Balanza de la justicia. Autor: Internet Publicado: 09/10/2017 | 10:15 pm
El que tacha a los demás de no fundar, ha de fundar. Así habla el Apóstol de Cuba un mismo 10 de octubre, pero 21 años más tarde de aquel precursor, para despertar y armar el espíritu de otros cubanos, que no eran más que los mismos, porque solo hay una clase de cubanos: los que aman a su tierra y saben quererla como es, con el alma al pie de la fusta que condena sus agravios.
Con una de esas fustas se levantó Cuba el 10 de octubre de 1868. Pudo haber sido el 14 y una delación hizo que hoy se cumplan los 149 años de aquel inicio de todos los inicios. Pero no fue casual para la historia jurídica del país que abogados fueran quienes llevaran la voz cantante en esa sinfonía primera de la nación, para componer muchos de los acordes legales que aún nos acompañan desde ese día en que comenzó el calendario de la Revolución Cubana.
El arrojado, el que abrió el camino para lanzar a todos tras él, el Céspedes que no entendió de momentos oportunos o entendió más que nadie, tejió un supremo puesto al destino jurídico del país que recién se batía en los campos del oriente de la Isla. Junto a él tuvieron un rol determinante en el diseño de ese destino también Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana, brillantes estudiosos del Derecho de su tiempo que no dudaron en combinar lucha armada con batalla de letras.
Aunque no es hasta medio año después que se edifican las bases legales de la naciente República en Armas, el 10 de abril de 1869 en la Asamblea de Guáimaro, todo comienza en octubre. Y hoy, casi un siglo y medio después, Juventud Rebelde conversa con el Doctor en Ciencias Históricas Yoel Cordoví Núñez, vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba (IHC), sobre la importancia de esa fecha para el devenir de este país, vista desde los primeros cimientos del sistema jurídico de la nación revolucionaria.
Los «adelantados»
«La desigualdad tremenda con que estaba constituida la sociedad cubana, necesitó de una convulsión para poner en condiciones de vida común los elementos deformes y contradictorios que la componían», escribió el Apóstol tiempo después de aquel grito convocante. El historiador Yoel Cordoví lo refuerza.
«El papel de Céspedes y el 10 de Octubre son claves en la historia de Cuba. Antes de esa fecha no existía una tradición de movimientos independentistas cubanos. Y no me refiero a pensamiento independentista ni revolucionario, ni siquiera a acción; digo movimiento en tanto masas encaminadas a un fin. Desde el ilustre Félix Varela podemos encontrar expresiones de este sentimiento de que Cuba puede independizarse y darse un Gobierno propio, que era lo más difícil de entender en aquel momento», analiza.
«Concepciones de separarse de España se evidencian desde la década del 20 del siglo XIX con vínculos a los movimientos independentistas de América Latina: el Águila Negra de México; Soles y Rayos de Bolívar, en el caso de la Gran Colombia… Pero la idea era romper con España y vincularse a estos procesos latinoamericanos», significa el Doctor.
La concepción de que se puede articular un movimiento multisectorial nacional sí arranca con Céspedes en 1868, resalta el investigador y enfatiza en la idea del Padre de la Patria —aunque muchos creían que no se contaba con las condiciones ideales para iniciar la lucha— de tomar la decisión y echar sobre sus espaldas la responsabilidad histórica de iniciar un movimiento independentista en Cuba.
«Hay una toma de conciencia, un patriotismo y nacionalismo que está cuajando y tiene su resultado en el 10 de Octubre. Céspedes es el hombre que logra llevar a cabo e impulsa esta idea», refuerza el investigador.
No están las condiciones ideales para levantarse en armas, pero esa visión política de aprovechar todos los factores hay que destacarla en él, opina Yoel Cordoví y enuncia el descontento existente en la Isla con España, además de los conflictos en ese país con la llamada Revolución Septembrista, que destrona a la Reina Isabel II y hace que se vivan confusión y desorden en la metrópoli.
«Es el hombre que inicia la tradición de lucha. Por eso Martí plantea constantemente que esa revolución que se está reiniciando en 1895 es la continuidad de la que comenzó en Yara», dice el Vicepresidente del IHC.
Se puede hablar de una nación que empieza a crear sus bases por el 10 de Octubre y por la decisión cespedista de tomar la iniciativa, considera el historiador.
El cómo le gana al cuándo
Uno de los frenos de aquellos primeros pasos lo constituye el cómo de la organización de una República en Armas que debió privilegiar el cuándo, es decir, las circunstancias que vivía el país, para determinar entonces los modos de hacer política en tiempos de guerra. Aun así, mucho futuro de Cuba se dibuja por esos días.
Sobre ello reflexiona el historiador y comparte que el hecho de que Carlos Manuel de Céspedes e importantes figuras del movimiento independentista procedieran del campo de la jurisprudencia, y fueran abogados, permite instrumentar un aparato jurídico y legal para que la guerra no solamente fuera un movimiento armado desorganizado, sino que, desde su propia arrancada, ya contara con pautas legales. «La presencia de Ignacio Agramonte y Antonio Zambrana es clave dentro de esa armazón jurídica», comenta.
Esta es una revolución que se inicia sin carácter nacional, valora el investigador y analiza cómo se levantan con concepciones organizativas diferentes, con formas desiguales de ver la lucha, incluso desde el punto de vista de las relaciones de poderes, cuestiones legales que —de acuerdo con la formación y experiencia que traía cada uno— los hacía pensar de modos dispares.
«Eso trajo contradicciones y conflictos desde el inicio. De ahí la importancia del 10 de abril de 1869, con la Asamblea Constituyente de Guáimaro, que aprueba la primera Constitución de la República en Armas, un aparato jurídico en tiempos de guerra, aunque con muchas limitaciones que arrastran los implicados en el movimiento.
«Es una Constitución que, desde el punto de vista legal, tiene mucha influencia de los procesos constitucionalistas del ámbito europeo, sobre todo de la Revolución Francesa, y la Ilustración. Está muy presente la división tripartita de poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, que daban una organización y cuerpo legal único a lo que hasta ese momento eran fracciones de revolucionarios. Guáimaro tiene ese valor histórico: por primera vez se le da a esa revolución naciente una estructura legal coherente», dice.
Es una concepción lastrada por la visión republicana, razona el estudioso y describe cómo Antonio Zambrana, que es quien la redacta con Agramonte, plantea que primero había que ser republicano que patriota.
Es su obsesión evitar que se entronizaran las dictaduras y los caudillos en el poder, pues la revolución en Cuba se inicia desfasada respecto a América Latina, y la experiencia más cercana para estos jóvenes formados en los predios universitarios son los golpes de Estado de esa zona, explica Cordoví y compara esa realidad con la propuesta cespedista de fusionar el mando civil y militar.
«Él es mucho mayor que Agramonte y Zambrana, tiene más vínculo con el movimiento independentista latinoamericano y posee una visión realista de las circunstancias. Era necesario organizar una guerra en condiciones donde no se podía establecer una república clásica. Como dijera el general Enrique Collazo, se quiso crear ciudadanos cuando lo que hacía falta eran guerreros, militares».
Porque el Ejército —en una guerra irregular como la que se desarrollaba en Cuba, una guerra de guerrillas donde el factor sorpresa y la movilidad eran claves— según la Constitución de Guáimaro, estaba atado, al igual que el Presidente de la República, a una Cámara de Representantes muy fuerte, ilustra el experto.
«Aunque el cómo organizar la revolución tuvo muchos errores, propios de la mentalidad y las estructuras que existían en la Isla, no se podía pedir más a aquellos hombres. Céspedes, con el realismo que lo desbordaba de qué era lo importante y lo necesario en una guerra como la que se estaba iniciando; y los otros, con el idealismo más republicanista de lo que debía ser una división de poderes para evitar tendencias militaristas y dictatoriales.
«Todos, con sus pros y contras, virtudes y errores, contribuyeron, desde el punto de vista legal, a ir sentando bases que permitirían posteriormente perfeccionarse en Baraguá, y ya en la Guerra del 95, en Jimaguayú y La Yaya.
La Constitución de Guáimaro era tan avanzada que sentaba que todos los ciudadanos eran libres, valora el Vicepresidente del IHC, y enfatiza en que, aunque para instrumentarla hubiera problemas, la letra deja elementos importantes que demuestran el conocimiento intelectual de Agramonte y Zambrana sobre la jurisprudencia moderna.
«Hacerlo realidad era más complicado y trajo muchas dificultades, pero son artículos que dejan sentada una tradición que es esencial entender para la historia de la jurisprudencia en Cuba», concluye.
Ha de verse el 10 de Octubre, dijera el Apóstol, como recuento y promesa. Cual ese día para ponerse «de pie, como en el borde de una tumba» y renovar «el juramento de los héroes». En estos días de elecciones, y con la consolidación de nuestro sistema político y jurídico siempre en la mira, hay que volver la vista 149 años atrás, para seguir adelante.