Alfredo confiesa que en la familia no había tradición de avicultores, pero «por el primero se empieza» Autor: Osviel Castro Medel Publicado: 21/09/2017 | 06:35 pm
BAYAMO, GRANMA.— No parecía tener el futuro despejado. Había terminado el noveno grado y llevaba tiempo sin ocupación, algo riesgoso para quien tiene 20 años.
Pero, a esa edad, alguien le habló de la posibilidad de trabajar en una nave de la granja avícola Antonio Maceo, ubicada cerca de su casa, en la comunidad rural Willian Soler.
Aunque Alfredo Benítez Zamora, «Bolo», no tenía la más mínima idea de cuán complejo era lidiar con las aves, aceptó ponerse a prueba y firmó un contrato como operario, un oficio que las personas llaman popularmente «navero».
Hoy, al cabo de cuatro años, es uno de los mejores entre quienes se dedican a esta labor. Hace unos meses, por ejemplo, fue seleccionado el operario avícola más destacado de la región oriental en las granjas de su tipo.
«Es verdad que no tenía experiencia, que este trabajo se las trae, pero enseguida le cogí la vuelta; lo más importante es la dedicación y eso sí tengo», asegura.
Bolo, un mote que le viene de la gordura de sus años infantiles, atiende una nave con más de 4 500 gallinas, y sus triunfos nacen, sobre todo, de hacer una buena selección de las ponedoras.
«Hay que observar las aves todos los días y sacar de la jaula la que no está poniendo. Eso tiene sus secretos; si la gallina tiene la cresta pálida, olvídate: hay que remplazarla», comenta este muchacho que ha llegado a ganar como salario mensual, por sus resultados, hasta 3 900 pesos.
Otra clave de Alfredo está en haber logrado una alta viabilidad, es decir, un alto porcentaje de aves aptas para poner. Se estima que tener un tres por ciento de gallinas no viable significa tremendo éxito. Él ha conseguido ¡0,6!
«La gente no imagina todos los detalles que tiene la producción de huevos. En primer lugar, al animal no le puede faltar el pienso adecuado, ni tampoco darle menos del que lleva, porque te embarcas. Debe tener todas las condiciones sanitarias y una atención constante», sentencia.
Remarca que el agua (en numerosas granjas se transporta en pipas) también es fundamental para obtener el tamaño de la postura (huevo) y que un punto importantísimo está en propiciar un ambiente de «relajación» para las aves.
«Muchas personas no saben que las gallinas se estresan y que unas cuantas cosas pueden llevarlas a poner el huevo más chiquito o a no poner. Si hay truenos, lluvias, frío, o demasiado calor bajan el rendimiento, o si entran individuos ajenos a la nave...».
Bolo reconoce que el trabajo resulta fuerte para cualquiera, porque el simple hecho de barrer cada día una nave inmensa agota, «pero soy joven y no me quejo de nada».
«Pepillo», como muchos de su tiempo, gusta de usar cadenas en el cuello, los pelados a la moda y la gorra al revés. También disfruta de las fiestas, el baile, el reguetón y «toda la música de ahora». Cualquiera que lo vea de primera por la calle, no puede imaginar tal vez que Alfredo es un hombre entregado cada día a su ardua faena y que no esconde ninguno de los secretos vinculados a su oficio, porque el enigma de todo nace en el trabajo.