Asela y Fernández, ejemplos de revolucionarios, compartieron sentimientos e ideales Autor: Roberto Ruiz Publicado: 23/01/2020 | 09:30 pm
Aquella mañana llegó sonriente, sin embargo no tardó en decirme que no le gustaban las entrevistas. Estábamos en la oficina de José Ramón Fernández Álvarez, su esposo. Les habían entregado a ambos el Premio Nacional de Pedagogía, máxima distinción que otorga la Asociación de Pedagogos de Cuba, y era un buen pretexto para reunir a la pareja, además se acercaba el 14 de febrero y ellos estaban celebrando un matrimonio de 50 años.
«Nos casamos el 1ro. de mayo de 1969, y los testigos de la boda fueron Raúl y Vilma. Yo había venido de Santiago de Cuba a La Habana para apoyar en la fundación de la Federación de Mujeres Cubanas durante los primeros años de la Revolución. Pero había muchos jóvenes que se estaban incorporando a las Fuerzas Armadas Revolucionarias y eran analfabetos o prácticamente analfabetos.
«Esa realidad había que resolverla, por lo cual empiezo a trabajar en la sección de enseñanza de la Dirección Política, ahí conozco a Fernández y comienzan las discusiones. Para él, la misión fundamental era la preparación combativa, mientras mi misión era darles la posibilidad de aprender a leer, escribir, aritmética. Fueron “choques” lógicos, pero terminaron en boda».
Así me contó aquel día, mientras tomaba una taza de café fuerte y dejaba que su esposo hablara mucho más, no pienso que por obediencia sino por bondad. No obstante, su amistad con Vilma Espín Guillois, la clandestinidad en Santiago de Cuba y luego la Sierra Maestra afloraron con naturalidad de sus palabras, aunque su orgullo, indudablemente, era haber cooperado con el sistema nacional de enseñanza junto «al Gallego Fernández».
Se había graduado de Pedagogía en la Universidad de Oriente, y me dijo, sin regodeo que allí se hizo revolucionaria. «Por esa universidad pasaron indiscutibles líderes, como Frank y Pepito Tey, también Vilma, con quien tuve una gran amistad, ellos ya se destacaban incluso desde antes del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952».
Pero, Asela no fue solo una maestra de corazón, capitana en la Sierra Maestra, su personalidad se dividía entre recia y dulce, característica muy común entre las mujeres cubanas que saben el momento «en que hay que ponerse los pantalones». Con una elegancia discreta, su belleza cubanísima no había desaparecido a pesar de los años.
Con modestia —cuando todos sabemos el riesgo que eso implicaba— me refiere que colaboró en algunas acciones en la lucha clandestina y en 1958 se incorporó al Ejército Rebelde en el II Frente Oriental Frank País, donde dirigió el Departamento de Educación, porque se pusieron en funcionamiento y se crearon para los niños más de 400 escuelas y se formaron grupos para la alfabetización de combatientes en los diferentes campamentos. Luego del triunfo revolucionario, la labor de Asela no cesó, y participó en ordenar aquella escuela cubana con tradición pero desordenada, pues tenía un sistema único de enseñanza.
«La primaria no articulaba con la enseñanza media, y esta no se acoplaba con el preuniversitario. Además, por el camino se quedaba un número de alumnos, mientras la enseñanza técnica era deficitaria y la de prescolar no se valoraba en toda su capacidad», me confesó entonces.
«Partimos de un diagnóstico, porque era necesario conocer qué teníamos y cómo abordarlo. Era preciso darle a la educación un sistema, no solo estructural, sino fortalecer las enseñanzas, así comienza el primer perfeccionamiento del sistema nacional de enseñanza. Pero no se aceptó ningún cambio que no estuviera acorde con la tradición de la escuela cubana, con los conocimientos que tenían los maestros con que contábamos en aquellos momentos para poderlo hacer.
«Escuchamos a todos, pero cuidamos siempre de la cultura cubana, nuestra idiosincrasia e historia. He entendido, comprendo la escuela cubana desde que estudiaba en la universidad, y desde mis profesores que nos decían cómo debía ser a diferencia de cómo era entonces».
Casi al término de la entrevista, Asela expresa su agradecimiento por lo que le permitieron hacer y su deseo de que las nuevas generaciones comprendan el porqué de aquella lucha que un día ellos, jóvenes, emprendieron. Solo me queda decirle hoy, desde estas líneas, que nosotros somos los agradecidos y mi certeza de que así es y así será.