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El arca de Finalé despide a los 80

El pintor cubano Moisés Finalé vuelve con una exposición personal, para darle digna sepultura en la memoria y la leyenda a aquella década mítica de la plástica cubana

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Finalé observa los disímiles objetos que contiene su arca. Foto: Franklin Reyes

Se fueron los 80, siente el pintor cubano Moisés Finalé, ahora que abrió allí, en plena galería Servando Cabrera, su inmenso cajón, como una de aquellas ingenuas maletas de madera para la escuela al campo, donde guardábamos las latas de leche condensada producidas cerca de Sheremetyevo. Se fueron los 80, insiste el pródigo fabulador que vuelve desde su casa en París, con una exposición personal, para darle digna sepultura en la memoria y la leyenda a aquella década mítica de la plástica cubana, década también al borde de tantos cambios irreversibles en la urdimbre social.

La muestra, un fresco de reapropiaciones y negaciones del artista sobre su propia obra en los seguros-inseguros 80, tiene su esquina más popular en el descomunal sarcófago-relicario donde cada quien, desde cualquier barrio de la ciudad y ante la necrófila exhortación del sepulturero Finalé, ha instalado objetos referentes, nostalgias básicas, no básicas y adicionales de lo vivido y sentido entonces.

La respuesta de los depositarios ha sido escandalosamente sublime: en el arca un reloj Poljot sigue marcando un tiempo agotado, donde panteras negras, producidas al por mayor para multimuebles de cartón bagazo, amenazan a un perrito de yeso lacrimoso. Un desorbitado ventilador Órbita sigue soplando vientos del Cáucaso, oreando el sudor de trabajo voluntario-maratón en cierta camisa Yumurí. Y muy cerca está el bono de constancia, ¡lo más importante! Billetes, fotos amarillentas, una máquina de escribir que enmudeció con los nuevos estilos, un radio VEF y la foto de una pequeña soñando con ser cosmonauta. Matrioshkas, retorcidas cucharas de calamina, documentos personales y las causas y azares de Silvio... aunque la Monumental insistiera en que «prendan prendan el mechón», augurio de tantos apagones...

El baúl —de los olvidos más que de los recuerdos para Finalé— se irá cerrando gradualmente en los próximos días. Y seis candados sellarán para siempre los arcanos depósitos. Las llaves se lanzarán al mar en la emblemática Playita de 16, donde tanto se escuchó Dust in the wind sobre el diente de perro, aunque Edita Pieja bostezara Tatatatararatata...

Nadie, ni el mismo autor, pudo decirme qué se hará con el «féretro» después. Lo más seguro es que a la obra cismática de Finalé le persiga el misterio que la posteridad siempre depara a esos enterramientos que, con los años y los siglos, son voraz bocado de arqueólogos y artistas; sin contar que son como una lapa las esquirlas inevitables que se incrustan en la memoria. Alguien que vive entre sucesos y nostalgias, en varios tiempos a la vez, tendría el soberano derecho a cuestionarse: ¿se fueron los 80?

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