De izquierda a derecha, el actor Jude Law, la debutante Nora Jones y el realizador chino Wong Kar Wai. Desde el 16 de mayo comenzó la fiesta del cine en Cannes, exactamente la edición número 60 del más abarcador, monumental, promocionado y glamoroso de cuantos festivales cinematográficos ocurren en el mundo. Tan célebre, que se ha generalizado el empleo del término palmarés —en perentoria referencia a la perseguida Palma de Oro, que concede el certamen— a todos los ganadores en cualquier clase de concurso. Año tras año el festival, que tiene lugar en la Riviera francesa, se ha transformado en una suerte de Olimpo consagratorio para quienes apuestan por un cine de autor signado por la más alta calidad artística y la hondura reflexiva y humanística, como lo denotan los «palmarizados» en el siglo XXI, por no ir más lejos: La habitación del hijo (Italia, 2001); El pianista (Polonia-G.B., 2002); Elephant (EE.UU., 2003); Fahrenheit 9/11 (EE.UU., 2004); L’Enfant (Bélgica, 2005); y El viento que mueve la cebada (G.B., 2006).
Los diez días que transcurren cual ininterrumpido bucle de filmes procedentes de todos los continentes, géneros y aspiraciones, empezaron con la exhibición de My blueberry nights del realizador chino Wong Kar Wai (aplaudido a rabiar por los críticos de todo el mundo gracias, fundamentalmente, a dos títulos anteriores: In the mood for love y Happy together), quien presentó esta, su primera película en inglés, elogiando el debut como actriz de la cantante pop estadounidense Norah Jones, quien admitió estar muy asustada por encontrarse rodeada de consagrados como los británicos Jude Law y Rachel Weisz, o los norteamericanos Natalie Portman y David Strathairn, todos ávidos de ostentar en sus currículos un título al menos dirigido por quien se considera uno de los cineastas más vigorosos del mundo actual. Por si fuera poco, la excepcional fotografía es obra de Darius Khondji, y la música original la firma Ry Cooder, el cerebro creador del disco Buena Vista Social Club y de la banda sonora de París-Texas, filme también laureado en Cannes.
La película de Kar Wai es una de las 22 que se enfrentarán por la anhelada Palma de Oro, una liza donde contienden en dos grandes bloques los mejores cineastas norteamericanos con sus pares europeos. De un lado, están el bosnio Emir Kusturica, el húngaro Bela Tarr, de sorpresa el rumano Cristian Mungiu y los dos rusos Andrei Zvyagintsev y Alexandre Sokurov, además del turco-alemán Fatih Akin y el veterano austriaco Ulrich Seidl, sin olvidar la numerosa delegación francesa, que incluye a Christophe Honoré y Catherine Breillat, entre otros. Los estadounidenses quieren garantizar con autores que se saben del gusto europeo como los antes ganadores Gus Van Sant, Quentin Tarantino y los hermanos Joel y Ethan Coen, acompañados por James Gray, David Fincher y Julian Schnabel.
Los Coen contaron con Javier Bardem en el reparto de No country for old men, que supone su séptima opción a la Palma, pues ya se llevaron el galardón con su primer intento por Barton Fink (1991). El certamen también ha reconocido en dos ocasiones más como mejor director a Joel Coen, con Fargo (1996) y con El hombre que nunca estuvo allí (2001). Muy del gusto de los jurados de Cannes resulta también la obra de su compatriota Gus Van Sant, quien compite por tercera vez con Paranoid Park.
En los flancos de este «conflicto» Norte-Norte, se encuentran seis concursantes asiáticos (Kar Wai, la japonesa Naomi Kawase y los coreanos Lee Chang-dong y Kim Ki-duk, el franco-israelí Raphael Nadjari y la iraní Marjane Satrapi) además de un latinoamericano solitario, el mexicano Carlos Reygadas, polémico autor de Japón y Batalla en el cielo. Él ha tenido la suerte y el privilegio de presentar los tres largometrajes que ha realizado en diferentes secciones de esta cita. Reygadas propone esta vez Stellet licht, coproducción que se adentra en ciertas aristas misteriosas o controversiales de las comunidades menonitas de México.
Resulta cuando menos curiosa, a fuerza de excepcional, la presencia en Cannes de varias directoras. La japonesa Naomi Kawase, premiada como mejor debutante en 1997, y luego presente con cierta asiduidad en estas lides, ha conformado un drama de fondo ambientalista en El bosque de Mogari, mientras que la iraní Marjane Satrapi es la primera mujer historietista de su país y presenta en Cannes Persépolis, el primer largometraje animado que se ha producido en Irán (según informan las agencias informativas). La principal apuesta de la embajada francesa está liderada también por Une vieille maitresse, de Catherine Breillat, ambientada en el París de 1835 y visualmente inspirada en la pintura de Delacroix y en la novela galante estilo Amistades peligrosas.
Vale destacar que los cinéfilos aficionados a las obras del polémico director coreano Kim Ki-Duk (Hierro 3, El arco, Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera) tendrán ocasión de disfrutar otra vez con Breath, rodada en alrededor de diez días, para que quedara lista para Cannes, y que cuenta la historia de una mujer enamorada de un preso condenado a muerte. Según afirman algunos críticos el famoso creador repite el cuidado formal y el minimalismo conceptual de sus anteriores entregas.
El Festival de Cannes prevé otras dos secciones que con el tiempo han adquirido importancia, se trata de Un Certain Regard (Una Cierta Mirada) y Tous les Cinemas du Monde (Todos los Cines del Mundo). El propósito final de la competencia central, y de los eventos alternativos consiste en llamar la atención sobre la vitalidad y la diversidad del cine mundial en todos los formatos.
A veces se logra colocar al centro de la atención a filmes pequeños y notables; otras, se llevan el gato al agua los productos esnobistas, sofisticados o grandilocuentes. Como todos los premios que en el mundo son, la dorada palma de Cannes se inclina a favor de los más diversos vientos.