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El regreso de los hijos (sentimentalmente) pródigos

Tanto como ser jóvenes de hoy, regocija que generaciones anteriores retomen, de vez en cuando, el sendero de lozanías que las trajo hasta su actual madurez humana, profesional y patriótica. Un grupo de los graduados de 1985 en la Escuela Vocacional de Camagüey completó recientemente tal periplo de emociones

Autor:

Enrique Milanés León

Es verdad, lo confirma la ciencia: una megaestrella musical ha concitado por estos meses tal hazaña de público que los movimientos de sus fanáticos ocasionaron en más de un sitio sismos de magnitud dos, perceptibles a kilómetros de los conciertos. Sin ninguna Taylor Swift en el paisaje ni multitudes que la ovacionen, en la franja norte de la ciudad de Camagüey pasó algo similar, pero «a la cubana»: un puñado de miembros de la octava graduación de la Escuela Vocacional General Máximo Gómez se rencontró el día 13 de septiembre en «el lugar de los besos» y produjo una intensa sacudida… solo que de corazones.

Esas son las diferencias entre la tienda y el alma que nos dejó entender José Martí sembrándolas en el surco profundo de una carta a la niña María Mantilla, de modo que es probable que ante el abrazo de 63 de los 353 graduados en 1985 hasta al General en Jefe del Ejército Libertador, que vela en una colina por el bien de la escuela, se le erizara la piel de sus enjutos brazos de bronce.

Han pasado cuatro años desde que Geovel Orozco, graduado residente en Rusia, fomentó la creación del grupo de WhatsApp que hoy tiene 99 miembros. Sin decisiones desde afuera, condicionamientos divisorios ni fronteras de ningún tipo, juntan sensibilidades y recursos en bien de los «muchachos» y profesores, pero sobre todo de la escuela, siempre la escuela, bajo la premisa no de la crítica, sino de la cooperación. ¿Por qué? Porque no olvidan la mano que les dio de comer ni el pensamiento que les dio de crear.

Este alumno correctamente uniformado y llegado de Moscú tiene... 57 años.

Como en otros planteles, la historia es hermosa: hacía solo 19 días que Fidel había cumplido 50 años cuando el 1ro. de septiembre de 1976 inauguró, en su plenitud de líder, una escuela plena como él, que exigía apenas un requisito de acceso. ¡Qué requisito, por cierto: ingresarían los mejores!

¡Y los mejores entraron! Buena parte de ellos se apresta a celebrar con la dirección de la escuela y sus alumnos, en 2026, no solo los 50 de esta Vocacional —que tendrá entonces la edad que tenía el padre que la creó—, sino el primer centenario de Fidel Castro en la historia del mundo. La 50ma. graduación, fruto fresco de esa fecha, se cuece en las aulas del ahora Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas.

Junto a los más arraigados, que aún viven en territorios de Camagüey, Ciego de Ávila y Las Tunas, asistieron graduados desde otras provincias de acogida y, también, de Rusia, España y Estados Unidos. Con la hermandad intacta, celebraron la permanencia de profesores de la época —quienes fueron reconocidos—, el rescate de algunas áreas y el avance de la hornada de nuevos estudiantes.

El almuerzo en la escuela, 39 años después.

En general, componen parte del paisaje de los profesionales, técnicos y trabajadores de Cuba, así que unos cuantos siguen una vida muy humilde pese a rebosar saberes: optaron por el precio de enrolar su suerte a la suerte marinera de su tierra y eso entraña sacrificios. Llenos de inconformidades y certezas en torno a la hora actual de la patria, suscriben unas y otras desde una obra personal palpable y comprometida con el pueblo que pagó la antesala a sus carreras sin preguntarles quiénes eran sus padres o cuánto dinero tenían.

«…¡Ay de los pueblos sin escuela!», advertía el Apóstol. La frase parece circundarlos. Cuando se quiebra una escuela cae un ladrillo de la nación, así que cuando se restaura otra se pulen el repello y el fino que sustenta nuestra estirpe. Tanto o más que áreas e inmuebles, graduados como estos se preocupan por preservar los colores en el trozo que les toca en el gran lienzo de la cubanía.

El valor del encuentro reside entonces en que fue más que un ejercicio de arqueología de afectos. Exigió, para concretarse con recursos propios, un tejido de acciones capaces de conjurar las emboscadas del mal en las redes sociales y las abundantes trampas del odio. Porque si en algún momento, en los inicios, alguien intentó enturbiar las aguas del grupo con algún hilo de agravio, enseguida se impuso la mejor política, la del abrazo entre cubanos para que luego cada cual sacara cuenta de cómo se cosecha amor.

Una estampa de cafetería de los maravillosos 80.

Hubo estampas singulares, como que Geovel llegara de Moscú no solo vestido, a sus 57 años, como impecable alumno  vocacional, sino que además viniera con algunos accesorios de respaldo para el evento… ¡acompañado por su esposa e hijo rusos! Otra amiga, Julith, trajo de España pelotas y mallas no para apretar más a sus hermanos —¡qué bastantes nudos tienen ya por deshacer!—, sino para los aros de las mismas canchas de baloncesto que antes un grupito había limpiado de maleza, pintado y acondicionado.

En tanto, Idalmis, llegada de Estados Unidos, parecía conjurar las posibles «malas lenguas» que suelen vigilar nuestros contactos con la sonrisa transparente que tenía en los 80. Desde lejos, Alexander envió los pulóveres con el distintivo del encuentro y Ana María Álvarez, Ñico Bourne y Herlán Varona apoyaron de otras maneras.

Hubo cuentos de todo color, actuados lo mismo por Pipo Eliécer, el profe de Física que no hace caso a la gravedad,  que por alguno de los bromistas que volvieron 39 años después. Un clásico local: el de cierta aventura equina con final feliz; otro, el gas de abolengo docente no recogido en la tabla periódica de Mendeléiev. Se recordó a peculiares cuidadores de exámenes, a los dueños de seudónimos únicos, también fugas puntuales, amoríos prohibidos, estampas agrarias y urbanas… lo normal mientras se empina una generación porque de eso, y de entrega, están hechos los cubanos.

Es así, cada rostro de egresado completa el mural del grupo.

Como para otros, José Martí, ese profe que les acompaña, pareció escribir para ellos: «…¡desventurado el que no sabe agradecer!». La octava graduación de la Vocacional de Camagüey se confiesa agradecida: los intensos trabajos voluntarios guiados por Noel Iraola en bien de las áreas deportivas y del «mecenazgo» en torno al mural pintado para la ocasión por el profesor Bienvenido Letford, la ardua coordinación de Belkys Valdés, Nivia Alcaraz y Dania Rubante para alistar el programa y recaudar lo aportado desde Cuba y el extranjero y el respaldo para concretar el encuentro de Anisia Martínez y Mayra Barroso —hay muchos activistas más, por supuesto—, son apenas la punta de un gran iceberg de esfuerzo que mantiene su «temperatura».

¿Conseguirán, ellos solos, un milagro? Es seguro que no; también lo es que no es eso lo que buscan, pero el gesto, marcado por la siembra de un árbol, rebasa el mero encuentro social —que otros, por ejemplo, han hecho en centros recreativos, lejos de la escuela— para reflejar su voluntad mambisa de no entenderse con cierto desentendimiento con las cosas de Cuba que no deja de crecer… ¡en Cuba! Más que armar un trabalenguas, la sentencia traba la nación. El primer argumento de quien exige avances debe ser entenderse primero con la patria.

Por fortuna, no son los únicos, en el país ni en la provincia, preocupados por el surco desde donde se empinaron. Como de la tierra natal, cualquiera tiene la opción de irse de una escuela, pero lo realmente importante es que la escuela, tanto como esa tierra, permanezca en su interior. Da igual el sitio: incluso dentro de los límites de Cuba, el que pierde la patria del pecho jamás sintió escuela verdadera.

En primer plano, el organizador Noel Iraola en la entrega de reconocimientos a cinco profesores.

Martí compartía estas elecciones tan suyas: «Si me preguntan cuál es la palabra más bella, diré que es “patria”: —y si me preguntan por otra, casi tan bella como “patria”, diré— “amistad”». De eso se trató el encuentro, de abrazarse entre hermanos y afincarse, unidos, en la tierra que los nutre.

Puede asomar un incrédulo: «¿Qué cubano no sabe que lo que hay que preservar es el país?». ¡Ah, pero el país comienza a salvarse desde sus escuelas! Incluso el aula más pequeña es capaz de producir un sismo de emociones que jamás alcanzarían los artistas milmillonarios del mundo. ¡Bendita Vocacional que, como leyendo la carta a María Mantilla, en lugar de cuentas de la tienda, mostró el camino a la vocación del alma!

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