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Una valoración sobre tres filmes grandes

Se trata de El cielo de Suely (Brasil) y las argentinas El custodio y Crónica de una fuga

Autor:

Randol Peresalas

El argentino Rodrigo Moreno ganó el Coral de dirección por El custodio Anoche cerró oficialmente sus puertas el 28 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Sin embargo, y como se ha hecho una grata costumbre, aún algunas salas continúan proyectando los filmes premiados. Tres de ellos, todos de gran calibre, suscitaron comentarios muy favorables por parte de cinéfilos y críticos.

El cielo de Suely, de Karim Aïnouz (Brasil), resultó el Primer Premio Coral de ficción. La historia de una joven que regresa al pueblo natal con un hijo en brazos, su reencuentro con el pasado rural y con aquellos personajes que una vez la entusiasmaron, cuenta asimismo, desde el borde de la subjetividad, los avatares de la inocencia, obnubilada por un amor deslucido que le impide la progresión como ser humano.

La cinta de Aïnouz (Madame Satá), recoge con precisión los detalles más significativos que revelan la inercia de esta muchacha —interpretada soberbiamente por Hermila Guedes (y muy bien premiada también por el jurado)—, en la medida en que denuncia esa ingenuidad con la cual rifa su cuerpo, o que expone con sobriedad su incapacidad momentánea para reconocer el amor verdadero, que a su vez sabe de la espera, pero también del cansancio.

Mediante una fotografía realista y un guión bien trazado, el tiempo que se toma la protagonista para emprender nuevamente el vuelo a la gran ciudad, discurre con gran armonía y un número de énfasis adecuado. El contraste visual y sonoro entre la noche y el día, por ejemplo, anuncia continuamente esa batalla solitaria que libra y su incorregible voluntad, aun en medio de la asfixia.

Y fue el diseño sonoro, precisamente, lo que más me atrajo del filme argentino Crónica de una fuga. Firmada por Israel Adrián Caetano, este regreso soez y meticuloso al hecho de la tortura y los miedos que desencadena, se descubre a través de una elocuente fotografía, donde el peso de la atmósfera aplasta al espectador. La tensión llega hasta los huesos y la identificación con los fugitivos es casi automática.

Aunque el valor fundamental de esta crónica radica en el testimonio real de aquellos jóvenes enfrentados a la crueldad pura, en tanto es modesta su contribución a las dimensiones históricas que comporta una de las dictaduras militares más sangrientas del continente, su focalización en lo psicológico es apreciable desde diversos puntos de vista. Las vueltas que experimenta la cámara sobre su eje, digamos, ilustrando el encierro y la angustia que este supone, pueden verse como una cruda metáfora de la impotencia de las víctimas y de la irracionalidad de sus verdugos. De ese modo, Caetano propone una reflexión «en caliente», un «ven y mira» que no admite indiferencias.

Otra cinta que impresionó de veras fue El custodio, del también argentino Rodrigo Moreno. Valiéndose de una anécdota pequeña, narrada con elegancia y cálculo de Maestro —Moreno es un gran profesor de cine, según tengo entendido—, el realizador ha querido sondear al ser retraído y silencioso que puede llegar a ser impredecible. Rubén, el personaje principal, es un devoto guardián del Ministro de Planeamiento. Si este entra a una reunión, aquel lo espera con paciencia; si el hombre quiere serle infiel a su esposa, Rubén lo cubre como el mejor francotirador.

De exquisita puede calificarse la labor de Moreno, al dirigir con extremo cuidado a sus actores y la composición de las escenas, pero sobre todo, al potenciar el lucimiento de una fotografía que lo dice prácticamente todo. La manipulación del lente es sencillamente impresionante, no solo por la parte técnica, sino también por la gama tan amplia de significados que evoca. El momento donde el ministro le pide (¿o le ordena?) a Rubén que dibuje a un visitante de paso, alcanza su máximo esplendor cuando el fiel custodio se aleja por el jardín y la imagen se desenfoca, dejando ver entonces la dimensión real del protagonista: el fondo, lo secundario, lo ambiguo; Rubén no es más que una figura borrosa ante la mirada de su jefe.

La tranquilidad espiritual de este guardaespaldas, quien se revela como un sujeto lúcido y sensible, termina siendo socavada por circunstancias que lo trascienden —una hermana loca, una sobrina mediocre que quiere ser cantante—, por una frustración muda que anuncia soterradamente una tragedia. Moreno consiguió un soberbio retrato existencial, en el cual se nos hace casi imposible dar un veredicto justo sobre el acto final del protagonista. Tal vez por ello nos parezca tan lógico, como a Rubén, que antes de pensar en las consecuencias del crimen que se cometió en nuestras narices, lo mejor es contemplar el mar, por primera y última vez.

Tres películas grandes. Tres momentos de inestimable satisfacción que nos dejó el festival de diciembre.

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