Yenicel Castañeda Tito estuvo acompañada en el alumbramiento de su hijo Fred, por la persona que ella decidió: su esposo. Autor: Haydée León Moya Publicado: 21/09/2017 | 06:57 pm
Los dos están casi solos en un cuarto de paredes azules. Ella gime de dolor. De un dolor que la estremece, aunque no se parece al del sufrimiento. Él le besa el rostro, y como en una caricia masajea su espalda. Se dicen cosas, bajito…
Desde la madrugada viven el «romance» final de una historia que comenzó meses atrás.
Justo cuando el «ay» es más hondo, un segundo hombre de verde vestimenta los separa dulcemente. Ella se va. Al muchacho se le asoma una lágrima, pero cierra el puño en señal de fortaleza y confianza. Ella sonríe mientras se aleja...
Él la espera al pie de una cama cuyas sábanas estira una y otra vez con suprema impaciencia. Ella regresa, poco tiempo después, para ventura del desesperado. No viene sola. En sus brazos carga un nuevo amor.
Desde ahora serán tres en la relación. Este no es un relato ficticio. Es la historia real de un breve instante durante el trance más trascendental en la vida de los jóvenes Yenicel Castañeda Tito y su esposo Alfredo Olivares Cardosa, la primera pareja guantanamera que compartió junta esa hora tan definitiva como es la del parto, desde la introducción en la principal institución hospitalaria de esta provincia, a principios del presente año, del acompañamiento de la familia, una práctica que mundialmente es considerada muy favorecedora para un feliz alumbramiento.
«Respira, que tú eres fuerte, mi amor; todo saldrá bien y nuestro hijo Fred Isaías nos cambiará la vida. No te me aflojes; haz tu parte, que los médicos y las enfermeras harán la suya…. Así me decía Alfredo, y eso me daba mucha fuerza», me confiesa, aún dolorida, la joven técnica en Explotación del Transporte, al revelarme los susurros de su esposo (ingeniero en Telecomunicaciones), en el momento crucial que acaban de vivir.
Un equipo de liga mayor
En el numeroso colectivo de médicos y enfermeras que conforman los equipos del área de preparto en el hospital provincial Agostinho Neto, la juventud se impone. Y el sentido de pertenencia y la responsabilidad también. Eso se aprecia desde que traspasas el área aséptica y comienzas a sentir el rigor de lo que se debe o no se debe hacer.
Se percibe más esa entrega cuando logras compartir por varias horas el ajetreo que allí se vive. Son profesionales de alta consagración, que casi siempre llegan al amanecer y nunca saben cuándo terminarán; que aman lo que hacen y prefieren estar con la parturienta hasta al final, aunque ya hayan rebasado el horario de labor establecido, que entran por un descanso al cuarto de los médicos y tienen que salir disparados nuevamente.
Allí, incluso, por esas urgencias, puede esta periodista que pasa de los 50 y «disfrazada» con un traje verde que la cubre toda, hasta ver a un joven médico en «paños menores» porque cuando ya estaba vestido con lo que la gente llama ropa de calle le avisaron que tenía que partir urgentemente para el salón de operaciones y el cuarto donde se mudan las vestimentas estaba momentáneamente ocupado.
Gente que vive todos los apremios en un medio donde están en apuro unas cuantas vidas casi a cada instante, y que ahora asume el reto de convivir con un personal que no es precisamente profesional del ramo.
Muchos pro y pocos contra
Pero este acompañamiento es vital y muy positivo, según me confiesa la joven doctora Islenia Hernández Matos, con vasta experiencia en el área de preparto.
«Las pacientes cooperan menos cuando el trabajo de parto transcurre sin la compañía de un familiar, fundamentalmente las primíparas y dentro de estas, las adolescentes, a la hora del examen físico.
«Esta experiencia ayuda a que sea más activa su participación en circunstancias que, para todas, siempre son únicas en cuanto al personal médico y de enfermería con el cual entra en contacto durante unas 20 horas, a partir de que la dilatación del cuello del útero alcanza los tres centímetros, que es cuando se inicia la parte activa del proceso», explica la también especialista en Ginecobstetricia.
Como se trata de un momento que para la mujer tiene una especial connotación desde el punto de vista biológico y sicológico, el acompañante en el parto solo puede ser la persona, sea familiar o no, que la embarazada desee y que haya recibido clases y alcanzado preparación en el área de salud a partir de las 34 semanas de embarazo de la paciente, lo cual debe venir debidamente registrado en el tarjetón de la paciente, como fue el caso de Yenicel.
Aunque lo considera ventajoso, el médico residente en 4to. año en la especialidad de Ginecología y Obstetricia, Alain Pérez Sabatela, asegura que la experiencia entraña riesgos, pero sobre todo retos para que los acompañantes no interfieran en el trabajo de los especialistas, incluyendo por supuesto el de las enfermeras.
Y precisamente en ese instante se escucha a alguien que, en tono de queja, dice que el último tacto para ver por dónde andaba la dilatación uterina de una paciente —de quien no es acompañante—, se lo hicieron hace una hora.
«¿Ve lo que le digo? —afirma el galeno—. La politactación es una de las puertas de entrada de la sepsis uterina. Por eso este examen se realiza cada tres horas en el trabajo de parto, no antes. Y también considero que parte de la disciplina de este personal, cuya contribución es muy importante y beneficiosa, es estar muy centrado en su familiar, pues la mujer que está sola en este trance tiene un equipo completo de especialistas encima de ella».
Entre esa gente consagrada, la enfermera obstetra Yaniuska Sánchez González destaca la conmovedora experiencia de las madres que acompañan a las hijas que están a punto de serlo por primera vez. «Es una relación única; una compenetración cariñosa, muy especial, y de hecho la mayoría de los 143 partos con acompañantes registrados hasta el momento aquí, son de esa naturaleza materna», apunta.
No obstante, esta especialista coincide con otros del equipo en las ventajas de la presencia del padre del bebé: «A veces las madres y otros familiares son arrastrados por los sentimientos, y eso no ayuda mucho; el hombre, sin embargo, por lo general le transmite más seguridad y confianza a la mujer, según dicta la experiencia en Cuba y otras partes del mundo».
Para el ginecobstetra Geonavis Whatson Viola «se trata de la humanización de un momento que para la mujer es crítico, y doloroso, porque en nuestro país no se ha protocolizado aún la anestesia peridural, una práctica mundial para el parto sin dolor, que implica muchos riesgos y cuidados más intensivos en el alumbramiento.
«Por tanto el acompañamiento es un paso muy importante, que debe ampliarse y fortalecerse cuando estructuralmente se creen en nuestro centro las condiciones para que no dependa de la casualidad la presencia del esposo junto a la paciente», señala el especialista.
Sucede, agrega el experimentado, carismático y no precisamente joven doctor Lázaro Fernández Illas, máster en Atención a la mujer, que el acompañamiento del hombre tiene una limitación, porque aunque fue integralmente reparada el área de ginecobstetricia, no cuenta con los requerimientos de privacidad necesarios, por lo cual hasta ahora lo general es el acompañamiento de personas del sexo femenino, generalmente madres, suegras, abuelas y otros familiares que también son muy importantes en la vida de la que está a punto de ser mamá.
Pero lo ideal es que sean los hombres, «para que sepan lo que la mujer sufre para ser madre», particulariza el galeno.
Tal vez por eso en el libro de incidencia del área de preparto, Alfredo, el esposo iniciador de este tipo de acompañamiento en el Agostinho Neto, escribió:
«He conocido en vivo el momento terrible que vive una mujer para traer al mundo a otro ser. Nunca había experimentado tantos sentimientos encontrados: ansiedad, seguridad, miedo, alegría y dolor. Ahora siento que la amo mucho más. A partir de hoy seré mejor hijo y esposo».
La experiencia del acompañamiento en el parto es vital y muy positiva, considera la joven doctora Islenia Hernández Matos, especialista en Ginecobstetricia en el mayor centro hospitalario de Guantánamo. Foto: Haydée León Moya