Fidel, en la clausura del 7mo. Autor: Estudios Revolución Publicado: 21/09/2017 | 06:30 pm
La fuerza que emana de Fidel es que, así no diga una palabra, nos recuerda que el verdadero revolucionario es un gladiador por la vida, un ser cuyo mayor pensamiento es salir victorioso de toda batalla.
Esa es la corriente que emana e imanta de su persona, coherente en todos sus instantes, fundido como pieza única en el fragor milagroso que llamamos vida. Por eso, en acto de justicia, afirmo que es un privilegio haber coincidido con Él en esta Isla que, primero que todo, antes de ser rica en cualquier otra cosa, aprendió a pensar, a sentir, a luchar.
Es un privilegio porque el gladiador rebelde apareció en la línea de vida de la nación para afirmarnos que se puede combatir y también vencer.
Eso explica la ovación que siempre provoca, las voces que a gritos pronuncian su nombre cuando comparece. Siempre es así, y hemos vuelto a vivir esa escena histórica en la mañana de este martes, que a los cubanos nos resulta tan familiar, que súbitamente roba titulares.
Cuando en la sala de prensa del Palacio de Convenciones apareció la señal de imagen de la sesión plenaria en jornada de clausura del 7mo. Congreso del Partido Comunista, los ángulos de lo que se veía ofrecían indicios de la gran noticia: Fidel estaba entrando al lugar.
Puntual, a las diez de la mañana, su llegada iba marcando las emociones en los rostros de los presentes en la Sala. Las mujeres se llevaban las manos a las mejillas en muestra de emoción y asombro. Las voces, al unísono, exclamaban lo que en tantos años de lucha y complicidad con un líder sin par ha expresado el pueblo cubano de multitud en multitud, de reunión en reunión en torno a un fuego de humanidad: «Fidel, Fidel, Fidel...».
Vestido con abrigo azul deportivo tomó asiento en la presidencia. Raúl, de pie, entabló con él un diálogo breve. Se fueron cumplimentando los primeros puntos de la agenda. El líder histórico, como los demás, aplaudía mientras eran mencionados los integrantes del Buró Político del Partido.
Con la impronta a que nos tiene acostumbrados, pedagogo al fin transido de pasión, anunció: «Pasamos a otro tema...». Y entonces compartió con todos ideas ya escritas, una verdadera clase magistral desde la cual, de una o dos oraciones, se iban desprendiendo siglos de saber.
«Constituye un esfuerzo sobrehumano dirigir cualquier pueblo en tiempos de crisis —dijo Fidel resumiendo la tarea enorme que entraña la gobernabilidad en un planeta lleno de enredos—. Sin ellos, los cambios serían imposibles. En una reunión como esta, en la que se congregan más de mil representantes escogidos por el propio pueblo revolucionario, que en ellos delegó su autoridad, significa para todos el honor más grande que hayan recibido en la vida; a este se suma el privilegio de ser revolucionario que es fruto de nuestra propia conciencia».
Tras una nueva ovación, volvió su mirada a tiempos nacientes: «¿Por qué me hice socialista, más claramente, por qué me convertí en comunista? Esa palabra que expresa el concepto más distorsionado y calumniado de la historia por parte de aquellos que tuvieron el privilegio de explotar a los pobres, despojados desde que fueron privados de todos los bienes materiales que proveen el trabajo, el talento y la energía humana. ¿Desde cuándo el hombre vive en ese dilema, a lo largo del tiempo sin límite? Sé que ustedes no necesitan esta explicación pero sí tal vez algunos oyentes».
Como todas sus expresiones públicas tienen un fundamento, como esclarecer forma parte de la batalla de los infatigables gladiadores por la vida, Fidel dijo: «Simplemente hablo para que se comprenda mejor que no soy ignorante, extremista, ni ciego, ni adquirí mi ideología por mi propia cuenta estudiando economía».
Movido por un entusiasmo contumaz, ofreciendo en la cresta de sus palabras el sabor de una ola profunda cuyas razones provienen del manto oceánico, enunció: «Se puede afirmar que no deberán transcurrir otros 70 años para que ocurra otro acontecimiento como la Revolución rusa para que la humanidad tenga otro ejemplo de una grandiosa Revolución Social que significó un enorme paso en la lucha contra el colonialismo y su inseparable compañero, el imperialismo».
El ser humano y su destino, los límites del universo, la política como arte imprescindible que en todo está, la urgencia de estudiar, formaron parte de la reflexión. Ya nos resultan comunes esas aristas de su pensamiento, las cuales dan luces sobre este mundo tan complejo y peligroso, en el cual sería triste asumir la existencia como si esta fuera una brizna en el viento.
Fidel, quien pronto cumplirá sus 90 años, no tuvo reparos en hablar sobre la finitud humana. Su idea estuvo coronada por una visión de Martí, de la cual es heredero especial: la inmortalidad de las ideas. «A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos».
Nunca ha dudado de la capacidad del pueblo cubano para vencer los más difíciles retos. Nunca ha escatimado elogios para la virtud: felicitó a todos y en especial a Raúl por su «magnífico esfuerzo». Nunca ha dejado de pensar en nuestros próceres.
Al final de sus palabras mezcladas con numerosas ovaciones, Raúl le dio un abrazo que para mí tuvo la ternura de todos los cariños que entre ambos nacieron desde los días de Birán.
Se hizo una ovación prolongada. Raúl quiso que reparásemos en Nemesia, la flor carbonera de la que habló el Indio Naborí en sus versos, la niña víctima de los ataques yanquis cuando Playa Girón: igual que en el 6to. Congreso —dijo el Presidente cubano— la volvimos a invitar por derecho propio, y para recordarle al cabo de 55 años a nuestros agresores, que Nemesia, igual que su Revolución, está viva.
Entonces ella fue y le dio un abrazo de hija a Fidel. Al rato las cámaras recogieron al líder con sus espejuelos puestos, tomando notas en su pequeña agenda, y comentando algo a Raúl.
La imagen era más que elocuente para todo buen entendedor: la Revolución es una sola. Allá quienes quieran equivocarse interpretando los sucesos de otra manera…