El mayor general Calixto García Íñiguez zarpaba desde Cuba rumbo a Washington, el 18 de noviembre de 1898, con una misión definitoria: defender la soberanía de Cuba. Autor: LAZ Publicado: 10/12/2018 | 09:27 pm
HOLGUÍN.— Cinco meses y ocho días después de la batalla de Santiago de Cuba y de las complejas jornadas que le sobrevinieron a la Isla —situada ante la disyuntiva de la independencia o la anexión—, el mayor general Calixto García Íñiguez zarpaba desde Cuba rumbo a Washington, el 18 de noviembre de 1898, con una misión definitoria: defender la soberanía de Cuba, resolver los términos del licenciamiento del Ejército Libertador y sentar las bases sobre las cuales se establecerían las relaciones entre el Gobierno norteamericano y la República de Cuba.
En el horizonte, el llamado «León holguinero» avistaba la posibilidad de propiciar el mejor destino para su Patria y le hacía ilusión el abrazo de la esposa y de los hijos. Pensaba en Merceditas, gravemente enferma de tuberculosis.
Ante la imposibilidad de trasladarla a Cuba por lo delicado de su estado, muchos habían sido los reclamos de su Isabel Vélez Cabrera para que Calixto llegara cuanto antes hasta el lecho de la joven moribunda.
El 25 de octubre de ese mismo año, le escribe al esposo: «Hace falta que veas a tu pobre hija antes de ir a ningún lugar. Ella anhela verte y se pone triste cuando oye decir que no podías venir y hasta dice: “Papá no hace caso ya de mí, ni quiere verme”»1.
Pero no era Calixto un general con corazón de hierro. Ante la enfermedad de la muchacha de apenas 15 años, sufre, pero el deber le impone límites al sentimiento. Una carta dirigida a Isabel así lo demuestra:
«Mi alma está destruida. Mi pobre Mercedes, la única esperanza de mi hogar, se me muere. En medio de tantas fiestas solo tengo ganas de llorar y huir de la multitud con mi hijita para ver si la salvo, pues sin ella la vida me vale muy poco. ¡Para qué he trabajado y he sufrido tanto! Si mi única hija ni siquiera podrá llegar a la tierra por la que he luchado tanto para que descanse allí para siempre»2.
La misión inconclusa
Cuentan que en los muelles de Nueva York el rencuentro de la familia estuvo marcado por el dolor. Tan desmejorada estaba la hija que el padre no la reconoce a primera vista.
Pero escasos fueron los días de la presencia física de Calixto junto a los suyos. Cinco jornadas después de su llegada, el honorable veterano debió partir hacia Washington, donde solo le esperaban la hostilidad y el desconocimiento de un Gobierno cuyas intenciones distaban mucho de los intereses de los patriotas cubanos.
Con visibles síntomas de una seria enfermedad respiratoria, Calixto García no se recoge en su habitación, como le habían prescrito los galenos que lo atendían, sino que, ansioso por obtener resultados diferentes a la negativa norteamericana de reconocer la soberanía de los cubanos, se expone al invierno norteño y sus pulmones se resienten.
El 11 de diciembre de 1898, un día después de firmarse el vil Tratado de París, el cual echaba por tierra tantos años de lucha, el general de las tres guerras de independencia moría a sus 59 años, en brazos de Carlos Betancourt, su fiel ordenanza. Murió peleando contra la violenta pulmonía que se apoderó de su organismo.
Mientras Calixto agonizaba, llegaba Isabel a Georgia, en el último y desesperado intento por cambiar de aires para salvar la vida de Merceditas. Al enterarse de la noticia, escribe en su diario: «Llegamos a Thomasville, este mismo día murió mi pobre Calixto»3.
El golpe sería aún más fuerte: 16 días después, el 27 de diciembre, fallecía la quinceañera con el deseo de volver a ver a su padre. Su hermano, Carlos García Vélez, escribió: «Agonizante estaba cuando llegué al pie de su lecho, pero tuvo aliento para sonreírse y besarme preguntándome cómo era que papá no había venido también, la conforté asegurándole que pronto estaría con él, pocos minutos después expiró sin apenas un movimiento convulsivo»1.
Los honores y los conflictos
Ni las balas enemigas ni las de su propia arma —cuando prefirió la muerte antes que la captura en 1874— pudieron segar la vida de Calixto. Lo mató la rebeldía, la pasión por la libertad que tanta sangre había costado. Pero el frío no fue su último adversario.
Luego de que su cuerpo fuera velado en la catedral de Saint Patrick —a donde acudieron no solo quienes le acompañaban en su última misión, sino también reconocidas figuras de la vida política y militar norteamericana—, en su condición de alto oficial del Ejército Libertador y porque no había quien desconociera sus méritos, fue depositado provisionalmente en el cementerio de Arlington, donde reposan los restos de los veteranos norteamericanos.
El 17 de diciembre llega a Holguín la noticia del deceso de Calixto. Según cuenta la historiadora Elia Sintes Gómez, el alcalde de la ciudad, Manuel Rodríguez Fuentes, decreta duelo oficial durante tres días.
«Los comercios abrieron una sola puerta, la bandera se izó a media asta, se pusieron crespones negros en las puertas de las casas y los combatientes del ejército mambí los portaron durante siete días en sus brazos. Y en la iglesia San Isidoro se hizo un velatorio donde participó todo el pueblo», cuenta Sintes Gómez.
Posteriormente el cuerpo fue trasladado hacia La Habana, a bordo del buque de guerra US Nashville. El 9 de febrero de 1899, luego del arribo de los restos a la capital, y mientras se realizaba un velatorio en el Palacio de los Capitanes Generales, el pueblo rindió tributo a su memoria en las calles habaneras, hasta que el 11 de febrero se desencadenara el último de los conflictos en el que se vio envuelto Calixto aun después de muerto.
«Mientras el cortejo fúnebre marchaba hacia el cementerio de Colón, la caballería norteamericana ocupó de manera violenta el lugar que les correspondía a los cubanos. Por eso al cementerio solo llegan el féretro, los familiares y las tropas interventoras. Entonces Lucía, la madre del patriota, pide un entierro cubano para su hijo en su ciudad natal y con sus compañeros de armas», explica Maricelis Torres Guerrero, museóloga e investigadora holguinera.
El entierro cubano y la deuda con el amor
No sería hasta ocho décadas y un año después, el 11 de diciembre de 1980, cuando el deseo de la matrona independentista holguinera se viera realizado.
«En la Casa Natal Mayor General Calixto García se monta una guardia de honor con personas destacadas de la ciudad durante varias horas. La última la realizaron el General de Ejército Raúl Castro, Vilma Espín, Juan Almeida Bosque y Miguel Cano Blanco, entonces primer secretario del Partido en Holguín», rememora Elia, entonces directora de esa institución.
Después los restos se trasladaron hasta la Plaza de la Revolución, en compañía de todo el pueblo holguinero que los acompañó en señal de respeto a su memoria.
«Su vida fue ruda, adversa y difícil, pero la vivió con alegría y en todas las adversidades hizo prevalecer el optimismo de nuestro carácter nacional», expresó el General de Ejército Raúl Castro Ruz, aquel día luminoso en el que la Patria pudo rendir legítimo tributo a su hijo.
Sin embargo, hay una página inconclusa en la historia del hombre cuyo amor arrastró a la esposa y a los hijos a la manigua, y del padre que apretó los ojos ante el dolor de Merceditas y se fue a resolver los destinos de la Isla. Cuentan que Isabel Vélez nunca pidió nada material ni para ella ni para sus hijos. Solo lanzó a la historia una petición: que sus restos y el de sus hijos descansaran siempre junto a su esposo. Hoy todavía reposan en la necrópolis de Cristóbal Colón. Todavía la historia tiene por cumplir una deuda de amor.
Notas:
1 Elia Sintes Gómez y José Abreu Cardet, Calixto García: de Madrid a New York.
2 Nicolás de la Peña Rubio, Así fue Calixto, el Mayor General, editorial La Mezquita, Holguín.
3 Maricelis Torres Guerrero y Ana Santiago Leyva, Isabel Vélez Cabrera: Verdadera heroína de la familia.