De noche excepcional puede calificarse la del martes pasado en el Gran Teatro de La Habana, como parte del 20 Festival Ana Laguna y Mats EK en Potato. Foto: Calixto N. Llanes Internacional de Ballet. Un público especialmente eufórico, aguardó impaciente los estrenos que prometía el programa, y, una vez concluidos, los aplaudió calurosamente. Tanto el lirismo de ese clásico indiscutible que es Las sílfides, de Mijaíl Fokín, centrado por Joel Carreño, Yolanda Correa, Ivis Díaz y Sadaise Arencibia, como el ardor de los españoles de Farruquito y familia, fueron muy oportunos para abrir y cerrar la función, respectivamente.
Las sorpresas, por otro lado, se concentraron en el medio del espectáculo. Tres estrenos en Cuba y uno mundial matizaron la lluviosa velada, mientras un arrollador paso a dos, Diana y Acteón, bailado por Viensay Valdés y Carlos Acosta, irrumpió con fragor y dignidad, para dividir criterios, pero, por sobre todas las cosas, para granjearse el respaldo incondicional de la mayoría de los asistentes. Sobre lo ocurrido con estos valerosos artistas, sobrepuestos hasta lo imposible dadas las circunstancias, hay mucha tela por donde cortar. Solo me limitaré, de momento, a agradecer infinitamente el empeño de ambos —sobre todo el de ella.
Una hora antes el telón se corría para mostrar un fragmento de Mayerling, obra del célebre coreógrafo escocés Kenneth MacMillan. Aunque la escena seleccionada —la del suicidio de Rodolfo de Habsburgo, luego de dar muerte a la joven María— no me pareció la más acertada para integrar el programa, es indudable que surtió efectos. El cubano Carlos Acosta y la australiana Leane Benjamín, primera figura del Royal Ballet de Londres, lucieron inmejorables en sus interpretaciones. No solo marcaron con gracia cada una de las intenciones previstas por MacMillan en su erótica y violenta danza, sino que también ejecutaron con precisión y presteza. Otro tanto sucedió con el español Ricardo Cervera, primer solista de la compañía británica, quien aprovechó sus pocos minutos en escena para derrochar clase y sensibilidad.
El estreno mundial corrió a cargo del norteamericano James Kelly, con una pieza concebida especialmente para el Ballet Nacional de Cuba: A través de tus ojos. A mi entender, esta vez Kelly fue mucho más lejos que cuando montara Sinfonía para nueve hombres el pasado festival. Percibo una búsqueda más concreta en torno al movimiento y al espacio que lo guarda de modo efímero. El vestuario de Ricardo Reymena fue apoyado por un calculado diseño de luces, lo que permitió advertir con holgura el juego tácito de Kelly con el op art y las inflexiones de lo cinético. No obstante, creo también que su fuerte es la coreografía para hombres. Con ellos recrea más, explora mejor.
La palabra sublime la he querido reservar para lo que, a mi juicio, fue la mayor sorpresa de la noche: el maestro Mats Ek y la subyugante bailarina Ana Laguna. Memory, primero, y Potato, después, constituyeron dos momentos inolvidables. La hondura filosófica de Memory, su trazado armonioso de los pasos en relación con los objetos, hacen de ella una hermosa y cruel metáfora del amor hastiado. La rutina que los ahoga, y los obliga a andar en círculos interminables, es revelada con una irrestricta vocación de genio. La tragedia lo mina todo y la atmósfera se carga cuando hombre y mujer reconocen, a su pesar, que se aman y odian a la vez.
Es entonces cuando cobra más sentido Potato, la otra pequeña maravilla. En un espacio vacío, ambos personajes son víctimas de la cotidianidad, de su peso enquistado por años de insatisfacciones. La jaba de papas que él deja caer en brazos de ella, dice más que un tratado psicológico de las relaciones maritales. Y es ahí mismo, también, cuando emerge el talento indescifrable de Mats Ek: la conversión conflictiva de lo ordinario, en un acto trascendente, luminoso.
Luego de una noche así, el lector imaginará que a este humilde redactor solo le quedan fuerzas para recuperarse. Para nada más. Fue una función larga, pero valió la pena. El festival, como dice un amigo, toma cuerpo.