La histórica Plaza de la Revolución Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz es escenario de importantes acontecimientos en la provincia de Camagüey. Autor: Rodolfo Blanco Cué Publicado: 11/10/2022 | 09:39 am
Camagüey.— Como le hemos prometido a nuestros lectores JR les vuelve a entregar, cada mes, desde el pasado 11 de mayo, una nueva historia sobre el prócer camagüeyano, El Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, quien a pesar del tiempo transcurrido sigue sorprendiendo por su impronta, liderazgo y hombre excepcional.
La significativa fecha una de las más tristes y lamentables en la historia de la Patria perpetúa desde aquel 1873, hace 149 años, la caída en combate de Agramonte, en El Potrero de Jimaguayú, en el municipio de Vertientes, de esta ciudad legendaria.
La serie Agramonte: Más allá de la leyenda, surge para rendir tributo permanente al hijo de Camagüey, y rememorar durante todo un año, el 150 Aniversario de este fatídico suceso, en 2023.
Esta vez develaremos algunos pasajes protagonizados por el héroe antes y durante del estallido de la guerra necesaria por la libertad de Cuba y hasta descripciones físicas de quien fuere, incluso en vida, una leyenda entre los habitantes de la ciudad que lo vio convertirse en el campo de la beligerancia en el «cabecilla de más importancia», según consta en el periódico El Gorrión, el 12 de mayo de 1973.
Desde un lenguaje coloquial y fecundo de un acercamiento preñado de admiración y amor hacia Ignacio dos mujeres únicas en su vida, por ser una su adorada esposa, Francisca Margarita Amalia Simoni Argilagos, y la otra, su amiga, Aurelia Castillo de González, excelsa escritora y periodista cubana, se escriben estas líneas sobre el «Heroico hijo», tal cual lo designó el presidente de la República de Cuba en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, el 8 de julio de 1873.
Se refrenda en la «joya literaria» escrita por la escritora, Ignacio Agramonte en la vida privada[1], en su contracarátula, «Un día, perdido ya en el tiempo, dos mujeres tejieron la leyenda de un hombre. Amalia Simoni confió a Aurelia Castillo los retazos de vida que de Ignacio Agramonte guardaba, para que trascendieran el olvido. Juntas hilvanaron los recuerdos y el verbo fue naciendo en la palabra. Ávidamente recogió Aurelia cada frase y contó la historia, la de Ignacio, la de Amalia».
El texto, también anecdótico, perdurable y de valor excepcional por su bella narrativa, la cual sustentada en los afectos más profundos rescata al héroe del mito proverbial de ser un «superhombre», para encumbrarlo como uno especial.
Contar algunos de los pasajes recreados por Castillo de González en esta «reliquia verbal» del hombre enamorado, del caballero, del amigo, del luchador y del abogado, es el tema que nos ocupa en esta quinta propuesta de nuestro diario, la cual no deja de ser un desafío, porque el ejemplar, con más de un siglo de su primera emisión en 1912, retrata la magnitud épica y hasta desafiante del «Ídolo de los camagüeyanos», sobrenombre otorgado por el doctor Félix Figueredo Díaz, brigadier y jefe de sanidad del Ejército Oriental, el 23 de julio de 1873.
La autora en las primeras líneas de su obra asegura que conoció a El Mayor siendo un estudiante de Derecho en la Universidad de La Habana. «Me parece verle. Era alto, delgado muy pálido —no con palidez enfermiza, sino más bien, así podemos pensarlo ahora, con palidez de fuertes energías reconcentradas—; su cabeza era apolínea; sus cabellos castaños, finos y lacios, sus pardos ojos velados como los de Washington; su boca "pequeña y llena", como las que se ve en las representaciones de Marte, y sombreada apenas por fino bigote; su voz firme. … ya bien adelantada la guerra, la vida agitada de campaña le dió[2] robustez, hermosos colores y finas patillas; más nunca espesa barba, como se ha visto en un retrato que del guerrero existe, o ha existido…».
Sobre esta barbilla asignada por un pintor de la época la autora aclara con vehemencia un enfoque que lejos de criticar su desliz lo razona con ética atemperada a los pensamientos sociales de entonces, incluso logra admirar el desacierto del creador, «…se le regaló, —se refiere a la barba—, impresionado sin duda el artista por el mito de Sansón y otros forzudos dioses y semidioses, no creyendo compatibles el mucho valor y las escasas barbas».
Casa natal de El Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, ubicada en el corazón del Camagüey Legendario, convertida en museo en la que generaciones de agramontinos y agramontinas no solo lo visitan, sino que también rinden homenaje al prócer revolucionario. Foto: Rodolfo Blanco Cué
Sobre si Agramonte era tenaz antes y durante el estallido de la guerra de independencia, Aurelia asevera, «Y de que era valiente, ya empezaba a dar muestras desde antes de la guerra. Se recuerda de él un hecho caballeresco: su llamada aparte y dura increpación a un militar español por haber éste tomado una silla en que apoya el pie cierta señorita que no interesaba especialmente a Agramonte. …, y el hecho ocurrió en un salón de baile. El militar, cuya acción, impensada acaso, hizo hasta perder el equilibrio a la joven, dio sus escusas, y pudo creerse que aquello no pasaría de allí…».
Imaginen el final de aquella afrenta, la cual fue a parar nada menos que en duelo de honor, en el que el militar e Ignacio salieron heridos. «Agramonte de un pinchazo en el cuello, pero habiendo puesto fuera de combate al militar, que era todo un valiente y que elogió su pericia y serenidad, con lo cual quedaron buenos amigos. En aquellos tiempos cualquier cosa hacía saltar una chispa entre españoles y cubanos», narra la periodista Castillo.
La literata resalta al héroe como un hombre de cultura excepcional, esa que se cultiva en la cuna, en la familia, «Distinguíase además Agramonte por su educación esmeradísima, por su trato respetuoso, por su seriedad, por su intachable conducta. Estaba exento de vicios y lleno de virtudes; y ni la sombra de una mancha permitió jamás que pasase sobre el limpísimo cristal de su honor».
Y como un caballero y amigo era sin dudas el más atento y considerado, «Yo fui —perdóneseme la jactancia— una de sus amigas predilectas. Cuando en bailes nos encontrábamos, jamás dejó de bailar conmigo, cuando en reuniones, siempre se acercaba a saludarme».
Otras anécdotas y pasajes se resguardan como tesoro en las páginas de Ignacio Agramonte en la vida privada, las cuales servirán de motivaciones en lo adelante para los artículos de Juventud Rebelde.
Y mientras ya se redactan las próximas entregas de esta serie solo les adelantaré que en su tesis de grado para optar por el título de Licenciado en Derecho, en la Universidad de La Habana, el prócer dejó el sabor manifiesto de su anticolonialismo y en lo que luego se convertiría en el «Coloso genio militar», como lo describió, el 21 de febrero de 1921, el brigadier cubano y escritor Enrique Collazo Tejada.
«… y Agramonte, aunque de familia distinguida y que disfrutaba de posición desahogada, no contaba por entonces más que con su carrera de abogado; notable desde luego, pues había llamado ya poderosamente la atención en La Habana al desarrollar su tesis de grado para obtener el de licenciado. … en el latía con todo vigor el espíritu de la Revolución Francesa. Los anhelos de libertad, los ataques al Gobierno colonial no se disimulaban», devela la Castillo.
En la defensa de su título consta, según palabras de Aurelia, «…"La Asamblea Constituyente francesa de 1971 proclamó, entre los demás derechos del hombre el de la resistencia a la opresión…."; "… pero tarde o temprano, cuando los hombres, conociendo sus derechos violados, se propongan reivindicarlos, irá el estruendo del cañón a anunciarles que cesó su letal dominación"».
Todo ello ocurrió el 8 de febrero de febrero de 1862, más de seis años antes de la guerra necesaria por la independencia de la patria. Agramonte solo tenía 21 años, y ya le declaraba la «guerra» abierta al gobierno dominante español.
Aurelia Castillo representa en cortas, pero profundas palabras lo que aquel momento significó para la Cuba de entonces, « … Esto era levantarse la visera ante el señor dueño, presentar el pecho desnudo: era poner bien en evidencia su grande valor cívico, del que afirma Paul Doumer con tan grande autoridad en su magnífico Livre de mes fils que es "el más difícil y el más raro"…. Los patriotas revolucionarios de la Habana debieron de reconocer en el instante uno de los suyos en aquel brioso mancebo».
[1] Este texto sería reproducido por la Editora Política, en 1990, que toma como referencias los Escritos de Aurelia Castillo de González, editados por la Imprenta del Siglo XX, en 1913-1914; con una primera emisión en 1912.
[2] En todo el trabajo se respeta la ortografía del original
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