¿Quién no conoce a José Julián? ¿Qué joven no conoce la historia del niño que «al pie del muerto juró lavar con su vida el crimen»?; el adolescente que consideraba el amor a la Patria tan sublime, como «el odio invencible a quien la oprime» y «el rencor eterno a quien la ataca»; el joven que con 16 años sufrió en su tersa piel el presidio, «el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borran jamás»; aquel que desde el destierro empleó su pluma de realidades y sueños para plasmar una Cuba libre, que preparó la Guerra Necesaria y no cesó en su empeño de unir a los cubanos.
Pero si hay alguien que no lo conozca, con ese debemos conversar. Mostrarle a Martí a través de sus versos libres, de sus discursos y ensayos, de La Edad de Oro y sus múltiples escritos, es nuestro deber. Hablarle de actualidad y enseñarle a mirarla con ojos martianos.
Ser martianos no puede ser obligación, sino convicción, y lograr que sea un deseo de nuestros pinos nuevos es una tarea prioritaria, porque cuando no se ha cuidado el corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste, como señaló el Maestro una vez.
Y no es que conocerlo sea necesario, pero su pensamiento e ideales son imprescindibles para formar a hombres y mujeres de bien, con mentes cultivadas y corazones inmensos, y más que nunca es responsabilidad de nuestros jóvenes enaltecer su figura y seguir sus pasos.
No son para nadie un secreto las múltiples campañas demagógicas, los intentos de «golpes blandos más duros» o el recrudecimiento del bloqueo… todo ello como parte de una artimaña imperialista para desestabilizar al pueblo cubano. Y por si fuera poco, una pandemia que hace meses es sinónimo de encierro, distanciamiento físico y alarmantes cifras que más que números se han vuelto caras conocidas.
¡También por eso es preciso buscarlo en nuestra historia y hacerlo revivir!
Sin embargo, he visto a José Julián jugar con niños en escuelas especiales, en círculos infantiles, en hospitales. Lo vi pintando sonrisas en un hogar de ancianos, recitando para ellos, cantándoles y contándoles historias.
Lo vi cambiar su pluma por redes sociales para convertirlas en escenario de lucha, y lo vi caminar por nuestras calles pesquisando, de voluntario en centros de aislamiento, apoyando en el cuidado de las colas, atendiendo a personas vulnerables. Lo he visto con nasobuco, guantes y mascarilla diagnosticando PCR en laboratorios a altas horas de la madrugada, a pesar de las ojeras y el calor.
Lo vi de tantas formas y en tantos lugares, que no recuerdo su rostro, pero sé que estuvo allí donde más se le necesitaba. Lo vi hecho juventud: juventud cubana y valiente. Es así que aún lo veo en esos jóvenes que siguen luchando por una Cuba sana y próspera. ¡Cuánto orgullo y satisfacción ha sido verlo y sentirlo tan cercano!
Bien decía nuestro Apóstol que en las grandezas de la Patria y de sus hijos, no es mentira decir que se siente crecer el corazón. Por eso es posible afirmar que a pesar de los tiempos convulsos se siente crecer el corazón de los hijos jóvenes, hijos con un corazón martiano.
*Presidenta del Movimiento Juvenil Martiano en la Universidad de La Habana