Los cubanos somos alegres por naturaleza. Autor: Roberto Suárez Publicado: 24/01/2019 | 08:22 pm
Mascota
A Fabián y Barbarita, héroes anónimos de mi barrio.
En la década del 80 necesité permutar mi casa de La Víbora y volví a mi antiguo municipio Centro Habana, concretamente al barrio de Los Sitios. Mi hijo tenía diez años y me asustó el ambiente social en que debía completar su niñez, por lo que decidí mudarme nuevamente; pero poco a poco fui encontrando buenas personas entre mis vecinos y esta percepción fue, también poco a poco, tranquilizándome.
Una de mis vecinas era Mascota, apodo que asumió por el nombre de un bar de su propiedad que tuvo durante muchos años. Era una persona muy dulce y solidaria, siempre pendiente de que los niños que jugaban en la calle, no sufrieran ningún percance… Pero el bar le dejó algo más que el sobrenombre, tenía un daño hepático severo que, paulatinamente, fue diezmando su imagen, teniendo que llevar con rigor, un tratamiento que le garantizó la vida durante años.
Llegó la década del 90 y, con ella, el duro e inolvidable Período Especial en el cual se acentuaron las carencias que el bloqueo imperialista nos ha hecho padecer… Los medicamentos fueron lo más doloroso de las necesidades. Un día corrió una noticia por el barrio: «¡Se moría Mascota!». Estaba en falta su medicación, ni en farmacias ni en hospitales se conseguía. Espontáneamente, el barrio entero salió a la calle, comparable hoy en mi memoria, al momento en que se supo inminente la muerte del Benny y la aglomeración alrededor del hospital Emergencias, o el espontáneo luto cuando perdimos a Fidel.
Dos hermanos, vecinos de la cuadra decidieron irse en bicicleta por todos los hospitales y farmacias, prometiendo no volver hasta conseguir el fármaco necesario. Dos o tres horas después regresaron, agitando en lo alto un pequeño paquetico, y todos les rodeamos… La inyecté y los que llenaban la calle fueron desplazándose hacia sus casas, mientras nos manteníamos al tanto de cómo se sentía la enferma y la paz iba reinando.
Afortunadamente, pudimos contar unos años más con la dulce presencia de esa abuela de todos. Este episodio marcó el día en que sentí que este era mi barrio. (Mariana de la Concepción Carrillo Gómez, La Habana).
Pregones del Cerro
En Cuba siempre los pregoneros han tenido su historia, es una tradición que nos acompaña desde hace muchos años. Baste recordar aquel pregón tan famoso: «Caserita no te acuestes a dormir, sin comerte un cucurucho de maní...».
También recuerdo aquella canción que se cantaba por allá por el oriente cubano y que más o menos decía, en Frutas del Caney: ¡Frutas, ¿quién quiere comprarme frutas?...
Pero la tradición de pregoneros ha seguido presente (…) y aún más en estos años. En mi barrio, El Cerro, y por la calle donde vivo, al día pasan un gran número de pregoneros. Creo que sucede igual en la mayoría de los barrios de La Habana... Veamos algunos de los más difundidos: «Se compra cualquier pedacito de oro»; «El pan de flauta suave, la mantequilla y el quesito crema»; «Panaderoooo. Vamos vecinas que llegó tu panadero. Embarradito de aceite»; «El coquito a peso… A peso el coquito»; «El Cloro, el cloro...»; «Tamales… Tamaleroooo»; «Compro pomos de perfume de marca vacíos»; «Pastel a peso… Pastel a peso»; «El bizcochito a peso, se parten fácil…»; «Escobas, recogedores y trapeadores…» (estos son una ferretería ambulante); «Cremita de leche, turrón de maní»; «La papa, la papa»; «Se compran ventiladores rotos»; «Se reparan colchones»; «La buena ristra de ajo»; «Flores, florero»; «Cajas de muertos» (¿?); «Caramelos. Cómprenlos, que quedan cinco y no vuelvo hasta el domingo (este es repentista y vende improvisando… atrae a los vecinos que solo por oírle le compran).
Si Moisés Simons viviera en esta época, además de haber escrito el famoso Manisero, que tan magistralmente cantó la única: Rita Montaner, tendría tema para componer muchas canciones con los pregones de ahora. Yo, que no soy compositor, me atrevo a escribir unas décimas que incluyen muchos de estos pregones:
Te vendo un pan desmayado/ Embarradito de aceite/ Y para que te deleite/ Vendo el tamal bien cargado./ Y si esto no es de tu agrado/ Vendo a pesos los pasteles/ Y con restos de manteles/ Reparo colchones viejos/ Traigo biscochos de lejos/ Y compro ventiladores.
Nunca encontrarás mejores/ Paquetones de maní/ Y un turrón te vendó a ti/ De diferentes sabores./ Si tienen buenos olores/ Compro pomitos de marca/ Y antes que tu hijo nazca/ Para lavarle el culero/ Vendo un cloro duradero/ Y queso crema sin marca.
Si te hiciera falta un cubo/ Una escoba, un haragán/ Te aseguro que aquí están/ Como también tengo embudo./ Ya que antes no se pudo/ por estar muy facilito/ Y a mí me quedó un poquito/ Cuando la papa sobraba/ a un CUP te vendo la jaba/ Y compro oro a pedacito.
Para cocinar te invito/ A comprar barato el ajo/ la cebolla sí no bajo/ Ni el mamey bien madurito./ Si quieres plátano frito/ Vendo yo manos muy buenas/ Tomates y berenjenas/ Y hasta para complacerte/ La caja de muerto fuerte/ Y por flores azucenas. (Pedro Arturo Menéndez García, La Habana).
La Habana de mis recuerdos
No soy poetisa ni escritora, solamente un ave de paso que ha podido sobrevolar esta tierra tan hermosa que ojos humanos hayan visto. A raíz de ser declarada La Habana, Ciudad Maravilla, vienen a mí muchos recuerdos: esta capital, reina de todas las tierras con su Castillo del Morro, su Capitolio y su Prado, que han sido para todos los ojos, lo más bello al despertar.
Su Malecón, Avenida del Puerto, con sus colores y olores a mar y pescado fresco, da a la Alameda de Paula un aire de distinción que aún en mi mente guardo.
La Habana Vieja, con sus barrios Jesús María y Belén; Atarés, en el Cerro; Los Sitios, en La Habana Centro, evocan en mis recuerdos los pregones carretilleros: «mango, mamey, mamoncillos y tamarindos, arriba que ya llegué, el que no quiere no me ve»…, «a dos por medio los mangos, el mamey, si usted lo ve, mientras más rojo más se vende y el mango si no está dulce, para su cazuela irá»...
¿Cuántos barrios en La Habana? 47 que yo recuerde; puestos de viandas, comercios, pollerías y bodegas legados de nuestros ancestros chinos, españoles y criollos que viven en nuestra memoria.
¡Qué decir de su popular cultura!: la rumba y el guaguancó de Cayo Hueso a Los Sitios, sus comparsas y coloridos, dejan en nuestra vida habanera el más grato de los recuerdos.
Los papalotes al viento: cuánto color, alegría y dolor dejaron en nuestros corazones por niños y adolescentes conocedores del entretenimiento, pero no de esta Habana mía con sus viejas construcciones.
Los tranvías, mis tranvías, serpenteando las calles: Marianao-Muelle de Luz, chispas al cielo y tenazas cambiando vías. ¡Cuántos recuerdos y emoción!
¿Quién no recuerda el Barrio Chino? Zanja, Dragones, Salud, Rayo y San Nicolás poblado por inmigrantes, qué olor a hierba fresca, camarones y frijolitos con su sabroso arroz frito.
Muralla, Obispo, Oficios y otras más, telas por donde cortar; judíos y árabes como cubanos, además. Ves en nuestra ciudad esa mezcla interracial y cultural, fruto de ese proceso de transculturación que bien definiera nuestro don Fernando Ortiz.
No olvido el Carnaval con sus reinas y damas; Prado lleno de luces, serpentinas y confetis; nuestra cerveza cubana Hatuey, Cristal y Polar: ¡cuánta sazón! Conga y rumba, rumba y conga.
Todo un pueblo desbordado como espuma cervecera.
¿Qué te parece mi Habana? La Habana de mis recuerdos. (Lidia de los Ángeles Hernández Rodríguez, La Habana).
Daois
Daois, así de simple es el nombre de la calle donde mi espíritu echó raíces multiplicando las emociones que hoy son mi vida.
Allí llegué siendo un niño, paso a paso, descubriendo cada una de sus puertas. El Daois de los que ya no están y siguen tejiendo un laberinto de nostalgias.
Emelina, esa tía con delantal regalándonos fiestas de sabores. Lucía llevando la noche en sus vestidos. García, el abuelo de los cuentos infinitos. El viejo solar de la Pimienta, misterioso como el mar que nos escolta.
La calle donde a un teatro, con sus títeres, le sigue latiendo el corazón abrazando la alegría de los niños, donde el Sol nos da los buenos días y anuncia que el amor nos espera en sus esquinas.
Ese es Daois, el de mis padres, el de mis hijos y, por qué no, el de mis nietos: la calle de quienes vendrán para no dejarla morir. (Luis Orlando Milián Zambrana, Matanzas).