Geidis Heredia Pérez, con sus 27 años de edad, es una joven que ha crecido en lo humano, lo personal, lo familiar y lo social. Autor: Haydée León Moya Publicado: 27/07/2019 | 08:54 pm
Guantánamo.— Ellas tenían 13 años y yo 22, cuando las conocí en un hogar de niños sin amparo familiar. Allí les llamaban «las mellizas», porque llegaron al mundo el mismo día y casi a la misma hora. Que me costaría trabajo la comunicación con ellas en un ambiente tranquilo, me decían algunos. Que iba a ser difícil…
Ciertamente no hablaban mucho y, además, eran agresivas. En verdad se portaban muy mal. En las primeras horas no comprendí su comportamiento en un ambiente agradable, sano, ordenado y limpio, hasta que supe que frente a ellas, y en su propia casa, su padre le quitó la vida a su madre y las dejó huérfanas a una edad muy temprana.
Aunque parezca autosuficiente de mi parte, no es eso, es satisfacción lo que siento cuando digo que las hice cambiar. Claro, sin todas las garantías de amor y bienestar que tenían en el hogar no lo hubiera logrado. Y sin lo que aprendí cuando apenas era una adolescente y me gradué como técnica en prevención en un curso largo de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), mucho menos.
A ellas las motivó también el hecho de que conversábamos casi todos los días. Dentro de dos años, les decía, ustedes van a cumplir 15. ¿Se imaginan una fiesta con baile y fotos incluidas, con uñas postizas y todo…? Ese era el momento en que se les dibujaba una sonrisa, porque por lo general tenían el rostro triste, con la mirada perdida, como desorientadas…
¿Y las ropas pepillas?, me preguntaba. Por eso no me preocuparé ahora, me dije, lo importante es ponerlas bonitas por dentro, que sean dulces, cariñosas, educadas…, porque bellas por fuera estarán cuando llegue la fiesta, me respondía a mí misma, pensando en eso que también he aprendido en la FMC, que aunque la belleza interior es lo más valioso de una persona, la de afuera también vale.
Había que tener paciencia, y la tuve. Allí, en el hogar de niños sin amparo familiar, les celebramos los 15 con todas las de la ley, a tono con estos tiempos. Estaban felices, nunca antes las vi tan felices. Con el tiempo las niñas fueron otras. Con las miradas menos perdidas, con el rostro menos mustio, aunque la afectación sentimental por el drama familiar que vivieron las marcó profundamente.
Esta historia me la cuenta Geidis Heredia Pérez, una joven manicura de 27 años de edad, quien ejerce el trabajo por cuenta propia en un local arrendado, perteneciente a la Empresa provincial de servicios técnicos y del hogar, ubicado en una céntrica y populosa esquina de la ciudad guantanamera.
Allí me la encontré y hablamos largamente, sorteando los momentos en que suspiraba, y contenía el llanto por la muerte súbita de su mejor amiga, casi una hermana, a la que, hace unos días y a los 26 años, un infarto le arrancó la vida y en cuestión de horas dejó huérfana a su ahijada, de siete meses de nacida.
Se disculpa por su ánimo, se ve destrozada, pero vino al trabajo porque, aunque lo ejerce por cuenta propia, «eso no significa que puedo andar por la libre, como si no tuviera una responsabilidad social. Varias muchachitas sacaron turno para arreglarse las uñas hoy y no las puedo dejar embarcadas», me dice.
Busco la manera de desviar su mente de ese otro drama, y sin lograrlo completamente la muchacha, que se graduó de técnica de nivel medio en Bibliotecología hace más de cinco años y acaba de terminar el tercer año en la especialidad de Instructor de Arte en la Universidad de Guantánamo, me cuenta de su trabajo en la FMC en medio de otro drama, el de «las mellizas», pero recurre una y otra vez a las esencias de una organización por la que siente mucho amor, una pasión que en verdad no encuentra una siempre entre las jóvenes, o al menos no tanto como se necesita.
Con un trabajo sostenido como dirigente de base durante varios años, desde que ingresó a la organización contribuyó a la transformación de su delegación en una de las más estables y activas de la ciudad. Tal vez por eso ella, miembro del Comité Nacional de la FMC desde su 10mo. Congreso, celebrado en marzo del presente año, dondequiera que está le da vida a la organización, y su visión sobre ese último asunto es particularmente interesante.
—¿Tú crees en esa idea de que actualmente la FMC en la base se reduce a cobrar la cotización?
—Se dice, pero es una generalización poco sana, aunque a veces hay cierta razón en ello. Si en una delegación de base las mujeres solo pagan la cuota mensual, ahí no hay Federación, porque para que exista debe cumplir, ante todo, su papel en la atención a la mujer y a la familia, que es bien amplia.
«Y en eso es en lo que a veces no se acierta y te encuentras como destacada a una delegación donde lo básico es un buen trabajo en el cobro de la cotización, como resultado del desgaste de las dirigentes de base, que cuando se acerca la fecha salen a corretear el barrio para que se pague la cuota y tienen que ir una vez, y otra vez…
«Ahí se cotiza, pero no se puede, o al menos no se debiera, a ningún nivel, valorar esa labor con más importancia de la que tiene. Hay un manual, El reto de cotizar, se llama, que hay que dárselo a conocer a las federadas y buscar espacios para divulgarlo en la base, porque es muy ilustrativo, y estoy segura de que donde se conozca, no hay que correrle atrás a nadie».
—También sucede que en las delegaciones hay jóvenes que no manifiestan mucho interés en la Federación y no quieren asumir cargos. ¿Qué visión tienes de esa situación?
—No se puede sentir interés por lo que no se conoce. Muchas que son más jóvenes que yo, de mi edad e incluso mayores, son de esas que piensan que la Federación es para pagar la cotización. Cuando les digo, por ejemplo, que en la Universidad hay un proyecto comunitario de la Facultad de Cultura Física, al que enseguida me sumé e inserté a nuestra organización y trabaja activamente, se quedan impresionadas.
«Se trata de un proyecto con el cual hemos visitado comunidades intrincadas y la hemos pasado de maravilla; hemos aprovechado los espacios para hablar con las mujeres, les damos ideas de cómo hacer que funcionen las delegaciones de base en esos lugares de manera más atractiva, y hemos encaminado soluciones a problemas que nos plantean, entre otras acciones.
«La dificultad no es que no quieran o no les importe la Federación, es que no conocen cuánto aporta su existencia y buen funcionamiento al crecimiento personal y social de la mujer. Por otra parte, y yo lo he vivido, voy a una reunión de barrio donde tienen problemas de funcionamiento de la delegación y es necesario restructurar la dirección, y algunas jóvenes no aceptan cuando las proponen y tras insistirles en que sí pueden, en que es necesario, lo hacen.
«Estoy de acuerdo en que hay que incentivar a las muchachas para que asuman responsabilidades, pero para que el trabajo avance de verdad, más importante que asumir un compromiso, es que lo sientan. Si no lo sienten, es más sano que no lo asuman.
«Estoy convencida de la importancia del protagonismo juvenil en la organización. Hay muchachitas de mi barrio, por ejemplo, que no le daban importancia a la Federación, les daba lo mismo ser miembro que no serlo. Me decían: No estoy para eso. ¿No tienes nada que hacer, no te cansas?
«Hoy andan conmigo hablando con otras mujeres, ideando actividades en sus barrios. Algunas incluso no hacían nada y hoy estudian, están en peñas para aprender a bailar, participan en talleres de manualidades. Cuando ellas ven que tú haces, que no solo dices, se involucran. Nadie es más entusiasta que una mujer».