Cuando estas líneas aparezcan, en unos cuantos hogares cubanos estarán pensando en la flor que le pondrán o le lanzarán al mar a Camilo. Es muy probable, casi seguro, que esa búsqueda, ese pensamiento, se hará con algún apagón de por medio, con un conteo de haber qué se compra y si el dinero alcanza para terminar el mes. Y, aun así, en medio de la tormenta de la electricidad y del día a día, seguirán buscando la flor.
Pudiera parece algo cursi. Una ridiculez. Un sentimentalismo. Tal vez hasta digan que todo ese homenaje, el que se hará en el país, es un acto de propaganda, vestido de doble moral; porque, de seguro (muchos o unos cuantos o los que sean) estarán esperando el parole para irse del país.
Lo que no dirán —o tratarán, como se dice en buen cubano, de darle la vuelta— es atender a una cuestión. Una sola. ¿Por qué, a pesar de los pesares, este pueblo sigue queriendo a Camilo? ¿Qué tenía él para que lo quisieran tanto, incluso, la mayoría, los que no lo conocieron?
Un día el Che escribió que Camilo no tenía la cultura de los libros, pero poseía la inteligencia natural del pueblo, que lo había elegido entre miles para ponerlo en ese lugar adonde llegó con golpes de audacia, con tesón, con inteligencia y con devoción sin par. La idea es conmovedora y dice mucho, pero de seguro hay más.
Porque detrás de cada héroe siempre aparece el aura romántica, que intenta ocultar al héroe real: al de carne y hueso, al que se crece en los momentos más disímiles desde la duda, el que debe enfrentar momentos muy complejos que lo desafían, y eso es algo que el Che también recordó, esta vez en un discurso, pronunciado el 28 de octubre de 1964 en el Ministerio de la Construcción.
Ese día el Guerrillero Heroico explicó que las historias de las revoluciones guardan una parte no pública, la que transcurre en medio de luchas intestinas, de ambiciones, de desconocimientos mutuos, de mal querellas y donde se necesita, en esos momentos, una mente pura, con una autoridad basada no solo en la inteligencia, sino también en la fuerza del ejemplo, que sepa limar asperezas y unir voluntades en aras del bien común.
Y la persona que muchas veces logró esa unidad fue Camilo. ¿Conocemos esos detalles? ¿Cuáles fueron esos momentos? ¿Qué dijo y a quiénes? En esas confesiones del Che, donde una vez más lo calificó como el mejor de todos ellos, se nos aparece un héroe desconocido, alejado de los pedestales. El otro: el héroe real.
Cabe preguntarse, si lo traemos a la actualidad, que es tan dramática y donde hay tanto en juego, ¿cómo actuaría el Señor de la Vanguardia en estos momentos? Desde las vivencias de quienes compartieron con él, de seguro que no se comportaría como esos entiesados en las alturas y renuentes a escuchar a los de abajo, aunque en los informes y a sus superiores les digan lo contrario.
Mucho menos actuaría desde la cómoda postura del francotirador, de criticar todo lo que le parece o le dicta el ego, sin ningún atisbo de responsabilidad; mucho más cuando se dice que es revolucionario o, al menos, una persona de izquierda.
Si Camilo logró superar las malquerellas y lograr la unidad entre sus compañeros, fue porque daba el ejemplo, porque sabía escuchar a los otros (y escuchar para aprender de ellos) y porque era consecuente con su forma de pensar. Y eso lo percibía este pueblo; que si algo ha tenido siempre, ha sido esa suspicacia para oler a los oportunistas en la distancia.
Mucho menos ese hombre jovial, de broma y picardía constante, estaría con el «modo lamento», ese nuevo estado emocional que perpetúa las quejas para respaldar el inmovilismo y la inercia que dicen condenar. El jefe que era capaz de escapar de un cerco de 600 soldados con solo 20 combatientes no se quedaría de brazos cruzados, permitiendo la normalización de los problemas.
Por eso y por otras muchas cosas más, que no caben en poco más de 720 palabras, es que para Camilo se busca una flor. Porque él es una esperanza a la cual aferrarse. Parece sencillo, pero no lo es. Nunca lo ha sido y ahí, en momentos duros, siempre ha estado él. El héroe verdadero.