Foto: Roberto Suárez Un pedazo de Argentina en La Habana y un pedazo de La Habana en un argentino, como solícita devolución. Una joven con la misma edad de su hija desaparecida, otra que lo custodia y un pibe con nombre de príncipe que dice let it be. La Casa de las Américas, tan nombrada y tan querida, no ha sido el escenario de un encuentro que amenazó con no ser. La existencia compartida por hora y media con quien siente que poder desayunar, hablar sobre literatura y ver al mismo tiempo unos flamencos que pasan es un privilegio. El tiempo se hace circular como en los suicidios y las autobiografías, y misteriosamente, en ese cuadrante blanco que aspira a la grandeza, ha aparecido una nota que reza: A Lorenzo Ismael y María Adelaida, de Carlos y Elizabeth 30 años después.
—¿Qué espera David Viñas mientras pasa las tardes en el bar de la librería Losada fumando y subrayando con tinta roja las noticias del diario La Nación?
—Lamentablemente, se quemó la cafetería. El patrón de ese lugar era un asturiano, a cuyo padre lo fusiló el bueno del generalísimo Franco durante la Guerra Civil por ser republicano. Ahora me he corrido hasta la esquina, a otro café de la calle Corrientes que se llama La Paz, que no tiene librería. No solamente subrayo el diario La Nación, sino que fíjate, este libro que me parece considerable, polémico, nada convencional (se refiere a Cien horas con Fidel, que estaba leyendo cuando nos encontramos), está prácticamente todo subrayado. Subrayar para mí es la posibilidad de memorizar lo que voy leyendo, e incluso es una forma de buscar cuáles son los ejes de cada problema.
—Pero cuando le preguntaban qué hacía, usted respondía «fumando espero».
—Ah, porque eso es de un tango. Es una forma de decir «no me jodan». «Fumando espero» es también una referencia al gobierno de Kirchner. Desde mi perspectiva personal, Kirchner es lo mejor que puede dar la Argentina en este momento. No te diría que es un ideal, pero es un tipo considerable teniendo en cuenta lo que había antes. Ojalá radicalicen una serie de posiciones. ¿Qué quiere decir radicalizar? Que haya una democracia social. Con esto, por ahora, me conformo.
—¿Por qué insiste en comparar a Borges con Walsh?
—Walsh tiene cosas mejores que las de Borges. Existe una discusión hacia el interior de la literatura argentina que se relaciona con la división entre el itinerario personal, la biografía, el cuerpo, respecto de los textos. Ahí se establece una especie de dialéctica entre una cosa y la otra.
«Estando en España, allá por 1976, recibí la noticia lamentable de que Jorge Luis Borges acababa de recibir una condecoración de Pinochet. Luego, le hicieron una entrevista en la revista Triunfo y dijo una frase desdichada. Venía de Chile y dijo: “El General Videla lamentablemente no ha sido lo suficientemente eficaz con los Montoneros”. Yo recién recibía de Buenos Aires una carta de la madre de mis hijos diciéndome que habían secuestrado a mi hija mayor, María Adelaida, con su chiquito en el zoológico de Buenos Aires. Jamás apareció. Eso justifica que no me pueda hacer el bonachón con Borges.
«Y además, respecto a su literatura creo que sutilmente se puede demostrar que cosas muy reaccionarias la están impregnando. Creo que se ha ido produciendo un fenómeno de canonización que ha devenido “borgismo”. En este momento, se le ha convertido en una forma de culto y todas las formas de culto hay que cuestionarlas desde una perspectiva crítica.
«He planteado la posibilidad de discutir por qué me parece más trascendental la producción de Walsh que la producción de Borges. Ejemplificaba concretamente con un cuento de Borges, El Aleph, y un cuento de Rodolfo Walsh, Esa mujer. Allí hay una serie de elementos que se pueden focalizar. En El Aleph, Borges se burla de un pobre tipo, ¿qué es un pobre tipo?, es un antihéroe. Esto en Walsh no aparece. Jamás. Walsh se hace cargo del pobre tipo. ¿Quiénes son los pobres tipos en la literatura? Es Quijote, es Blum, de Ulises, es K, de Kafka, es Chaplin. La mejor literatura está hecha con pobres tipos. No con héroes fenomenales. Borges esto no lo entiende».
—Le siguen atrayendo los personajes a contrapelo, anti-rutina. ¿Cuál es la razón?
—No le creo a un tipo cuando es muy héroe, invulnerable. No me interesa porque es puramente frontal, no tiene contradicciones. Más que el invulnerable Aquiles de Homero me atrae el héroe que de pronto siente miedo en medio de la batalla y tira el escudo. Ha cambiado la concepción, se ha dialectizado el héroe. Ya no es un personaje de bronce, una estatua. Se ha convertido en un hombre.
—Dicen que el teatro es lo que usted más destaca de su obra.
—No creo que sea así, pero te diría que hay una zona muy seductora del teatro que me interesa especialmente. El lugar es muy atractivo. Todas las mediaciones que se van dando en el teatro son como una síntesis de la ciudad. Trabajás con un grupo de gente, no estás solito. Estás en una relación dialéctica muy fuerte.
—¿Qué descubre al ver su obra representada?
—Adquiere dimensión. Cada personaje adquiere una densidad. Los tipos que tú inventaste en tu mayor o menor locura de pronto se corporizan en un actor. En el teatro hay contradicciones de todo tipo, algunas duras, cotidianas, pero hay un trabajo grupal. Ahí sí que aparece la dimensión política. El teatro da la posibilidad de que la literatura adquiera una corporeidad. La literatura como tal, está insinuada, en el teatro está completada, puesta en escena.
—¿Qué temas persisten en no dejarlo en paz?
—Confieso que no tengo como proyecto vivir en paz. Sino todo lo contrario: vivir en polémica. Me aburre la paz. Me entusiasma la polémica, en cualquier nivel que sea. Incluso en una relación de pareja, una relación pacífica es más bien convencional. En la relación de pareja a nivel dialéctico es donde funciona más la cuestión erótica. Si no es un aburrimiento.
—Afirmó que su novela, Los hombres de a caballo, le otorga un lugar prioritario al Ejército en la represión y el proyecto de golpe de Estado. ¿Cómo lo explica?
—Probablemente por seducción y predominio temático, en mi obra prevalece la presencia de los militares, de lo militar en general. Esa crítica contra los militares, los soldadotes, las botas, están impregnadas de tradición liberal. El aprendizaje sería: de 1976 a 1983 están los militares, pero tenemos que ver quiénes son los ministros de Hacienda, de Finanzas, de Economía. Hay un libro sensacional del crítico francés Goldmann, que se titula El dios oculto. Los militares actúan en un momento de vacío de poder, de clase, pero en general, buscan los contactos con el poder económico. Y esto no quiere decir proponer una especie de interpretación economicista.
—¿Cree que esta época haya perdido el encanto, que nunca más regresarán los aires de lo que se ha llamado el boom latinoamericano?
—En eso hay que andar con mucha cautela. Primero el contexto. El boom latinoamericano de la literatura no se hubiera podido producir, no hubiera tenido la dimensión que tuvo en ese momento de no ser por la presencia de la Revolución Cubana. Hay todo un manejo que no deja de reconocer los valores en cada uno de los tiempos. La presencia del mercado en la difusión, en la formación del canon, fue toda una movida. También habría que hacer una lectura de la Revolución Cubana desde esa perspectiva, de cómo se convierte en un texto, y de cómo ese texto y todos sus personajes entran en las altas y bajas. El mercado es despiadado. Habría que analizarlo con una lucidez despiadada, sin ningún tipo de convención.
—Existe en Cuba un grupo de escritores, que según los críticos, están escribiendo desde el desencanto, incluso a los más nuevos se les ha calificado de descreídos y herejes.
—Uno de los elementos que habría que poner en crítica, en cuestionamiento, es hacer del boom la edad de oro. Veamos los elementos contradictorios de ese momento más allá de idealizaciones. Respecto al desencanto sucede que vos también con tu desencanto te hacés una referencia a un momento de idealización. Desencanto quiere decir que es simplemente en función de un elemento de negatividad. Me parece bien lo que implica el des, pero después hay que ver qué me propones, si me vas a repetir permanentemente lo del desencanto también me vas a hacer una cristalización, me vas a hacer una estatua de bronce de la tristeza, de la melancolía. A la quinta vez que me hables de desencanto me aburriste.
—¿Qué posición asumiría David Viñas ante el verdugo?
—La figura contraria al verdugo es la del payaso, la del bufón. Yo me convertiría en un bufón. El verdugo es el que mata, pero el bufón es el que se hace el idiota, que le dice todo al poder, se lo dice al rey. Rosas, en la historia argentina, tenía dos bufones que parecían locos. «Son locos», decían. ¿Locos? ¿Qué quiere decir loco? ¿Cuál es su discurso? Está al margen de la legalidad compulsiva, de la censura. Las Madres de Plaza de Mayo eran «locas», pero eran las únicas que decían lo que nadie se animaba a decir. El bufón es el que permanentemente opera contra la censura.
—¿Por qué ha dicho que ser un sobreviviente es un ambiguo privilegio?
—Es complicado ser un sobreviviente por la responsabilidad que tienes. Somos sobrevivientes. No nos mataron, asesinaron a muchos otros. La reflexión acerca de la responsabilidad del intelectual es para trabajarla al máximo en el contexto latinoamericano. Lo plantea Fidel. ¿Cuál es el caso de Martí? Lo han hecho una figura un poco intocable, pero es un intelectual. La figura paradigmática de un país es un intelectual. No es un tipo de uniforme, es un intelectual. En ese sentido yo lo plantearía: ¿en qué medida Martí es un pobre tipo? ¿Pero qué quiere decir un pobre tipo? ¡Vamos a discutir en Cuba qué significa eso!
«¿Qué pasó con la Unión Soviética? Se convirtieron todos en personajes. Mirad las fotos de Lenin, con su gorrita, las manos en los bolsillos, hacía cola en el teatro. Ese es el estilo socialista. El estilo socialista es el mundo de los pobres tipos.
«Otro pobre tipo es el Che. No es una estatua, no es de bronce. Lo mataron, pe-lean-do. Es lo mejor que tiene la Revolución Cubana, está hecha por pobres tipos.
«El rescate del pobre tipo quiere decir el rescate del antihéroe. Porque el otro es el personaje que te venden. El pobre tipo es dialéctico».
—Y usted, ¿es un pobre tipo?
—Desde ya, sí, yo soy un pobre tipo. Tengo contradicciones.
—¿Cuál es el acicate cuando se ha vivido tanto?
—Decir lo que nadie dice. Lo que nadie se anima a decir.
—¿Le teme a la muerte?
—Más que a la muerte le temo al deterioro. La muerte ¡paf! y al otro lado. Cuando se suicida Horacio Quiroga, una mujer, Alfonsina Storni, dijo: «Bien por tu mano firme». Firme. Y firme me muero. Está bien, viejo. Hice lo mío.