominado —por Giselle— al disputado premio Laurence Olivier al mejor espectáculo que se presenta durante el año en Londres, Inglaterra.
¿La razón? La excepcional calidad artística del grupo, de esos bailarines a quienes, como asegura la maitre Consuelo Domínguez Martínez, «nunca nadie espera al fondo del teatro para que le firmen autógrafos, y no obstante, son imprescindibles para que el brillo de una función sea rotundo»; algo que por estos días se podrá comprobar en el Gran Teatro de La Habana, donde la versión de la Alonso sobre el original de Jean Coralli y Jules Perrot subirá a la escena, tanto este fin de semana como el próximo.
EQUÍVOCOS
Casi ninguno titubea. Aunque El lago de los cisnes pugna por ganarse la delantera cuando se interroga a las bailarinas sobre su clásico preferido, desde el punto de vista de la labor del cuerpo de baile, la mayoría responde que Giselle. La joven Victoria Prada es una de ellas. «Es un ballet precioso al que tienes que ponerle corazón, la prueba de fuego de cualquier artista. Es increíble, cada vez que lo bailo siento cómo se me eriza toda la piel, me siento como un ser sobrenatural, como si fuera otra bailarina».
Victoria reconoce que cuando estaba en la escuela pensaba que, después de haber asumido tantos pas de deux, formar parte del cuerpo de baile sería algo muy sencillo, «pero al llegar al BNC comprendí que estaba completamente equivocada. Allí supe su importancia, lo que significa el trabajo en colectivo. Ahora mismo soy una persona diferente, me siento más segura, más madura, algo que hubiera sido imposible si no bebía de esa experiencia.
«Pero no vayas a creer, es una tarea muy ardua, pues ensayamos tanto o más que las primeras figuras, aunque a veces el público no repare en nosotras, y te puedo asegurar que es tan complicado como interpretar un papel de solista. No es fácil lograr que 24 ó 18 personas que tienen su propio tempo, su ritmo interior, bailen homogéneamente, como si fueran una.
«Hay que prepararse con mucho tesón, descansar lo más que puedas; ensayar, ensayar y ensayar, ejercitar los músculos para poder tener resistencia. Pero al final, cuando rompen los aplausos, compruebas con felicidad que no te equivocaste, que escogiste la carrera que siempre añoraste».
Tanto es así que para esta muchacha de 20 años no hay satisfacción mayor que entrar cada día a la casona de Calzada, sede del BNC. A esa hora se le olvida el mal rato que pasó en la reciente gira por Costa Rica, cuando en medio de Después del diluvio, «en el instante en que todos teníamos que estar más que parejos, apareció una mosca que se me coló en el oído. La cosquilla era insoportable, y yo quería espantarla pero no podía. ¡Qué mal momento! Ahora me río, pero no se lo deseo ni a mi peor enemigo».
Mas todo eso lo compensa, asegura, con «todas las cosas bonitas que me han sucedido desde que entré al cuerpo de baile. Cuando uno empieza en la escuela de ballet ve como algo inalcanzable el poder compartir con Alicia, con las Joyas y, de pronto, esas personas que has admirado toda tu vida comienzan a formar parte de tu familia, te hablan, te aconsejan, te enseñan, te tocan... Es inexplicable lo que eso le aporta a tu vida personal y profesional. Asimismo, bailar con las primeras figuras de la compañía, con las estrellas internacionales que vienen al Festival, es un gran honor. Mis allegados me aconsejan que tome una libreta y anote cada una de esas funciones, pero no me hace falta porque cada presentación permanece en mi memoria con increíble nitidez».
EL ESCALÓN NECESARIO
Tanto Bárbara García como Anette Delgado, primeras bailarinas del BNC, consideran que sus respectivas carreras no hubiesen llegado tan lejos si hubieran saltado el paso por el cuerpo de baile. La García recuerda con agrado las enseñanzas de Fernando Alonso, quien le decía una y otra vez que lo que determina el nivel artístico técnico de una compañía era justamente el cuerpo de baile. «Puede una agrupación tener magníficas figuras pero el cuerpo de baile es la base», mientras que Anette asegura que «estar en ese primer escalón es lo que en realidad nos prepara, gracias a esas vivencias, cuando tienes que defender papeles principales ya conoces la historia, sabes cómo moverte, el estilo...».
Llega a creer Bárbara que las personas a veces no tienen una idea muy clara del esfuerzo, del sacrificio que esto representa. Para convencerme, la García rememora una de esas funciones en las que bailó El lago de los cisnes. «No hay nada más agotador para las muchachas que ese ballet, las piernas se te duermen mientras estás en pose, tratas de aplicar todo lo que has aprendido, respiras, intentas que el peso del cuerpo no recaiga sobre la pierna, y te llegas a sentir tan agobiada que te entran deseos de salir corriendo del escenario, y lo más triste es que ni siquiera puedes demostrar que te estás muriendo. Hacemos que parezca fácil, cuando, en verdad, es terrible. Uno se pregunta: “¿Quién me habrá mandado a meterme en esto?”, pero luego se te olvida. Es justamente ahí donde radica el misterio del arte».
ELLOS TAMBIÉN
En el mundo el cuerpo de baile masculino apenas se toma en consideración. En Cuba, en cambio, aunque el femenino marque la pauta, este se ha ido ganando un espacio, por la técnica asombrosa de sus miembros, su fortaleza y virilidad, según afirma la licenciada del ISA, Consuelo Domínguez. Es por eso que un coreógrafo de la talla de Alberto Méndez creó para ellos una obra como Rara Avis o Después...; y James Kelly ideara Sinfonía para nueve hombres, por solo citar algunos ejemplos.
Para Omar Morales y Liván Pujada haber estado dentro del elenco de Sinfonía para nueve hombres fue un «regalo de los dioses». Considera Morales, miembro desde el 2004 de la compañía, que «estos tres años ha sido decisivos en mi carrera. Aún me queda mucho por crecer pero evidentemente ya no soy el mismo, y eso gracias al cuerpo de baile. Con el tiempo he entendido que lo importante no es mostrar en el escenario todas tus potencialidades, sino intentar buscar la uniformidad con los demás para que el espectáculo quede lo mejor posible.
«Estar detrás mirando cómo lo hacen tus compañeros te ayuda también a superarte. No es lo mismo la escuela que una compañía, donde lo que logres depende en buena medida de tu autoexigencia, de que te impongas romper los límites».
Como una escuela define Liván Pujada al cuerpo de baile. «Cuando entré, pensé que lo más complicado sería bailar parejo, seguir a los demás, estar mirando constantemente a los otros, sin olvidarte de la técnica; sin embargo, después aprendí que eso se convierte en un reflejo. Para mí lo más difícil ahora es apoyar a los solistas y a los primeros bailarines en la escena, creerme la historia aunque la repitas 20 veces. Ese es el reto principal: mantenerse en el personaje, que cada función sea una presentación nueva».
DESDE LA EXPERIENCIA
Consuelo Domínguez permaneció durante 25 años formando parte del cuerpo de baile, aunque se alejó de la vida activa con la categoría de corifeo. Por tanto, difícilmente exista alguien con mayor autoridad que ella para hablar sobre el tema.
—¿A qué atribuyes que el cuerpo de baile del BNC sea tan reconocido internacionalmente?
—De acuerdo con el sistema cubano, la mayoría de los bailarines de la compañía pasan mucho tiempo en el cuerpo de baile, hay quienes están en él toda su vida activa, pero siempre el que se destaca por su calidad artística es un solista potencial, pues es aquí donde comienza el rigor y la educación del artista de ballet.
«Existen tres características fundamentales que distinguen al nuestro: la ductilidad, la musicalidad y la integración racial. La ductilidad de nuestros bailarines, por ejemplo, facilita el trabajo a los coreógrafos tanto cubanos como extranjeros, estos últimos generalmente se preguntan: “¿Son los mismos bailarines?”. Sí, somos los mismos, y en eso radica el valor del trabajo estilístico, el conocimiento, el entendimiento y la credibilidad de cada interpretación, a partir de un gran dominio de la técnica clásica, del repertorio tradicional y de los estilos.
«Influye también el hecho de que todos los bailarines de la compañía estamos educados en un mismo código: no existe papel pequeño.
«Generalmente, en las compañías extranjeras la procedencia tanto de las figuras como la del cuerpo de baile es diversa, y a veces por ello no se logra un resultado óptimo, al menos a corto plazo, lo cual no sucede en nuestra compañía, donde todos sus miembros tenemos la misma nacionalidad y una procedencia estable, regida por una misma escuela, eso forja el legado histórico, lo que demuestra la importancia del paso por el cuerpo de baile».
—¿Es muy difícil ver que el tiempo pasa y no se logra escalar?
—A todo en la vida hay que verle la satisfacción, si pensamos en el papel activo que juega el cuerpo de baile en una compañía, su relación estrecha con los solistas, te das cuenta de que tu trabajo cuenta. Pienso que una persona tiene que estar consciente de dónde está su techo, hasta dónde llegan sus posibilidades. En lo personal, llegué a corifea en una época en que los ascensos no eran como ahora, así y todo interpreté roles de solista como las dos Wilis, las amigas de Giselle y las de Coppelia, los cuatro cisnes, el vals de Las Sílfides, el pas de six de El Lago..., Muñecos, el segundo movimiento de Rara Avis, la segunda variación de Paquita... En fin, que no me arrepiento. Como decimos los cubanos: que me quiten lo baila’o.