De izquierda a derecha: José Antonio Echeverría, Fidel Castro y René Anillo durante la primera visita de José Antonio a México, donde redactan y firman la Carta de México. Autor: Archivo de JR Publicado: 28/08/2021 | 10:15 pm
El análisis de las dificultades, obstáculos e incomprensiones que rodearon la perenne aspiración de unidad revolucionaria durante el enfrentamiento a la dictadura batistiana facilitará la extracción de lecciones muy valiosas para nuestros retos presentes y por venir.
En los meses posteriores al 26 de julio de 1953 se desarrollaron, teniendo como centros el núcleo inicial de asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes y el movimiento estudiantil revolucionario de la Universidad de La Habana, dos campos insurreccionales paralelos que desembocarían en 1955 en el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario, respectivamente.
Así, mientras Fidel Castro Ruz se dedicó, desde la prisión y el exilio, a reorganizar a sus seguidores y difundir las ideas revolucionarias por las cuales habían ido al Moncada, en la Universidad se fue polarizando un grupo de estudiantes radicales alrededor de José Antonio Echeverría, dispuesto a incorporarse a cualquier acción contra la dictadura, y con la intención de llegar a la máxima dirección de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) para desde allí facilitar y darles mayor impulso a los planes de lucha armada. La elección de José Antonio Echeverría como presidente de la organización, el 19 de abril de 1955, significó el fortalecimiento del proyecto de una Federación más revolucionaria y combativa.
Es en el contexto de surgimiento y consolidación del Directorio Revolucionario y de la creciente autoridad nacional del movimiento estudiantil revolucionario, convertido en la práctica en vanguardia de la línea insurreccional dentro de Cuba, que deben considerarse los pronunciamientos de José Antonio al iniciar 1956, cuando decía: «El año próximo de 1956 será el de la total liberación de Cuba» o que su lucha «no se limitará a un simple cambio de nombre en el régimen».
El líder estudiantil no estaba repitiendo las declaraciones de Fidel: «en el año 1956 seremos libres o seremos mártires» o «el pueblo cubano desea algo más que un simple cambio de mandos», sino coincidiendo, desde su propia perspectiva, en la necesidad de la insurrección y el rechazo a las transacciones politiqueras.
Frente a la sucesión de desastres para la causa insurreccional en el primer semestre de 1956 (el aborto de la conspiración militar de los Puros, el fracaso del asalto al cuartel Goicuría, la frustración del intento auténtico de un atentado a Batista), que reforzaba la idea de inviabilidad de los esfuerzos individuales y aislados, por muy heroicos que fuesen, el Directorio Revolucionario lanzó en junio un reclamo de unidad a las organizaciones partidarias de la lucha armada, donde les proponía la coordinación de esfuerzos «como la forma más eficaz y posible de la unidad».
A pesar de que el Movimiento 26 de Julio había manifestado su disposición a coordinar sus esfuerzos con otros sectores insurreccionales, prefería lograr la unidad a través de la consolidación de su «hegemonía revolucionaria»:
«(…) nuestro deber es trabajar cada día con mayor intensidad de modo que a la vuelta de dos meses sea indiscutible nuestra hegemonía revolucionaria. Ningún revolucionario sincero dejará de volver hacia nosotros sus ojos, milite donde milite; ya para entonces no habrá que hablar de coordinación de esfuerzos, sino de aceptación llana y simple de que la dirección revolucionaria ha cambiado de manos y a su nueva estrategia, disciplina y programa tendrán que subordinarse todos los demás factores».
Pero el apresamiento de Fidel en México junto a varios de sus compañeros el 20 de junio, y el consiguiente descenso en la recaudación de fondos, provocaron dificultades financieras y materiales que pusieron en peligro la preparación de la expedición armada y el cumplimiento de la promesa de libertad o martirio en 1956. La coyuntura lo llevó a aceptar ofertas de ayuda de la zona insurreccional auténtica y a anunciar desde la prisión un viraje táctico:
«(…) es necesario unir, sin excepciones ni exclusivismos de ninguna índole, a todos los cubanos que quieran combatir. El Movimiento 26 de Julio, que conserva intactas todas sus fuerzas, su espíritu de lucha, proclama la necesidad de unir todos los hombres, todas las armas y todos los recursos, frente a la tiranía que nos divide, nos persigue y nos asesina por separado. La dispersión de las fuerzas es la muerte de la Revolución; la unión de todos los revolucionarios es la muerte de la dictadura».
Aunque Fidel en varias ocasiones había dicho que a las puertas de los malversadores solo tocaría después de la victoria, y que con el dinero de los auténticos no se podía hacer la Revolución, a medida que avanzaba 1956 había dejado abierta la posibilidad de contar con su ayuda, «pasos que habíamos dejado solo para circunstancias de imperiosa necesidad».
Como parte de los esfuerzos de unidad que realizaba el Directorio Revolucionario, cuyo objetivo era la coordinación entre todos los sectores insurreccionales, y precedido por el giro táctico en la política unitaria del Movimiento 26 de Julio, a finales de agosto de 1956 se produjo en México el encuentro entre Fidel Castro y José Antonio Echeverría.
El diálogo entre las dos figuras principales de la nueva generación revolucionaria tuvo lugar en la tarde del 28 de agosto de 1956 y duró hasta las primeras horas del día siguiente. Después del intercambio, Fidel propuso y redactó en su totalidad el documento en el cual quedaron refrendados los acuerdos a los que habían llegado y los temas abordados. La Carta de México, suscrita por Fidel Castro en representación del Movimiento 26 de Julio, y José Antonio Echeverría por la Federación Estudiantil Universitaria, expresaba el compromiso de aunar los esfuerzos de ambas organizaciones en un plan único de acciones armadas para derrocar a la tiranía y hacer la Revolución.
Acordaron como estrategia común «la insurrección, secundada por la huelga general en todo el país», y reafirmaron a 1956 como el plazo para realizarla. Llamaron a la unidad de «las fuerzas revolucionarias, morales y cívicas del país, a los estudiantes, los obreros y las organizaciones juveniles, y a todos los hombres dignos de Cuba, para que nos secunden en esta lucha», y declararon que la Revolución debía nacer libre de ataduras y compromisos, para llevar a cabo «un programa de justicia social, de libertad y democracia».
El texto resumía las posturas políticas en las que habían convergido los firmantes en el último año y medio. Además de la línea insurreccional y los objetivos transformadores de la Revolución, otros asuntos en los que habían sostenido perspectivas similares encontraron reflejo en la Carta. Uno era el rechazo, tanto a las elecciones parciales convocadas por la dictadura como a la oposición que en «actitud entreguista y traidora» pretendía participar en ellas, y a la que persistía en la tentativa «inútil» e «infame» de suplicar soluciones pacíficas. Otro, la condena a las conspiraciones con apoyo del tirano dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina, entre oficiales batistianos y entre ciertas zonas del insurreccionalismo auténtico, en las que se había querido involucrar a la FEU y el Movimiento 26 de Julio para restarles apoyo popular.
La Carta de México unía, política y públicamente, a los dos sectores que con más firmeza y coherencia habían sostenido la tesis insurreccional, en demostraciones de calle y en la opinión pública; los que simbolizaban la nueva generación, y que perseguían cambios sociales profundos. José Antonio y Fidel representaban a organizaciones con su propio acumulado de batallas, tradiciones y opciones tácticas. Y ambas reclamaban su puesto en la primera línea de combate.
El 27 de noviembre de 1955, en las palabras pronunciadas frente a la emigración cubana de Tampa, en el salón de la Unión de Obreros Metalúrgicos, Fidel había declarado: «Si Batista se obstina en mancillar la historia de Cuba, el pueblo se verá obligado a derribarle y nosotros iremos en la vanguardia».Un día después, en reunión de la FEU en el Salón de los Mártires, había afirmado José Antonio: «Ha llegado el momento de ocupar el puesto que nos corresponde a la vanguardia de la lucha contra la dictadura».
Más allá del acuerdo concreto para combatir juntos, con una fecha fija de cumplimiento, antes de que finalizara 1956, la Carta de México constituye la declaración de principios de una generación que proclamó su coincidencia en los objetivos de transformación revolucionaria que la animaban, y la decisión de luchar hasta las últimas consecuencias para lograrlos.
* Doctor en Ciencias Históricas, jefe del Departamento de Patrimonio en la Universidad de Oriente y presidente de su Cátedra Honorífica para el estudio del pensamiento y la obra de Fidel