Nadia García, con su personaje Maraya Shells, se paseó por las calles de Gibara. Foto: Leandro Maceo PARECE que fue ayer, y ya el Festival Internacional de Cine Pobre cerró su quinta edición, y convocó para su sexta cita dentro de un año. Pero el pasado no fue un encuentro exclusivo del mundo cinematográfico, de aquellos que, a decir del notable realizador Humberto Solás, «defienden un cine legítimo, actuante y movilizador, altamente estético y ético, humilde en su elaboración, ajeno a todo proyecto de elitismo cultural, propiciador, en cambio, de una interacción con las diversas comunidades», sino que también devino en un evento que abrió sus puertas a todas las manifestaciones del arte.
Tanto fue así, que el director de Barrio Cuba, Lucía y Miel para Oshún, uno de esos hombres que sueñan con los pies muy bien puestos en la tierra, pretende que en lo adelante la agraciada Villa Blanca de los Cangrejos, acoja, además, un nuevo proyecto centrado en las artes plásticas. Sería algo así como la Anual de Gibara. Y como la mejor manera de decir es hacer, este quinto Festival propició que en ese pueblo de la región oriental se dieran cita creadores de la talla de Alicia Leal, Aziyadé Ruiz Vallejo, Nadia García Porras, Agustín Bejarano, Rafael Pérez Alonso y William Hernández, quienes dejaron su impronta en unos toldos que comenzarán a engrosar el patrimonio de esa ciudad del oriente del país: los Telones de Gibara.
DETRÁS DE LOS TELONESNo necesitó muchas razones para viajar hasta Holguín Rafael Pérez Alonso, uno de esos artistas «al pecho», que se distingue por la excelencia en el dibujo, aun cuando su formación sea autodidacta. «El propio Festival, su concepto, está en la misma cuerda de mi filosofía y de mi modo de actuar, además, admiro a quienes idearon el proyecto. Desde hace algún tiempo añoraba ver esta experiencia con mis propios ojos, así que mi sueño se hizo realidad», confesó el reconocido artista, quien desde La Habana venía cocinando lo que plasmaría en su telón que es cubanía a pulso y mucho cine. «Espero que a la gente le agrade», añade Rafael con esa modestia que lo caracteriza, seguro de que los gibareños sabrán apreciar en su justa medida su propuesta.
Dueño de una admirable imaginación, y autor de una obra de alto vuelo poético, donde evidencia también su absoluto dominio del dibujo, para Agustín Bejarano la espontaneidad está muy ligada al acto mismo de la creación. Y ella fue esencial para el resultado final. El artista dejó por algún que otro lado alguna de sus escaleras, sus mesas, sus hombres con alas, «toda la utopía del hombre que trata de escalarse a sí mismo, de superarse, de entenderse. Al público siempre le daré un regalo novedoso».
Agustín Bejerano trasladó a su banderola la utopía del hombre que trata de escalarse a si mismo, de superarse. De esta manera, Bejarano penetrará la atmósfera, el entorno de Gibara. «Para mí la espontaneidad es casi sinónimo de libertad, pues te aleja y protege de regulaciones y normas que no siempre le hacen bien al arte», explica este camagüeyano, que en el venidero octubre expondrá en la galería Espacio 2002, de Las Palmas, Islas Canarias.
Como Bejarano, su esposa, la reconocida pintora y grabadora Aziyadé, graduada en el ISA en 1996, también tiene experiencia en este tipo de intervenciones. De hecho, no es la primera vez que se une a otros colegas para llevar adelante un proyecto similar. Así sucedió con Estación para Cuatro, donde también estaba Nadia García Porras, que los acompañó nuevamente en esta ocasión.
Aziyadé aplaude esta idea de Humberto de convidar a creadores de diversas manifestaciones del arte, y por eso decidió dejar su mágico trazo «como patrimonio de este pueblo que se lo merece por ser un increíble anfitrión. Queríamos dejar nuestra huella en el Festival, de tal manera que estas piezas, que irán aumentando en cantidad a medida que se incorporen otros creadores, mañana (si fuese necesario) se puedan subastar para buscar recursos que ayuden al propio evento o que apoyen la reconstrucción del teatro, o contribuyan a levantar una galería, por ejemplo.
«Fue una magnífica oportunidad para comunicarnos con quienes reciben nuestro arte, y no la quise desaprovechar», comenta Aziyadé, quien halla en las ciudades de mar un estímulo para la creación artística. «En mi obra puedes encontrar series que se identifican con las divinidades, el misticismo, la vida del mar. Yo defiendo la tesis de que en la felicidad está presente el agua, el mar, el olor, el aire. Y todo eso está reflejado en mi telón».
La mujer estuvo nuevamente en el centro de la obra de la reconocida graduada de San Alejandro, Alicia Leal Alicia Leal no había participado en un proyecto como este que ahora se está fundando en Gibara, «pero sí he seguido de cerca las ediciones anteriores del Cine Pobre, porque me interesa sobremanera el trabajo que realizan en este entorno, basado en experiencias ricas y diversas, y que son muy vivificantes a la hora de la creación. Y claro, un Festival como este aúna los esfuerzos de muchos artistas de diferentes esferas, ya sabes, plásticos, cineastas, músicos. Y no hay nada más parecido a la poesía que eso», afirma esta mujer increíble, poseedora del Diploma al Mérito Artístico del ISA, y miembro de la UNEAC y de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos (AIAP), de la UNESCO. Y hermosa poesía fue asimismo su tela, donde la mujer ocupó por enésima vez el centro.
RASTRO JOVENPor su parte, fue ahora que Nadia descubrió esta tierra que embruja, y le sobraron motivaciones para hacer su banderola. «Me animó el ambiente de buen arte que se respiró por doquier, tanta gente linda, las casas, los museos, los pescadores, el mar... Como si fuera poco, tuve la oportunidad de unirme a una tropa integrada por personas con sueños similares a los míos, con mis mismos anhelos, con muy buena energía. En condiciones así vale la pena trabajar».
Nadia, que ama la naturaleza, se inspiró en ella para hacer su telón. «La pieza es un campo de grandes corazones como árboles que se mueven al ritmo del viento», pero, durante su estadía en Gibara, la García Porras, graduada en San Alejandro en la especialidad de grabado, vistió a Maraya Shells (María Caracoles); con lo cual tuvo otra oportunidad para regalar su arte por las calles de Gibara, ataviada con su indumentaria y sus típicos rolos. «Llevo alrededor de dos años trabajando en este proyecto en el que involucro a ciertas personas de la comunidad, recreando los objetos, la ropa y la vida de ellas, a partir de ese personaje».
Esta joven que incursiona en la pintura y en la fotografía, trasladó hacia Gibara los aplaudidos performances que protagonizó en la pasada 9na. Bienal de La Habana, y ya está pensando en moverse en el mundo del teatro, «algo que, lamentablemente, no se pudo concretar en el cierre de la 9na. Bienal de La Habana, pero que materializaré en breve».
Willian Hernández dejó su impronta no solo en los telones. Mientras, William Hernández prefirió crear un personaje que recordara «a alguien de esta zona», el cual cabalga sobre un plátano en forma de caballo de mar. «Quería que mi obra se conectara con este pueblo, con su parque y los árboles que lo inundan, llenos de esos frutos alargados y extraños; que mi pieza fuera, en definitiva, como el cine, donde hay imágenes, música, movimiento».
No es William de esos que se sienten por encima del bien y del mal al estar entre los precursores de los Telones de Gibara. «Ser el primero lo único que indica es que rompes, que comienzas. Lo importante es que el proyecto no se detenga, y que quien venga detrás cargue con nuestras experiencias para que el resultado sea superior».
Como en la pasada Bienal, donde «recuperó» un tronco de un árbol y resucitó a Adán y Eva, ahora Hernández hizo lo mismo. «Me atraía dejar mi rastro por estas calles» y, por supuesto, lo logró.
Tanto William como Bejarano gustan aprovechar los materiales que están al alcance de la mano, como metales desperdiciados, fibras vegetales, polvos alcalinos... para que cobren otra vida sobre el lienzo. Y para nada les preocupa que alguien piense que es arte pobre. «No lo creo. Muchas veces el resultado es muy superior, porque dice más cosas. La pobreza está en el espíritu, no en el mayor o menor empleo de recursos materiales», asegura William Hernández, en tanto que Bejarano piensa «que estos elementos, que no son usuales a la hora de concebir el arte, inspiran, te retan, te obligan realmente a crear, a hacer arte.
«Para nosotros es esencial apoyar desde la plástica al Festival de Cine Pobre. Humberto Solás desea que este gran proyecto social trascienda más allá de la pantalla de cine, por eso quiere comprometer a creadores y artistas, para que alimenten y condimenten la cultura de la gente. Y no podíamos hacer menos que acompañarlo, porque de una forma u otra somos herederos de su legado. Él ha cultivado en cada uno de nosotros el deseo de hacer arte cubano desde Cuba, desde lo más noble del cubano, enfatiza Bejarano.
«No se trata simplemente de participar sino de estar y hacerlo bien, de una manera novedosa. Se trata de entregar al pueblo de Gibara una obra que perdure, que los haga sentir orgullosos del festival y de sus artistas y creadores».