Obra de David Alfaro Siqueiros, 1960 Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 07:01 pm
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Por eso hablar de Frank,
del hijo del pastor,
del maestro,
del joven capitán que un día vistió
de comandante a la Ciudad,
y se fue con ella hecho un grito ronco por las calles
hasta el mar,
hasta más allá del mar
y las montañas.
Hablar de Frank,
del organista que una tarde cualquiera de Santiago
hizo su comunión con el heroísmo.
Hablar de Frank,
del poeta empujado hacia los techos de la Ciudad
por los sonidos de las balas del Moncada.
Hablar de Frank,
del jefe de acción y sabotaje
que recogía violetas en las calles
después de haber hecho que la muerte muriera otro
poquito.
Hablar de Frank
y luego de David
y siempre de Frank
es saber hasta dónde su padre y la Ciudad
le llenaron de fuego el corazón.
IV
Al entierro de Frank fue toda la Ciudad
habían clavado un puñal en la ternura de la tierra.
V
Hoy Frank es un país,
su corazón es un camino por donde andan los niños
con los ojos abiertos.
Hoy Frank es una Isla violenta
un surco
el canto de una semilla reventando la tierra;
porque Frank está ahí, encima de la muerte
montado sobre una muerte que solo logró regarlo
por la Isla, convertirlo en escuelas,
repartirlo en la risa de los niños
que andan tocándole el corazón caliente todavía.
La muerte nos lo puso más cerca, más adentro;
ya no anda su cuerpo por las calles
pero el sonido de sus pasos golpea todas las puertas;
ya sus dedos no son una rebeldía sobre el órgano,
pero el mar está lleno de música
y en las tardes violentas de Santiago
se oye una melodía que nos hace abrirnos la camisa.
Ya sus pies no son una angustia sobre los techos,
pero aún están sonando las balas del Moncada
y Frank sigue naciendo de la Ciudad,
saliendo de las calles,
creciendo de los techos,
repartiendo el corazón
como único pan posible para matar la muerte.
Fragmentos de Por Frank, de Waldo Leyva