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Batista, más allá del golpe

El 10 de marzo de 1952 significó el apretón de tuerca de las torceduras de una República maniatada, donde Fulgencio Batista fue una de sus expresiones más acabadas y dolorosas, aun cuando otros hoy lo quieran olvidar

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Decían quienes lo conocieron de cerca o vivieron sus años o le siguieron la pista de sus andanzas, que en Cuba no había mayor antibatistiano que el propio Fulgencio Batista y Zaldívar. Ante el asombro por tal afirmación, las explicaciones se volvían convincentes por la lógica descarnada y pragmática que hay detrás de ella.

Batista, contaban, era antibatistiano porque en los momentos más difíciles y de mayor amenaza para su persona era capaz de ir contra él mismo, de renunciar a todo, de echarse para atrás en lo que fuera con tal de salvar la vida y ponerse a resguardo.

En la etapa final de la guerra, en diciembre de 1958, ante un amplio auditorio de jefes expresó que se pondría el uniforme y marcharía a dirigir las operaciones militares. Los que no lo conocían llegaron al júbilo. «Ahora sí se va a acabar esto», proclamaban con fuerza.

En cambio, los que lo conocían bien y de atrás (de cuando era Beno, Mulato Lindo, el sargento taquígrafo o el coronel Batista de la década del 30), suspiraron hondo para decir bajito, muy suave, pero muy convencidos: «Ahora sí se va». En una de esas movidas de sorpresa —afirman que hasta para los propios complotados—, Batista dio un golpe de Estado el 10 de marzo de 1952 a unas pocas semanas de las elecciones presidenciales.

Aquella era de seis años y unos meses fue de los momentos más intensos de Cuba. Muchas cosas cambiaron, muchas personas murieron y a partir de 1959 el país fue totalmente otro. No solo por el triunfo revolucionario. También fue otro porque la manera de entender las relaciones personales, la música, la literatura, las formas de vestir, la vida y hasta la política estaban cambiando.

Los historiadores podrán hablar mucho más en ese sentido y nos atreveríamos a asegurar que aún queda mucho por apuntar para comprender cabalmente la complejidad de aquellos tiempos y la multitud de matices de la personalidad de Batista.

Una de las razones de esa necesidad se encuentra en los maniqueísmos con los que se suelen mirar esos años. Detrás de la polaridad de buenos y malos se esconde el peligro de las simplificaciones y de omitir al país real. Esa caricatura dejaría fuera muchas aristas, que al final tributarían a la injusticia de empequeñecer lo que hizo este pueblo en la década de 1950.

Desdibujaría, primero, al hombre astuto y con dotes de aparentar lo que otros querían que aparentara; un tipo con una inteligencia fina para organizar y con la osadía suficiente para desplazar a quien tuviera que apartar. También dejaría fuera otras cuestiones más profundas: los sectores de poder que lo apoyaban y que él muy conscientemente representaba.

Ese maniqueísmo se resentiría al explicar, por ejemplo, el alto nivel de vehículos y objetos de consumo que la propia dictadura acentuó para afianzarse en el mando, porque era la vía para consolidar lo que realmente tenía el poder en Cuba: el gran capital norteamericano.

Tampoco esas simplificaciones podrían explicar a cabalidad por qué razón el golpe de Estado triunfó con tanta facilidad si la Cuba de esos tiempos tenía una institucionalidad con una Constitución joven (cumpliría 12 años en 1952).

Esa misma caricaturización, junto con los métodos soporíferos de enseñar la Historia, es la que genera estereotipos, con sus vacíos de conocimientos, y sirve en bandeja de plata el trigo necesario para la campaña de demonización de la Revolución Cubana a través de imágenes rutilantes de comercios, avenidas y construcciones de la época batistiana.

Detrás de todo eso aparece la omisión mayúscula: el régimen de terror. ¿Eso era algo nuevo? ¿O, por el contrario, formaban parte de toda una mentalidad represiva de la República neocolonial, palpable en la masacre de los Independientes de Color en la guerra de 1912, entre otros episodios que no se mencionan tanto?

¿Por qué Batista (dígase también determinados militares y funcionarios en los distintos niveles del aparato estatal) mandaba a matar con tanta facilidad?

Eso es lo que significó, entre otras cosas el 10 de marzo de 1952: el apretón de tuerca de las torceduras de una República maniatada, donde Fulgencio Batista fue una de sus expresiones más acabadas y dolorosas. Aun cuando otros hoy lo quieran olvidar.

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