Georbis Martínez (izquierda) y Héctor Eduardo Suárez participan en esta puesta de Carlos Díaz. Foto: Pepe Muriera Que Carlos Díaz es uno de nuestros más laboriosos directores teatrales es una verdad resabida. Ahora, a la longevidad de sus espectáculos con Teatro El Público, se suma la saludable decisión de hacer simultanear dos propuestas rubricadas por él. Con poco tiempo de por medio ha estrenado, en La Casona, Las relaciones de Clara y, más recientemente, Arte, en su sede habitual: el cine-teatro Trianón, de la capital.
Hace ya algunas semanas reflexioné en este mismo espacio en torno al primero de estos montajes. Esa es la razón de que el último de ellos, cuyo punto de partida es un texto de la dramaturga argelina Yazmina Reza, acapare hoy mi atención.
En Arte la autora acude a mecanismos propios de la alta comedia, e incluso de la comedia de salón. La insistencia en las alusiones, la apelación a la sutileza y la propia situación dramática donde predomina el intercambio inteligente, confirman esta aseveración. Aunque en ocasiones aparece la frase soez; el humor grueso, el choteo, las astracanadas o los ardides propios de la parodia, no forman parte de los recursos humorísticos de que se vale la dramaturga.
Reza se inclina por adentrarnos en el mundo de la opinión. Aquí, el conflicto es de ideas, quienes se enfrentan son el snobismo y la sinceridad. A partir de un peculiar cuadro, tres personajes emiten criterios que en un inicio son de índole estética, pero luego desembocan en cruciales revelaciones en torno a las bases de su amistad. Sus actitudes, que oscilan entre la afectación y la franqueza, pasando por el afán conciliador, devienen reflejo de sus respectivas naturalezas y, al mismo tiempo, operan como efectivo instrumento crítico.
Carlos Díaz fragua un montaje signado por la sencillez. El director hace énfasis en el trabajo con los actores. Ellos son el eje de una puesta que opta por respetar el texto y poner en evidencia sus puntos de contacto con nuestra realidad. Este detalle, aporta un toque del «color local» que tipifica a la comedia, lo cual unido a los constantes guiños que apuntan tanto al contexto intelectual cubano, como a claves propias del conjunto, se convierten en elemento activador de la risa. Las soluciones encontradas resaltan por su eficacia. El accionar se ubica al centro del escenario casi exclusivamente. No asistimos ahora a la complejidad de movimientos o la exhuberancia visual de otras ocasiones. El propósito de Díaz es dejar fluir libremente el conflicto y acercarlo al espectador con claridad.
Roberto Ramos concibe el ámbito escénico como un sitio aséptico. El vestuario —también diseñado por Ramos—, el mobiliario, las columnas truncas y hasta el piso, son blancos. La coincidencia del color y las formas sugieren a un tiempo limpieza y uniformidad. La escenografía opta por referirnos las equivalencias entre el sitio en que se desarrollan los acontecimientos y la esencia de estos. Las luces de Manolo Garriga apoyan este propósito. Los tonos utilizados persiguen enfatizar el ambiente entre acogedor y futurista que reflejan las tablas. La intención del creador es facilitarle al espectador la comprensión de la fábula. Nitidez y precisión signan el discurso visual de Arte.
En la faena de los actores es apreciable la verdad con que enfrentan sus roles. Otro aspecto destacable lo constituye el atinado acercamiento a referentes reales cercanos al espectador, detalle que constituye un legítimo y atractivo gancho. Héctor Eduardo Suárez apela a la franqueza y aporta un tono burlón, directo, que contrasta con el aire sutil predominante. Es de notar el gráfico y expresivo trabajo que realiza con las manos y la máscara facial. Georbis Martínez subraya la ingenuidad de un individuo empeñado en sobresalir a toda costa. El intérprete labora con gracia e inteligencia convenciendo con su propuesta. Alexis Díaz de Villegas enfatiza el carácter contradictorio de un ser pusilánime y conciliador a toda costa. Sus principales argumentos resultan el trabajo corporal y la utilización de poses y gestos ilustrativos y gráficos, que muestran los vaivenes y encrucijadas a los que constantemente se enfrenta debido a su volubilidad.
Con Arte Carlos Díaz se detiene a reflexionar sobre actitudes y vicios que son sometidos a discusión a través del humor. Acercarlos a nuestras circunstancias termina siendo uno de sus más palpables aciertos. El director de El Público se mueve con soltura en un género que tradicionalmente ha gozado de gran aceptación por parte del espectador cubano y que, lamentablemente, no cuenta actualmente con la presencia que debiera. La calidad de un elenco compuesto por tres excelentes actores y el acople alcanzado con el resto del equipo de creadores que lo secunda, hacen de este un espectáculo divertido, perspicaz y con una envidiable capacidad de convocatoria.