El sitio está muy bien conservado en el Instituto Técnico-Militar José Martí para que Fidel siga presente. Autor: Abel Rojas Barallobre Publicado: 21/09/2017 | 07:02 pm
Allí todo está intacto. Algunas de sus pertenencias, su cama, fotos de su participación en el deporte y otros objetos que desafían los límites del tiempo y constituyen un tesoro histórico. Todo está celosamente guardado y al entrar a la habitación pareciera que el eterno joven te saluda con su jocosidad de siempre y te invita a compartir no pocos recuerdos.
En uno de los espacios del Instituto Técnico-Militar (ITM) José Martí, Orden Antonio Maceo, Orden Carlos J. Finlay, se conserva la habitación donde se alojara el líder histórico de la Revolución en sus años de estudiante. El entonces Colegio jesuita de Belén en La Habana acogió en 1942 al alumno Fidel Castro Ruz, quien más tarde se convertiría en uno de los hijos más ilustres de Cuba.
Cuando Nayda González Odio, especialista del ITM, comienza a describirnos con su voz pausada cada detalle del cuarto, es como si los años entre 1942-1945 en los que Fidel estudió en Belén y se graduó como bachiller, jamás se hubiesen ido del almanaque.
«No a todos los matriculados se les otorgaba una habitación como esta. Los estudiantes dormían en las camarillas, una edificación semejante a un cuartel dividido por mallas tipo conejeras. Ahí también durmió Fidel hasta su traslado a esta habitación por ser uno de los mejores alumnos del Colegio tanto en la docencia como en el deporte», explica.
Y señala una de las paredes de la habitación donde está la caracterización que de Fidel hizo en el anuario de la institución, el Padre Armando Llorente, quien fuera su profesor. Allí puede leerse: «Se distinguió siempre en todas las asignaturas relacionadas con las letras. Excelencia y congregante, fue un verdadero atleta, defendiendo siempre con valor y orgullo la bandera del Colegio. Ha sabido ganarse la admiración y el cariño de todos. Cursará la carrera de Derecho y no dudamos que llenará con páginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista».
El cuarto en el ITM. Foto: Abel Rojas Barallobre
Habitación adentro
Lo primero que exhibe la habitación es una secuencia fotográfica que comienza con instantáneas de los padres de Fidel, allá en la casa de Birán, donde nació. También de la escuela de Belén tal cual era en aquella época. Además tiene su llegada al Colegio, el 9 de septiembre de 1942, tras elegirlo por ser la mejor escuela jesuita del país.
Asegura González Odio que casi todos los inmuebles del cuarto son originales y que en él se muestran las réplicas de los uniformes usados por Fidel en las diferentes actividades que se realizaban dentro del Colegio: en la parte deportiva, en tiempo de invierno (un uniforme más oscuro) y en tiempo de verano (uno más claro).
«Entre lo más significativo se encuentra la cama donde dormía Fidel y en la que volvió a acostarse en 1997, cuando el aniversario 30 del ITM», dice la especialista, quien recuerda que no pocos visitantes del sitio se han preguntado cómo podía dormir en un lecho tan pequeño siendo tan grande su estatura.
«El día de la visita le hicimos tal interrogante y su respuesta fue que lo hacía en forma fetal, porque cuando lo hacía boca arriba las piernas las tenía que sacar por entre los balaustres. Poco después de ese diálogo nos lo demostró. Aquello fue tremendo, entre risas y emociones. Siempre nos sorprendió con su talento y sensibilidad.
Casi todos los inmuebles del cuarto son originales. Foto: Abel Rojas Barallobre
«Esta cama tuvo mucho tiempo su silueta marcada hasta que desgraciadamente con el paso de los años hubo que cambiar las sábanas», afirma con tristeza, a la vez que añade que en este sitio memorable hay fotos trascendentales como aquella en la que se observa a Fidel con la mano en alto, tomada en un debate de tipo parlamentario que se realizó en el teatro de la escuela.
Recuerda que durante ese debate el líder de la Revolución disertó sobre la educación privada en Cuba, Alemania, Rusia y otros países, un tema complejo para la época y más abordado por un muchacho de su edad, lo que le mereció ser el alumno más aplaudido, y también el más censurado por la prensa de la época. «En la revista Ecos de Belén junto a la instantánea, se resaltó además el porte y aspecto excepcional de Fidel, su dicción perfecta y la fluidez de su discurso. En ese entonces tenía 18 años».
Otras de las cosas significativas que se muestran en la habitación son las notas de Fidel durante su estancia en el Colegio. «A muchos de quienes observan las calificaciones no les parece que se correspondan con las de uno de los mejores alumnos de la escuela, pero es que la evaluación de la época era muy distinta a la actual. En aquellos años evaluaban tanto los profesores del Colegio como los del municipio de Marianao, y eran las actividades sistemáticas, ni siquiera las notas finales. Algunas eran sobre 20, sobre 70, sobre 100, de ahí las diferencias», afirma.
La propia historia se encargó de confirmar con creces aquellas palabras del Padre Armando Llorente. Y es que Fidel quedará para siempre como un símbolo de la dignidad nacional y de confianza en la juventud, en cuyos hombros, aseguró, se pueden depositar grandes tareas.
Alumno modelo
Fidel quería concluir el bachillerato en el Colegio de Belén, en La Habana, y lo conversó con sus padres, quienes accedieron.
En el Colegio, Fidel fue una revelación en el baloncesto de menores de 16 y 18 años. Al finalizar el tercer año, integraba el equipo de fútbol y estableció un récord de 5,8 pies en salto alto.
Además, sus notas eran de excelencia y había obtenido premios en Español, Inglés e Historia. Estudiaba duro; para él era cuestión de honor alcanzar buenas calificaciones, lo que no siempre dependía de su esfuerzo: a veces los profesores exigían un aprendizaje memorístico, y el joven Fidel estimaba que era un verdadero desperdicio.
El Padre Armando Llorente caracterizó a su alumno. Foto: Abel Rojas Barallobre
No se consideraba a sí mismo un alumno modelo. Se distraía con frecuencia en clases y dedicaba mucho tiempo a la preparación deportiva. Pero asistía con puntualidad y disciplina a las aulas y en época de pruebas estudiaba en todo momento y lugar.
Era el encargado de apagar las luces y cerrar las ventanas y los portones del salón de estudio y, en vez de retirarse como todos a las diez de la noche, lo hacía tres o cuatro horas más tarde.
También participaba en acampadas, como la realizada a la ermita de Monserrate, en el valle de Yumurí. Fue nombrado general de exploradores, luego de una excursión a las montañas de Pinar del Río, en la que cruzó a nado el río Taco Taco, que se hallaba crecido, para asegurar del otro lado una soga y lograr que sus compañeros pasaran sin ser arrastrados por la corriente.
Al respecto puede leerse en la revista Ecos de Belén: «(…) se organizó la terrible “lucha” en la que Elmo y Fidel mostraron habilidades que con el tiempo han de dar de hablar (…)».
En cuarto año organizó una escalada al Pan de Guajaibón, que dejó exhaustos a los muchachos; aunque el hermoso paisaje contribuyó a la rápida recuperación.
Al fin llegó la graduación. Fidel Alejandro sería uno de los más destacados estudiantes y el mejor atleta de su curso.
*Fragmentos tomados del libro Un niño llamado Fidel Alejandro, de María Luisa García Moreno y Rafaela Valerino Romero, perteneciente a la Casa Editorial Verde Olivo.