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El de las pasiones fuertes

Raúl Gómez García, el poeta del Centenario, el autor de Ya estamos en combate, cumpliría hoy 90 años. Su acción revolucionaria y su fértil obra atraen a las nuevas generaciones de cubanos porque más allá de la tortura y la muerte física, «aún quedan poemas que sueñan y que aman…»

 

Autor:

César Gómez Chacón

¿Sabes que más sucedió aquel 8 de enero de 1959? Pues que no te vieron. Tu sobrino Jorge tenía razón cuando le exigía, casi le rogaba a su hermano mayor: «Cesi, mira bien, fíjate en cada uno de ellos, que entre esos barbudos tiene que venir Raúl».

Y tú sin pasar pasaste, con ese andar desenfadado, entre la emoción de los muchachos y los vítores a la Caravana de la Libertad. Sonreíste como solías hacerlo con ellos cuando hablabas con Posdablón en el lenguaje de los gatos. Claro que no podían verte, porque los poetas tienen la virtud de hacerse invisibles para aletear a sus anchas sobre las musas inspiradoras. Los periodistas de verdad mueren y renacen con cada crónica salida del corazón. Y los mártires de la patria se las arreglan para pasar inadvertidos, porque deben mirar con ojo crítico la obra por la cual dieron sus vidas. Y tú, Raúl Gómez García, eres las tres cosas a la vez.

 Hoy cumples 90 años, y el pelo negro y desordenado como una de las fotos que te recuerdan en un parque de tu Güines natal. Aún encuentras el tiempo para nadar en las aguas del Mayabeque, y sentarte en la orilla a comer naranjas con tus amigos de travesuras y conversaciones de hombres, aquellos que todavía te lloran cuando evocan tu partida sin despedirte.

 La que nunca lloró fue Virginia, tu viejita querida, tan fuerte que convenció a todos de que «el 26 es el día más alegre de la historia». Jamás derramó una lágrima en público, aunque tú y todos sabían de sus desgarraduras más profundas. Ya se lo habías escrito:

 Si en la quietud de vida que tú llevas/Y en la amplia pesadumbre que te alberga/Acaso no comprendes los tesoros, /Los alientos purísimos y afables/De seis hijos de amor que te veneran (...)

 Ella te mimó como a ninguno, y te protegió hasta el último día, cuando cada noche de ausencia revolucionaria la vieja deshacía tu cama, para convencer a la familia de que habías llegado muy tarde y salido bien temprano, «tan desorganizado como siempre».

 Resulta que a los 90  años sigues siendo el mismo joven esbelto que luces tu traje blanco, el único que tienes, el de la foto que te tiró Edita, la novia con la que te ibas a casar cuando descubriste que era mejor morir como habías vivido: eternamente enamorado.

 Nunca lo has negado. Te gustan los idilios intensos, los «amores difíciles», como exige el destino de un poeta,  y a todas tus pasiones fuiste regalando versos, como si en cada una tuvieras la necesidad de dejar un pedazo de ti mismo.

 Cuentan que amaste, de las primeras, a una muchacha negra allá en Güines, y que los prejuicios raciales se interpusieron infranqueables. Y como suele suceder con ciertos ángeles terrenales, también te enamoraste profundamente de una mujer casada, y por absoluto respeto, aún por encima de tus inquietas y grandes ansias, jamás intentaste seducirla.

 Sin embargo, no lo niegues, es Liliam Llerena la más tormentosa de tus musas. El alma de igual dimensión que te dejaba sin aliento desde aquellos primeros encuentros, cuando ella podía morir cualquier noche sobre las tablas del teatro universitario, o entre tus brazos en un rincón habanero.

 Liliam vivió convencida de que no habías muerto en las mazmorras del Moncada. Ya sabes: ella guardó y compartió contigo poemas y cartas hasta el final de sus días, y llevó siempre tu foto en la cartera. Fue acusada de vivir enamorada de un fantasma, y ahora sabemos que era cierto.

 Cuántas cartas escritas noche tras noche, cuando apenas se separaban unas horas, o cuando el deber con la patria se interponía al deseo mutuo de estar juntos. Fue duro debatirte entre tus dos grandes amores. Las epístolas te delatan:

... Ahora te escribo lo que no puedo decirte esta noche, alejado de ti y de tu símbolo, por el deber de servir y el gusto y el valor de ser útil...

... La nostalgia de este destierro del deber y del gusto y el regocijo de un buen cubano solo representa la separación forzosa que me aleja de ti y de lo que representas en mi vida interna. Sin ello no puedo vivir... pero no sabría vivir tampoco sin servir a mi patria y ser útil en la tarea de engrandecerla y dignificarla...

... Tocaré el papel de la visión patria, que es sentirte... Miraré a mi adentro, que es verte... me besaré el alma, que es besarte...

... Créeme. Si la lucha ante el sol me endurece la voz para ti, si la fiebre de tener un mañana me devora mi Hoy... si la esperanza de vivir en calma me consume en el torrente intranquilo... Tú eres mi Hoy y mi mañana... mi calma… mi última y más distinguida meta...: mi Felicidad!!

 De los tantos poemas que escribiste a Liliam, solo estos versos donde confiesas los placeres más íntimos de dos seres alados que se escapan de su época, y aún hoy andan perdidos en esta Sinfonía sensual, de tu puño y letra aquel 14 de septiembre de 1951:

(…)

 Tu virtud y la mía... Tu sonrisa suprema.Mi sonrisa furtiva.... Tu pasión al acaso.Mi pasión emotiva.Se juntaron cual soles iguales en un solo ocaso. /El hombre que late en mis venas, /El hombre que vive y que sueña,/El dolor angustiado y fecundo de tenerte en la sombra potente...,/Se agolpó entre mis manos,

 Mi sueño, mi carne, mi frente.Y un rigor insensible nos trajo la fe pasional./Y te estrujé tus labios.Y te estreché en mis brazos.Y te sentí la curva superior de tus senos.Y te viví las formas más puras de tu cuerpo.Y me adentré en tu oído con mi adentro sin mancha.Y me apunté en la senda sin final de tu entraña...

La historia del Moncada está rubricada con sangre. Cuando parecía que ibas a morir con Martí en el año de su centenario, ocurrió el milagro, el de los poetas que viven en sus versos, el de los periodistas que disparan ráfagas de futuro y esperanzas. Y aparece tu nombre nuevamente en la familia, y en las escuelas, y en los hospitales… Y una muchacha del siglo XXI se enamora de tu foto, la del traje blanco, y llora en una noche tus poemas. Y tú, Raúl, que revoloteas libre sobre nuestras conciencias, que bromeas aquel 8 de enero y para siempre con tus sobrinos, que hablas en el idioma de los gatos, también lo escribiste y nadie lo creyó:

 Por eso yo no he muerto… Yo no he muerto aún por eso… ¡Porque aún quedan poemas que sueñan y que aman…! Porque aquí dentro tengo, desde el abismo incierto, los gritos estentóreos que ansían y reclaman…

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