El Patato, a la izquierda, imprimiendo en la máquina Pequeña Gigante, nombre con el que también calificó el alegato de autodefensa de Fidel. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 06:44 pm
«Pequeña Gigante». Así calificó aquel hombre cajista de imprenta a La historia me absolverá, un texto que comenzó a leer al revés, como es costumbre en los operarios del arte tipográfico tradicional, y que lo impresionó por su fuerza, calidad discursiva y posibilidades.
Tenía razón El Patato, como le decían a Tomás Sotolongo, uno de los trabajadores de la imprenta donde se tiró la primera edición. Gigante es el contenido del alegato de autodefensa del líder histórico de Cuba, como lo fue también el proceso de edición y distribución que tuvo desde su preparación en la cárcel de Boniato, su exposición ante el Tribunal, su reconstrucción por el propio Fidel en el presidio en Isla de Pinos y la disposición de sus seguidores a recopilar los manuscritos e imprimirlos en medio de la represión policial batistiana.
La escritora y periodista Marta Rojas, testigo de excepción del proceso por los hechos del 26 de julio de 1953 —justo el año en el que inició su vínculo con la revista Bohemia— escribió Pequeña Gigante. Historia de: La historia me absolverá. En el libro, dedicado a Haydée Santamaría, Melba Hernández y Lidia Castro, la autora santiaguera nos sumerge en los detalles que tejen la concepción de esta obra fundacional de la Revolución Cubana.
La historia me absolverá se gestó luego de que Fidel fuese capturado en un bohío en la cordillera montañosa de Santiago de Cuba, donde se ocultaba tras la malograda ocupación por sorpresa del Cuartel Moncada. Por suerte, fue descubierto por el teniente Pedro M. Sarría Tartabul, quien no titubeó en tomar la decisión de dejarlo vivo.
Cuenta Rojas que al juicio celebrado en el Hospital Saturnino Lora el 16 de octubre debía acudir Fidel con todas las formalidades que les exigían los tribunales a los abogados, mas él no tenía flux de lino blanco ni dril 100 y soportó el calor sofocante en la salita de enfermeras con penetrante olor a éter y a emanaciones de asépticos, vistiendo una camisa blanca de cuello duro, un sobrio flux de casimir azul oscuro y una corbata negra.
Ella estuvo ahí, junto al periodista Arístides Garzón Masó, y vio al «acusado» entre soldados armados de rifles con bayoneta calada y cananas terciadas al pecho nutridas de proyectiles, dispuesto a defender públicamente la causa por la que murieron asesinados decenas de hombres comprometidos con su país, denunciar las torturas y asesinatos de los prisioneros, desenmascarar a los culpables y proclamar el Programa del Moncada.
«Lo que a Fidel le parecía interesante en algunos de sus libros, me lo leía en voz baja, nunca le oí alzar la voz. Siempre estaba consultándome cosas como si yo supiera, como si yo tuviera sus conocimientos. (...) Cuando lo oí en el juicio comprobé que era verdad, que se sabía el discurso de memoria... También hablaba de Martí y yo pensé que así pudo haber hablado. A Fidel le dolía mucho lo que contaba».
Este fragmento es parte de la conversación que sostuviera Marta Rojas con Gerardo Poll Cabrera, el obrero ferroviario que se convirtió en el único interlocutor de Fidel en su celda en el presidio, tras dos meses de reclusión solitaria. Se percibe la admiración de un hombre hacia la grandeza de otro, a quien las enfermeras se turnaban para escuchar en la habitación contigua a la del juicio, viéndole los pies calzados con zapatos negros por un resquicio de la puerta de cristal, acostadas en el suelo.
Peliaguda tarea
«Sacar La historia me absolverá fue para mí, y creo que también para Melba, una de las tareas más duras y a la vez más gratas de mi vida». Rojas repasa el diálogo con Haydée, quien asumió con entereza la misión de buscar un impresor y dinero para La historia me absolverá.
«Planchar algunas de aquellas hojas escritas con jugo de limón, pasarlas a máquina —algunas las planchó Lidia, la hermana de Fidel, aunque todas no venían así—, recoger el dinero, hacer esas tareas era una enorme felicidad; ya no tenía ante mi vista la penumbra de una escalera oscura, ahora veía de nuevo la luz...».
Haydée y Melba organizaron el primer equipo de trabajo para la recepción y edición del documento, y se sumaron José Valmaña, Humberto Guillo, Esperanza Behemaras y Oscar Perón. Ellos siguieron al pie de la letra las orientaciones de Fidel: «No se puede abandonar ni un minuto la propaganda porque es el alma de toda la lucha, la nuestra debe tener su estilo propio y ajustarse a las circunstancias, hay que seguir denunciando sin cesar los asesinatos».
Fidel les aseguró que «de ninguna manera íbamos a hacer un programa político al estilo de los viejos partidos que les ofrecían muchas cosas al pueblo y después no se cumplían».
¿Cómo llegó el texto a las manos de Haydée, Melba y los otros? Fidel solo recibía visitas familiares y su hermana mayor Lidia portaba los manuscritos. Muchas veces salían en el doble fondo de cajitas de fósforos preparadas por sus compañeros de prisión, escritos con zumo de limón como tinta invisible entre los espacios en blanco de cartas de saludo que él les escribía a algunas amistades.
En otras ocasiones, Fidel les lanzaba pelotas de papel a los demás en el pabellón del colectivo, y en su interior estaban fragmentos del alegato que ellos introducían en el doble fondo de las cajas de fósforos y las intercambiaban con las que traían sus familiares.
Lidia ocultaba ese «tesoro de papel» en la doble cabecera de madera de su cama. Después de planchar los papeles, Pedro Emilio mecanografiaba, o lo hacía Manuel Hernández, el padre de Melba, en una vieja máquina de escribir en su casa en Jovellar 107.
Juan Vega, pistero del antiguo garaje Mi tío, de Malecón y 23, accedió a la petición de Lidia, pues a Haydée y a Melba los órganos represivos las chequeaban constantemente. Fue el encargado de buscar al impresor potencial, capaz de tirar el folleto. Acudió a Virgilio Cuesta, cajista en la imprenta propiedad de un señor de apellido Fortuny, en el Cerro, quien lo puso en contacto con Victorero.
Fue Victorero quien enlazó a Vega con Emilio Jiménez, dueño de un chinchal casi artesanal situado en la calle Desagüe, cerca de la Terminal de Ómnibus, donde se imprimía con frecuencia propaganda electoral de cualquier partido político. Allí, en un sitio que no despertaba sospechas, donde trabajaba El Patato, se imprimió la primera edición de La historia me absolverá.
«Cuando comenzamos a montar las galeras del texto con Emilio, yo iba leyendo el alegato al revés —como leemos los cajistas de imprenta—, dándome cuenta entonces que yo era parte de esa masa de pueblo de la cual hablaba Fidel en su discurso. Fui familiarizándome con lo que él decía y no escatimaba tiempo para trabajar en el folleto que me tocaba tan cerca», le contó Sotolongo a Rojas.
La fotografía de la portada debía ser una, aquella, la que Fidel especificó. En ella aparecía serio, sereno, y su semblante se correspondía con los pronunciamientos del Programa del Moncada.
Dificultades infinitas
No pocas vicisitudes superaron quienes compartieron con Fidel el sueño de entregar La historia me absolverá en tinta y papel. La rifa de un televisor para recaudar dinero para la impresión, para la obtención de un plomo que no fuera de acumuladores ni de baterías de automóvil, para comprar papel... Emilio Jiménez pidió el pago por adelantado y se imprimieron más o menos 27 500 ejemplares. Entre 300 y 400 pudieron imprimirse en Guanajay, con la anuencia de Ángel Eros.
Con los bordes de los peines que algunos compraban en una quincalla del barrio, se doblaban las hojas de los cuadernillos. La confección del folleto no fue fácil.
En los dos primeros lugares fuera de Cuba donde primero se editó el folleto, fue en Estados Unidos, por un grupo de emigrados revolucionarios, y en México, en una imprenta adscrita a la vieja y rica tradición del grabado. En Santiago de Chile apareció en una librería de la calle Ahumada, luego del aporte de cada exiliado para su impresión.
Después del triunfo de la Revolución, cuando se abrió el camino editorial en Cuba, fue La historia me absolverá una de las obras más publicadas y leídas en el país, y en otros continentes también. 9-0871 Cas es el código o la ficha bibliográfica con que se identifica el libro en las bibliotecas cubanas.
Marta Rojas comprendió todo el actuar de Haydée, Melba y los demás. Para todos, después del Moncada la vida tenía un sentido especial, el de servirse de ella para echar adelante la causa revolucionaria y nada más. Lo tuvo, y aún lo sigue teniendo.
Bibliografía: Pequeña Gigante. Historia de: La historia me absolverá. Marta Rojas. Editorial de Ciencias Sociales, 2010.