El doctor en Ciencias Alejandro García Álvarez asegura que el pasado debe escribirse con pasión, rigor y sin omisiones absurdas Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 19/02/2020 | 07:57 pm
«Por los papeles, yo nací español», dice el profesor Alejandro García Álvarez en medio de la tranquilidad de su casa en el reparto Fontanar, en el municipio habanero de Boyeros. Junto a él se encuentra su entrañable compañera Calixta Peraza Martínez, licenciada en Lengua y Literatura Clásicas en la antigua Escuela de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, quien lo animó a referirse a sus obras y a su vida.
«Técnicamente nací español; pero en Matanzas», explica Alejandro. Y ante la curiosa respuesta a nuestra primera indagación periodística, explica: «Mi padre era español, de Zamora, en Castilla León y la ley entonces —la cubana y la de España— consideraba ciudadanos de esa nación europea a los hijos de los españoles, en cualquier lugar que nacieran, hasta los 21 años de edad. Mi madre, por su lado, era de Güira de Macurijes, del municipio de Pedro Betancourt».
Cumplidos los 88 años de edad, los cuales festejó el 6 de febrero último, el profesor se mostró sereno y sonriente ante las preguntas del periodista. Antes de la entrevista nos habían advertido de su modestia y sencillez, algo que se comprueba en un repaso con la vista por el interior de su casa: no tiene ningún título, ni diploma, ni premio colgado en las paredes. Ese dato también puede explicar por qué no encontramos nada de su biografía en internet, ni siquiera una foto.
Pero esa ausencia no fue obstáculo para que el pasado 2 de diciembre un jurado presidido por la Doctora María Caridad Pacheco, del Centro de Estudios Martianos, lo eligiera como el premio nacional de Historia 2019 entre un grupo de propuestas de destacados historiadores de las filiales de La Habana, Matanzas, Santiago de Cuba y de la Academia de Historia de Cuba.
Los inicios de un historiador
Queremos saber el sitio exacto donde vivió los primeros años juveniles y nuestro entrevistado responde que recientemente entregó un libro a la Editorial Matanzas con el título Veinte años en La Merced, el nombre de la calle donde vivió ese tiempo.
«¿Mi padre? —dice—. Se llamaba Casimiro García Cerezal. Era jefe de un departamento de la textilera Rayonera Cubana S.A. ¿Mi madre? María Álvarez Estévez, maestra y cubana legítima. ¿Mis estudios iniciales? La primaria, en la escuela pública No. 12, en Matanzas; la enseñanza media, en la escuela primaria superior No. 2 y en la Escuela de Comercio de la provincia, donde en 1952 me gradué de contador».
Nos cuenta que luego se trasladó a la capital del país y estudió tres años en la Escuela de Ciencias Comerciales de la Universidad de La Habana, desde 1953 hasta 1956, cuando la tiranía de Batista cerró el centro.
«Sin ser de ningún partido político, vendí bonos del 26 de Julio en diferentes ocasiones —confiesa—, estuve preso 24 horas en el Castillo del Príncipe y participé en la huelga del 9 de abril de 1958 en la antigua Compañía Cubana de Electricidad, donde trabajaba por ese tiempo».
En 1962 cursó estudios de Marxismo-Leninismo en la escuela de cuadros de los trabajadores de su sindicato, donde fue el primer expediente, y hasta impartió clases nocturnas de esa materia en un centro de Medicina. También fue profesor de Historia y de Marxismo en el instituto preuniversario Manolito Aguiar, de Marianao.
Cuenta: «El doctor Carlos Funtanellas, subdirector de la Escuela de Historia de la Universidad de La Habana, donde me gradué como licenciado, me pidió que me quedara como profesor. Lo hice, aunque mi amigo Oscar Pino Santos, asesor del otrora Ministerio del Azúcar (Minaz), quiso llevarme con él al Departamento de Investigaciones de ese organismo. Fui profesor de la Escuela de Historia desde 1970, hasta que me jubilé en 2012, a los 80 años».
¿Qué es la historia? ¡Todo es historia!
Le preguntamos a Alejandro por una definición de la historia, y él empieza a responder pausado para luego apasionarse a medida que habla. «¿La historia? —expresa—. Es la evolución de una persona, un país, un territorio, un proceso o fenómeno social. ¡Todo es historia! ¡Todo tiene una historia! Para mí ser historiador es mi propia vida».
«Hay jóvenes —no la mayoría— que de manera insensata y errónea le asignan muy poco valor al pasado; tal vez porque no se les ha enseñado esa asignatura como es debido o por culpa de sus propios padres. Y también por estar excesivamente vinculados o aferrados demasiado tiempo a las nuevas tecnologías o a otras actividades.
«¿Por qué la escogí? Porque a ella me impulsó la vida. Me llevó de la mano y me dejé llevar. Aprendí a disfrutarla. Por cierto, jamás pensé ser profesor de esa interesante materia. ¿Qué siento al ser seleccionado Premio Nacional de Historia 2019? Le soy sincero: no tengo aún formada una idea concreta de lo que esto significa, aunque lo acepto y lo agradezco».
Tres Folletos y dos grandes Libros
Sus primeras publicaciones aparecieron ya graduado de licenciado en Historia. Fueron tres folletos: sobre el héroe Gerardo Abreu Fontán. Biografía, en 1971; El Canal de Occidente, acerca del engendro batistiano del llamado Canal Vía Cuba, en 1972, y luego La categorización de los ingenios azucareros, este último con la colaboración de los profesores Ana Lamas, Alicia Pasencia y Oscar Zanetti.
Esos tres escalones fueron los antecedentes de dos libros muy importantes, a partir de investigaciones colectivas en que participó y dirigió, junto a Oscar Zanetti y diez estudiantes universitarios.
Esos dos libros fueron United Fruit Company. Un caso del dominio imperialista en Cuba, de la editorial de ciencias sociales, en 1976, y Caminos para el azúcar, escrito después de visitar 14 centrales y rescatar su documentación histórica.
Otros libros del Doctor Alejandro son La gran burguesía comercial de Cuba, 1899-1920 (Premio de la Crítica de 1990); Economía y Colonia (Madrid, 2004); Gestión económica y arraigo de los castellanos en Cuba (en coautoría con un colega español, Salamanca, 2008); El legado de España en Cuba (Madrid, 2015); Papel del ferrocarril en la concentración azucarera (1977); De la consoldicación a la crisis (2000) y La costa cubana del guineo (2008).
Martí es más que una bella frase
«En mis obras —aclara— abarco lo social, demográfico, estadístico, cultural e histórico, por supuesto, pero fundamentalmente lo económico, todo conjugado. En España lo más valioso que encontré en mis búsquedas fue lo que conecta el desarrollo de la historia y la cultura españolas con los procesos históricos y las grandes personalidades cubanas. El legado principal de esa nación a Cuba ha sido la rica lengua que hablamos y escribimos.
«Sí, la historia sirve para encontrar la verdad. Es muy importante conocer y tener en cuenta la verdad del pasado. Y sirve más cuando las investigaciones históricas se hacen, se escriben, se explican y se publican con pasión, honestidad, sin omisiones absurdas, con honradez, mucho rigor documental —sin desdeñar el valor de la oralidad— y argumentándola en forma objetiva, amena, sin aburrir a los estudiantes», subraya. Y aclara: «Decir la verdad, en especial a la juventud, y enseñarla a que la diga, la estudie, la interiorice y la defienda, prepara a las nuevas generaciones para la vida presente y futura», señala Alejandro.
Le preguntamos qué opina de lo dicho por un escritor y ensayista cubano cuando afirmó que nuestro Apóstol «vino del mundo a la isla, montado en un relámpago». «Muy bella y poética esa metáfora —responde—, pero como historiador pienso que Martí ha sido, es y será siempre, muchísimo más que eso».
El doctor en Ciencias Alejandro García Álvarez asegura que el pasado debe escribirse con pasión, rigor y sin omisiones absurdas. Fotos: Abel Rojas Barallobre