José del Toro con la cámara que lo ha acompañado durante muchos años. Foto: Ana Leyva El Capitolio de la Habana se ha convertido en un símbolo para los cubanos, y todo aquel que esté de paso por la capital ha de visitarlo para sentirse satisfecho.
De esta misma forma ya nadie podría imaginarse un recorrido por el mítico edificio sin descubrir frente a su escalinata un singular grupo de fotógrafos. Con cámaras que se burlan del paso del tiempo y la tecnología más moderna, regalan al visitante un recuerdo del lugar con sabor a pasado. El más veterano de ellos es José del Toro Lima, quien de sus 64 años ha dedicado 43 al arte de captar imágenes.
Lo vemos aparecer con una cámara centenaria al hombro, y con jovialidad y buen humor: «Ustedes pregunten todo lo que quieran, que mientras yo armo todo esto les cuento.
«Cuidado con eso», nos pide ante nuestra peligrosa cercanía a lo que no es solo un objeto de trabajo, sino parte inseparable de su vida. «La cámara es muy delicada», comenta mientras comienza a sujetar el soporte.
En su familia la profesión de fotógrafo ha sido herencia que se han legado padres e hijos de diferentes generaciones. Su abuelo ejercía durante las primeras décadas del siglo XX, y ya tiraba fotos por los alrededores antes de que fuera construida la imponente estructura.
El padre también vivió muchos años detrás del lente, y le enseñó a José las particularidades de la profesión cuando tenía 17 0 18 años. Nuestro entrevistado, por su parte, las ha transmitido a sus hijos y nietos. «Enseño a todo el que quiera aprender, pues estas cámaras no son como las demás, necesitan una mayor dedicación. La fotografía es un misterio».
Recuerda orgulloso su infancia, cuando el padre y el abuelo conocieron a José Antonio Echeverría y se convirtieron en fotógrafos del Directorio Estudiantil, o aquel 8 de enero de 1959, en el que coincidió la celebración de su decimoséptimo cumpleaños con la entrada de Fidel a La Habana.
«Antes de 1965 yo tiraba fotos en algunas escuelas y después vine a trabajar por el Capitolio. También he estado en otros lugares de La Habana Vieja y en la playa, pero siempre he regresado aquí».
No se muestra preocupado por el vertiginoso avance de la tecnología ni porque muchos de los visitantes traigan equipos propios. «Esto no se va a acabar nunca», afirma con increíble seguridad, y sus argumentos son bien sencillos.
«El éxito de lo que hacemos radica en el interés que despiertan las cámaras, pues son del año 1900, ni más ni menos. Las fotos que tiramos son en blanco y negro y tienen tremendísima calidad; además de que el lugar es de un interés inmenso para todo el que pasa por aquí, tanto cubano como extranjero».
Las partes principales de la cámara son de la marca KODAK, y la inscripción demuestra la autenticidad de la fecha de fabricación. La caja exterior «la hacemos nosotros mismos, aunque no todos los fotógrafos que trabajan aquí saben construirlas. Esta es muy pesada, y en los últimos tiempos me resulta más difícil cargarla; espero hacerme otra que pese menos, para seguir trabajando».
No es enemigo de la fotografía en colores. En ocasiones ha tirado fotos de ese tipo. Incluso, hace algunos años también se dedicaba a retratar en bodas y cumpleaños; sin embargo, se alinea por la superioridad del blanco y negro. «La fotografía en colores es bonita, y últimamente gusta mucho por el brillo y la belleza de las imágenes. Pero las fotos que nosotros tiramos aquí son para toda la vida».
En ocasiones ha tenido dificultades en su trabajo, como consecuencia de la escasez de algún material. Entonces, los amigos que ha hecho a lo largo de su profesión suelen obsequiarle papel, que tanta falta le hace.
Interrumpimos la charla momentáneamente, pues una pareja que recorre el lugar desea tomarse una foto. Y cuando nos alejamos para dejarle continuar con su labor, pide que nos acerquemos y comienza a mostrarnos cómo se desarrolla todo el proceso de revelado.
«Los reveladores y fijadores los preparo yo mismo, y el interior de la cámara funciona como un laboratorio. Por este visor, que también es muy antiguo, enfoco la imagen y trato de que la fotografía quede lo más perfecta posible.
«Muchas personas se han sorprendido al ver los montajes que podemos hacer con las fotos. Algunas han querido aparecer junto a su artista favorito y nosotros lo hacemos».
En estos 43 años ha retratado desde un transeúnte anónimo hasta importantes personalidades del panorama cubano e internacional.
«Aquí se han fotografiado desde primeros ministros hasta famosos artistas», y cita a algunos como el presidente haitiano René Preval y la cantante mexicana Alejandra Guzmán.
«También familiares de Cantinflas y de Jorge Negrete», le recuerda su compañero Eduardo Hernández Campañoni, quien colabora con él desde hace 41 años.
Pero la cámara no es lo único antiguo que tiene Joseíto, como cariñosamente le llaman quienes lo conocen. Los lentes datan de 1910, y en ocasiones utiliza el mismo papel francés que hace 60 años empleó su padre: «El mejor de aquella época», asegura.
Dice que el dinero no es su principal motivación. La gente le importa más. «Lo que más me gusta es ver que las personas quedan satisfechas con lo que hago. Me siento muy bien cuando se marchan sonrientes con su foto, e incluso cuando alguien está interesado por las características de la cámara o por saber cómo hacemos las cosas. Yo trato de explicarles sin preocuparme por el tiempo o por conseguir nuevos clientes».