El joven Luis Rodolfo Acosta, de 31 años, es un especialista en la fabricación de losas. Autor: Juan Morales Agüero Publicado: 09/06/2021 | 08:34 pm
LAS TUNAS.— Desde que era pequeño, Silvestre Vargas Ramírez intuyó que el arte ocuparía un espacio importante en su existencia. En efecto, mientras otros niños retozaban y hacían diabluras, él prefería pintar y tallar.
Pero la vida suele dar inesperados golpes de timón. Así, aquel niño creció, estudió, eligió… Un día, en lugar de un título de artista, se encontró recibiendo uno de ingeniero agrónomo.
«Trabajé durante un tiempo en instituciones agrícolas, hasta que tuve que abandonar la profesión por problemas de salud —recuerda hoy, desde la distancia de sus 68 años—. Fue entonces cuando comencé a tomarme en serio mi verdadera vocación, y lo hice, inicialmente, en la filial tunera de la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA). Pedí que me aceptaran como miembro. No hubo ningún reparo».
En los predios de esa organización, Silvestre Vargas le dio curso a su fantasía creativa. En sus manos comenzaron a nacer esculturas de madera y metal, trabajos con coral negro, miniaturas de diferentes tipos, cintos y carteras de pieles repujadas. Incursionó, además, en la joyería y la orfebrería… Un día, un artesano amigo le habló de las losas coloniales. Y desde entonces se enamoró de su factura.
Un poco de historia
Llamamos mosaico a la pieza de cemento utilizada para cubrir los pisos de los inmuebles. Pero, en su concepción originaria, se denomina mosaico a la obra artística creada sobre una superficie con pequeños fragmentos de cerámica, vidrio, piedra y otros materiales de distintas formas y colores. Se compone con motivos geométricos o figurativos y abordan temas como la religión o la propia vida.
En Cuba, los mosaicos de cemento tienen una larga data. Su fábrica fundacional debutó en 1886 y fueron inmigrantes españoles los que la pusieron a producir. Se especializaron en elementos de perfiles constructivos y decorativos, como azulejos, tejas y losas. El arte estuvo presente en los diseños coloniales estilo Art Nouveau y Art Deco. Algunos inmuebles habaneros conservan todavía sus evidencias.
Silvestre Vargas conocía esa historia y la comentó con su amigo artesano. Sí, fabricar losas coloniales era toda una tentación. Supo de una máquina abandonada en condiciones de recuperarse. La rescató, la instaló y la puso a producir. Primero fue a cielo abierto, en el patio de su casa. Luego fue levantando paredes hasta armar su taller actual.
«Aprendí a hacer losas coloniales entre traspiés y aciertos —admite—. Pero siempre indagando y buscando información. Mi producción comenzó a adquirir notoriedad. Así fue como me vinculé con la filial holguinera del Fondo Cubano de Bienes Culturales y con Emprestur del territorio, que comenzaba el remozamiento de sus hoteles para potenciar el turismo».
¿Cómo se hace una losa colonial?
Las losas coloniales se obtienen a partir de moldes previamente diseñados. Se estructuran con flejes metálicos unidos por soldaduras de bronce y trabajados a mano hasta conseguir las figuras deseadas. Las medidas tienen que ser milimétricamente exactas, para que las piezas se articulen bien entre sí cuando se colocan. Silvestre Vargas cuenta con 56 moldes diferentes, concebidos y hechos por él.
«Las losas coloniales se fabrican con materiales como el polvo de piedra, que debe ser de primera calidad y sin impurezas
—explica—. También marmolina y arena de sílice, ambas
difíciles de conseguir. Junto con el feldespato, le proporcionan
brillo y dureza a la capa de deslizamiento o desgaste. Todos se emplean con granulometría y dosificación diferentes al mezclarse con el cemento».
La fabricación comienza cuando se derrama colorante en forma de pasta acuosa dentro de los cepos del molde. Luego se agrega una mezcla de polvo de piedra y cemento, encargada de absorber la humedad de la pasta. Por último, va una capa gruesa —también de polvo de piedra y cemento— pero con una granulación superior.
El toque final se lo da la prensa, que comprime la mezcla y termina de extraerle la humedad. Entonces la losa se retira definitivamente del molde, con sus dibujos bien visibles, y se coloca en unos soportes de madera por espacio de 10-12 horas hasta que concluya su secado. La norma cubana recomienda utilizarla constructivamente no antes de 21 días después de terminada. Silvestre Vargas asegura que se ha anticipado a esa exhortación con buenos resultados.
«Mi losas miden 20 centímetros por lado, con un grosor de 29 milímetros y tres libras de peso —agrega el artesano—. Cada cuatro unidades forman una figura. La producción va dirigida al sector turístico. ¡Soñamos con exportarlas un día! En la última Ronda de Negocios, organizada por el Departamento de Comercio Exterior, Inversión Extranjera y Cooperación Internacional de Las Tunas, nuestro proyecto figuró entre los cuatro escogidos con esa perspectiva. De hecho, ya establecimos
relación con el grupo español Nolla, uno de los más prestigiosos en Europa en este giro».
El destino de las losas
En el taller de Silvestre Vargas se han fabricado decenas de miles de losas para restaurar hoteles en diferentes lugares de Cuba. La primera instalación que las exhibió más allá de Las Tunas fue el Ocio Club, un centro recreativo para niños en Gibara. Le siguieron los hoteles Plaza Colón y Bahía Almirante, en la también llamada Villa Blanca.
Silvestre asegura que fabricar losas coloniales es una manera de hacer arte.
«Varias instalaciones de la ciudad de Holguín contrataron nuestras losas coloniales —acota el artesano—. Entre ellas cito la Casa Natal de Calixto García, el Centro de Arte, la Casa Lalita Curbelo, los hoteles Saratoga y Esmeralda… En Bayamo las colocamos en el hotel Telégrafo y hasta en la villaclareña Sagua la Grande hacen acto de presencia».
Según Silvestre Vargas, las losas coloniales de su taller son resistentes, pues en los traslados hasta sus destinos se quiebran muy pocas. Un lote que envió a La Habana con motivo de sus 500 años llegó prácticamente ileso. Las pocas que cedieron fue por mala manipulación. Él es exigente y vela por los cuidados. Incluso, en el acto de ponerlas.
«Los encargados de colocar las losas en los pisos no deben olvidar los dos milímetros de separación entre ellas y que cada cuatro conformen el dibujo —precisa—. Nunca se ajustan con rudeza, sino con golpes suaves, para evitar dañarlas. La actitud artística debe prevalecer en todo momento».
Además de fabricar losas coloniales, el equipo de Silvestre Vargas también las restaura. «En ocasiones encontramos un piso en buen estado, pero con algunas losas dañadas. Nos preguntan si somos capaces de replicarlas con sus mismos colores y diseños. Eso lleva estudio y trabajo, porque los pigmentos de aquella época no son los mismos de hoy. Pero aceptamos el desafío y casi siempre lo resolvemos».
Silvestre Vargas y su equipo
Junto con el exitoso artesano labora un grupo de jóvenes que ha convertido la fabricación de losas coloniales en un ejercicio de calidad y estética. Luis Rodolfo Acosta es uno de ellos. A sus 31 años de edad es ya un competente especialista, con unas manos prodigiosas para la labor.
«Con Silvestre Vargas llevo ya siete años y con él he aprendido una barbaridad —apunta—. Cuando llegué sabía algo, pues había trabajado en esto con el Estado. Pero, en cuanto a arte, esta ha sido mi verdadera escuela. Para que salga bien, una losa no solo exige calma y tiempo, sino también amor. Este es un oficio que me gusta. ¡No he desempeñado otro! Es bueno saber que mi trabajo gusta».
Silvestre Vargas hace planes para incrementar su producción y colocarla allende las fronteras. Su proyecto ya ostenta un nombre: Artesanía Vargas. Junto a sus muchachos, tiene puestas sus neuronas y su cotidianidad en ese objetivo. Sus losas son coloniales, pero no lo son sus propósitos. Y de eso se trata, de ponerse a la altura de estos tiempos.