SANTA CLARA, Villa Clara.— Aquella enorme multitud, conmovida pero orgullosa de atesorar para siempre al Comandante Che Guevara en esta tierra, lo sintió quemando la brisa con soles de primavera, como le cantó el poeta. Era el 17 de octubre de 1997 hace 25 años.
El anuncio del descubrimiento de sus restos en junio de 1997, en Bolivia, junto a otros seis compañeros en el viejo aeropuerto de Valle Grande, en una fosa común, estremeció a la Isla, porque uno de sus hijos universales reposaría en la Patria que tanto amó y por la que tanto hizo.
Después vino aquel tributo sin precedentes, inicialmente en La Habana, luego en el trayecto hasta la Sala Caturla, de la Biblioteca Provincial Martí, de esta ciudad, donde miles de villaclareños le rindieron tributo desde el 14 y hasta el 17.
Ese último día se efectuaron las honras fúnebres en la Plaza, donde Fidel pronunció un emotivo discurso para recibir al Destacamento de Refuerzo, como lo calificó y encendió la llama eterna que los dignifica.
En aquellas jornadas, que marcaron la historia de esta provincia y, especialmente, de esta ciudad, cada cual expresó en silencio o en bajísima voz su mensaje póstumo; hubo lágrimas viriles y un hondo pesar, pero sobre todo constituyó una muestra de esa fe en que su ejemplo y convicciones nos señalarían el camino de hasta La victoria siempre.
La víspera Osnay Miguel Colina, primer secretario del Partido en Villa Clara y el gobernador Alberto López Díaz, encabezaron el homenaje junto a representantes de la Juventud y de las demás organizaciones de masas, las FAR y el MININT.
Primero fue en la Sala Caturla de la Biblioteca José Martí, por donde desfilaron miles de personas ante los restos del Che Guevara y un grupo de sus compañeros de la guerrilla boliviana. Después en el Complejo Escultórico en el cual tras el pase de lista a los caídos y colocaron una flor en cada uno de los nichos.
La relación entrañable de Ernesto Guevara y esta ciudad, donde escribió la página más brillante de su genio militar, quedó atrapada también en esa canción Hasta siempre, Comandante, profética, por aquello de que «aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia». Y esto resulta uno de los grandes orgullos de los revolucionarios de verdadera fibra.