Quien vive tan de cerca las corrientes de la historia no solo será capaz de recordarla, la hará suya Autor: Ares Publicado: 10/06/2025 | 08:35 pm
Regresé de Dos Ríos, hace ya unas semanas, con el estremecimiento del silencio sagrado de ese lugar donde José Martí, el más universal de los cubanos, cayó para renacer en la eternidad. Pisar ese suelo es rencontrarse con la esencia misma de la Patria. Es sentir, en la piel y en el alma, la grandeza de la historia.
A solo metros del obelisco que marca el sitio de la caída del Apóstol ocurrió el 19 de mayo último otro emotivo, patriótico y lleno de enseñanzas encuentro con la historia. En apenas cinco meses se han repetido diez citas como estas que han reunido a las nuevas generaciones en lugares donde se forjó la nación. Diez oportunidades para tocar las piedras que fueron testigos de momentos cumbres de nuestro devenir, para escuchar el eco de las voces que decidieron el destino de Cuba.
Bajo la sombra de La Plata, en el corazón de la Sierra Maestra, allí donde, pese a los años transcurridos, se descubre, hasta en el aire tibio a veces, o muy frío en otras, la energía guerrillera de Fidel y su tropa rebelde, comenzó el 9 de enero esta secuencia de encuentros con nuestra memoria que, en todos los casos, devienen pláticas signadas por la pasión, el cariño y la honestidad.
En cada uno, como un guía que sabe que la historia no se enseña, se vive, ha estado el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, junto a otros dirigentes de la Revolución. Y como él ha dicho, estos son diálogos que «aportan en lo emocional, en las convicciones, en lo formativo, por la energía que da estar en estos lugares y beber de la savia de esa historia para las cosas que tenemos que enfrentar hoy».
No son simples actos conmemorativos, protocolares, son lecciones de vida, inyecciones de convicción. Mientras más ocurren más se afirma que vivir este tipo de experiencias es crucial para los jóvenes; más cuando la historia no se defiende solo con discursos, sino con emociones, con identidad, con esa savia que nutre el espíritu revolucionario.
En tiempos en que nuestra historia y su enseñanza han estado en el candelero, en un mundo donde el imperialismo intenta borrar nuestra memoria, donde las redes sociales distorsionan la verdad, donde algunos pretenden diluir el relato histórico, sus contornos o vaciarlo de significado, crece una iniciativa que enlaza nuestro pasado glorioso con los dilemas de la actualidad.
Ello es más urgente cuando no hemos sido siempre capaces de que los jóvenes cubanos se apasionen por la historia, en no pocos lugares solo vista como una asignatura que es preciso aprobar y nada más. Estudios y análisis alertaron que, aunque en la educación primaria parece motivar más, en la medida en que se escala en edad y en el sistema educativo no ocurre lo mismo, y a veces se percibe como «muela o teque». Cuánto hemos fallado entonces en la educación de los sentimientos…
Lo vivido estos meses demuestra que no basta con leer en los libros, por ejemplo, sobre el desembarco en Playita de Cajobabo, donde Martí, Gómez y sus compañeros llegaron bajo la lluvia y el oleaje, en una noche de abril de 1895. Hay que estar allí, frente a esas rocas imponentes, sentir la fuerza inconmensurable del mar y de la naturaleza que los recibió, para imaginar el júbilo de pisar tierra cubana en aquel desembarco.
«Dicha grande», escribió Martí en su diario. Y dicha grande es también para los que hoy, como expedicionarios del siglo XXI, tenemos el privilegio de revivir instantes como esos. Quien vive tan de cerca las corrientes de la historia no solo será capaz de recordarla, la hará suya.
El Presidente lo dijo con palabras que deben repetirse: «Dicha grande por tener esa historia. Dicha grande porque estamos viviendo este momento que es decisivo, en el que tenemos que defender la Revolución y el mayor aporte de todas las generaciones que estamos participando en el proceso de la Revolución es hacerla perdurar con compromiso, con lealtad, con fidelidad y con valentía».
Esa dicha conlleva un deber: el de multiplicarla. No podemos permitir que lo vivido en estos encuentros quede en una anécdota. Debemos ser transmisores, contar lo que vimos, lo que sentimos, hacer que otros experimenten esa misma pasión. Llevar lo aprendido a las aulas, a la fábrica, al surco, a los barrios, a las redes sociales digitales; que los encuentros sean también en la provincia, en el municipio, en esa Patria chica que todos tenemos donde residimos.
La historia no solo es para atesorarla y disfrutarla en los textos, los monumentos o los museos que, a tono con estas ideas renovadoras en su aprendizaje y apropiación, requieren sus propias revisitaciones. Hay que lograr que el devenir patrio sea como un fuego, que mientras más se conozca y reviva arda en el pecho, como lo hizo en los pechos de quienes lo sacrificaron todo para levantarla.
Recordemos aquel acto en Playita de Cajobabo, donde Fidel, cien años después, llegó en una noche igualmente oscura, con la bandera en alto, y dijo: «Esa es la emoción que sentía yo en el momento en que allí los esperaba con la bandera y soñando que esa escena la repitan igual las futuras generaciones de siglo en siglo.
«Que sean iguales que las generaciones que las precedieron, en primer lugar, la generación que inició nuestra lucha por la independencia. Y las generaciones que continuaron esa lucha. Las generaciones que se enfrentan hoy a difíciles circunstancias para mantener en alto esa bandera y libre a la Patria. Que sean como esa. Es mucho pedir. Pero lo pedimos. Que sean mejores es pedir más. Pero lo esperamos», aspiró con toda la autoridad moral para hacerlo.
Ello es también lo que se espera de estas expediciones a los altares sagrados de la Patria cubana, porque la Revolución se defiende con la energía, la estoicidad y la conciencia de quienes, como Martí o Fidel supieron que morir por la Patria es también vivir para ella.
Que cada joven que se involucre en estas celebraciones peculiares, que camine por Dos Ríos, por Baraguá, por San Lorenzo, por El Uvero, por el mal llamado Presidio Modelo de Isla de la Juventud o cualesquiera de las rutas patrióticas de Cuba, como ha sucedido en estos meses, salga con la conciencia de que está recibiendo una antorcha.
Por eso, cuando Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el continuador al frente de la Revolución, habla de «compromiso, lealtad, fidelidad y valentía», no lo hace desde la nostalgia, sino desde la urgencia de un presente que pone en riesgo las luchas de generaciones.
Parte de la respuesta está en esa llama patriótica y justiciera que cada joven debe llevar dentro. Cuba necesita que sus hijos no solo conozcan su historia, sino que la sientan, la vivan, la amen. Por eso, regresar de Dos Ríos no es solo volver de un viaje, es traer en el alma el peso y la luz de la historia, es también una interpelación constante a las nuevas generaciones: ¿Qué estamos haciendo con el legado de quienes nos dieron una Patria para defenderla y empinarla?
Cuando los héroes se quedan solos, incluso olvidados, sobre los pedestales, o cuando los hechos se convierten en referencias frías de textos, clases y museos, la llama que los hizo sustancia reparadora para la vida de los pueblos se apaga sin remedio. Por ello, Cuba busca hoy, y lo necesitará siempre, mantener ardiente esa flama.