Inicio del curso escolar en Las Tunas. Autor: Periódico 26 de julio Publicado: 02/09/2019 | 05:29 pm
El primer lunes de septiembre le altera los signos vitales al más ecuánime. Temperatura, pulso y presión se disparan al socaire del comienzo del curso escolar, donde las risas, la algarabía, las anécdotas y los abrazos de la muchachada devienen recurrencias. Se trata de un espectáculo único, del que forman parte también los docentes y la familia.
Mientras trato de no perder detalles del maremágnum propio del emotivo momento, pienso en los maestros y en su actuar. Los veo saludar con efusividad a sus alumnos. Es evidente que entre ellos se establecen relaciones que trascienden el mero ejercicio didáctico. Sí, el aprecio y la gratitud se ganan y se conquistan tanto dentro como fuera del aula.
«Esta profesión es como un sacerdocio, porque exige mucha dedicación —asegura Mario Rivas, docente con más de 30 años de experiencia—. Uno trata en cada clase que los alumnos no solamente asimilen bien la asignatura, sino que además adquieran hábitos tales como al buen hablar. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos, eso no siempre se consigue».
Comprendo su frustración, aunque no le atribuyo culpa alguna. Es imposible que la escuela asuma la formación de valores y normas de conducta sin la participación de la familia. ¿De qué vale que el docente insista sobre el uso correcto del lenguaje si el alumno lo que escucha en su casa son obscenidades? Mamá y papá le exigen resultados al maestro. Pero ¿tienen la misma exigencia consigo mismos?
Alberto Betancourt, un antiguo condiscípulo, acompaña a su hijo adolescente en su debut en el noveno grado. Me comenta que el incremento salarial a los educadores debe ser un incentivo para que impartan mejores clases y potencien su superación. «Josué tuvo un maestro con errores de contenido y faltas ortográficas», dice. «Confío en que eso quede resuelto con el retorno de los que se alejaron del aula».
Una irregularidad que exige urgente y definitiva solución en las escuelas es el uso de teléfonos celulares por parte de los estudiantes. No se trata de prohibirlos, sino de reglamentarlos. Es inadmisible que el alumno no le preste atención a la clase por estar pendiente de la pantallita táctil.
«Muchos celulares tienen instalados diccionarios y temas afines a las asignaturas. Es innegable que eso resulta de gran utilidad. Pero al utilizarlos como distracción en el aula se olvidan de que la clase es un momento crucial en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Y no es lógico que tenga interferencias», dice el profesor Noel Báez.
En Las Tunas, unos 83 000 estudiantes de la enseñanza general —1 500 más que en el curso anterior— ocupan ya pupitres en más de 600 escuelas. Las expectativas son variadas. La familia espera calidad en la enseñanza y rigor en la disciplina. Y la escuela confía en que esa familia colabore y cumpla con lo que le corresponde. Si ese binomio funciona, los buenos resultados no serán esquivos.