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La Ciénaga de Zapata jamás volverá al olvido

Los poco más de 10 000 cenagueros cuentan con los principales servicios de salud hasta en los más recónditos parajes

Autor:

Hugo García

CIÉNAGA DE ZAPATA, Matanzas.— Enfermarse era una sentencia. Amanecer con un rasguño, una picadura de alimaña o mordida de cocodrilo, con neumonía, fiebre u otra dolencia, te podía llevar directo a la tumba. Así de simple, aunque parezca increíble. Esa era la Ciénaga de Zapata hace más de 60 años.

La ignorancia y el olvido eran los parientes más cercanos de la Península de Zapata. «Un insólito pueblo dentro de la sociedad cubana (…) casi un pueblo de la época prehistórica (…) con costumbres primitivas, pueblo sujeto a grandes privaciones y a peligros constantes», relató el escritor Samuel Feijóo en 1952.

Muchas veces lo hemos visitado en estas décadas y constatamos la otra cara de este pretérito insólito pueblo dentro de Cuba.

Huérfana de salud

«La gran huérfana absoluta de la Ciénaga fue la salud. Existía insalubridad y proliferaban enfermedades propagadas por los mosquitos. Los facultativos más cercanos estaban en Jagüey Grande y Aguada de Pasajeros, lo que representaba distancias difíciles de salvar en la mayoría de los casos», cuenta la máster Clara Enma Chávez Álvarez, investigadora matancera, quien a principios de la Revolución visitó aquellos parajes inhóspitos.

«A veces los enfermos eran transportados en cachuchas y parihuelas por las vías acuáticas, no siempre con un final feliz», acota la especialista.

«En la Ciénaga de Zapata ante cada epidemia o a raíz de los estragos provocados por un desastre atmosférico, la muerte se cernía sobre los más desafortunados. Ocurrió así en 1918, cuando se propagó el paludismo.

«Un año más tarde, la fiebre tifoidea causó altos índices de mortalidad, y a inicios de la década de los 40 un brote de encefalitis equina tomó tal fuerza, que las autoridades sanitarias no pudieron mantenerse ajenas a la tragedia. En esa oportunidad recomendaron desarrollar una campaña de vacunación y fumigación. Sin embargo, pese a las denuncias por la lentitud y poca efectividad de esas medidas, no se obtuvieron los resultados esperados», recuerda Chávez Álvarez.

«En 1932, como secuela del paso de un ciclón apareció otra epidemia de tifoidea. El daño mayor tuvo lugar en el batey de Cayo Ramona. Muchos enfermos graves pudieron ser trasladados hacia Aguada de Pasajeros y Cienfuegos, pero las muertes fueron cuantiosas. Las huellas se aprecian aún en las toscas inscripciones de numerosas lápidas del cementerio de ese poblado.

«Otro gran impacto fue el del huracán de 1952. Provocó un gran número de víctimas no solo por las secuelas, sino por los heridos que quedaron atrapados y sin recurso alguno para salvar sus vidas», nos dice Chávez Álvarez.

Bienvenido Roig Chirino, primer secretario del Partido en la Ciénaga, expresó a este diario que si antes de 1959 hubiese ocurrido una pandemia como la COVID-19, no hubiese quedado nadie vivo en esos parajes: «Yo soy nacido en la Ciénaga y desde pequeño he oído las historias tristes de tanto abandono, no existía sistema de salud, no había médicos», refiere el joven cenaguero.

Roig Chirino acota que desde el inicio de la pandemia se han puesto en función del cumplimiento de las medidas de bioseguridad y las pesquisas los doce consultorios del Médico y la enfermera de la familia, además del policlínico de Playa Larga y la extensión de un centro de salud en Cayo Ramona.

El doctor Orestes Acosta Iglesias, director municipal de Salud, pondera las acciones que ha desarrollado el territorio para el enfrentamiento a la COVID-19, aún en las zonas de difícil acceso como La Ceiba, Guasasa y Santo Tomás.

«Somos el municipio con menos casos en la provincia desde el comienzo de la pandemia: 32 positivos, de ellos nueve importados, al cierre de este 12 de abril», refiere el especialista en Medicina General Integral.

«Una pandemia como esta antes de la Revolución hubiese sido un desastre epidemiológico de inimaginables consecuencias para esta comunidad», asiente el médico.

Hoy el territorio cuenta con cuatro centros de aislamiento, con capacidad para 185 sospechosos, además de valerse del ingreso domiciliario si lo ameritan los casos. En uno de ellos se ha dado cobija a personas de otros municipios que han venido a sanar a la Ciénaga, irónica vuelta de rueda en la historia de este territorio. 

Promesas 

Los resultados de una encuesta aplicada en ese territorio en la década de los 80 hablan de aquel abandono y dureza de la vida en la región antes del triunfo revolucionario.

«Del total de consultados, solo 18 (el 23 por ciento), declararon haber recibido asistencia médica al menos en una ocasión, antes de 1959, y todos coincidieron en que se curaban con remedios caseros, con la ayuda de vecinos conocedores de la medicina tradicional», precisa Chávez Álvarez, autora de varios textos sobre esta temática.

«La carencia de iglesias, registros civiles y libros de asentamientos en cementerios que permitieran inscribir los nacimientos y defunciones, formaron parte de la realidad del hombre del mégano. Por ello numerosos estudiosos de esa realidad afirman que en ese territorio el nacer y el morir quedaban solo grabados en la memoria de los dolientes».

«Con el paso del huracán de 1952, durante el cual cientos de cenagueros quedaron incomunicados y sin posibilidades de recibir al menos primeros auxilios, el Estado “descubrió” que la Ciénaga necesitaba una institución de socorros. El 11 de abril de 1953, una publicación de la época, El Comercio, anunció la construcción de un hospital de emergencias en Cayo Ramona, apadrinado por la esposa del dictador Fulgencio Batista. El proyecto se ejecutaría con un presupuesto de 17 427 pesos, capital sobrante de los créditos concedidos para los damnificados por el ciclón antes mencionado», narra la investigadora.

«La prensa local desplegó una gran publicidad y abundaron los halagos hacia los promotores. Dos meses después no se hablaba del plan, como ocurrió a inicios de 1940 cuando Batista, desde la presidencia, prometió por primera vez una empresa similar», comenta la también historiadora matancera.

«La construcción del hospital constituyó otro de los sucios negocios del Gobierno. En las instalaciones a medio terminar ofreció “servicios” un enfermero durante muy poco tiempo. El lugar quedó abandonado y se destinó a la crianza de cerdos. Mientras, el personal médico cobraba en las nóminas de la provincia de Cienfuegos sin conocer la supuesta entidad asistencial.

«Al comienzo de la segunda mitad del siglo XX, el territorio cenaguero solo disponía de un botiquín en Cayo Ramona, propiedad de Pedro García Duarte, dedicado a la venta de medicamentos para las enfermedades más comunes. Existía otro localizado en la vivienda de Eustaquia Mejías Benítez, en Santo Tomás, que ofrecía productos destinados a brindar los primeros auxilios», concluye Chávez Álvarez.

Llegó el Comandante 

La Ciénaga de Zapata resultó el pasado año el territorio más integral en el funcionamiento de la Salud Pública en la provincia de Matanzas, avalado por mantener en cero desde 2019 la tasa de mortalidad infantil y materna.

La realidad actual contrasta abismalmente con las estadísticas propiciadas por Chávez Álvarez: «En 1958 ese indicador ascendió a 75 por cada mil nacidos vivos, más del doble de la del país, calculada en 32,5, y por encima de la reportada en la provincia de Matanzas, de 45».

El director municipal de Salud aseguró que esos resultados son fruto del sostenido trabajo de sus profesionales en los doce consultorios. El programa dirigido a embarazadas y recién nacidos, el PAMI, vela también por la disminución del índice de Bajo Peso al nacer de los infantes, que responde al aumento de gestantes con riesgo obstétrico, por edad fundamentalmente.

En el sureño municipio laboran 487 trabajadores de la Salud y se brinda asistencia de Cirugía menor, Pediatría, Ginecobstetricia, Oftalmología y Medicina interna. «Los especialistas viajan a zonas de difícil acceso y además tenemos rayos X y un equipo SUMA», añade Acosta Iglesias.

Con poco más de 10 000 habitantes, la Ciénaga de Zapata se erige como un territorio que jamás volverá al olvido, y mucho menos en asuntos de salud.

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