Una ciudad rebelde que fue ardor y pasión por la libertad y el futuro. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:22 pm
SANTIAGO DE CUBA.— Un morterazo sobre el cuartel Moncada, a las siete de la mañana, era la señal convenida para el inicio de la acción. Amanecía el viernes 30 de noviembre de 1956 y la ciudad de Santiago de Cuba, tras meses de sigilosa y ardua preparación, era un puño cerrado dispuesto a atraer sobre sí la atención del enemigo, para hacer más fácil el arribo a costas cubanas del yate Granma, la expedición comandada por Fidel Castro.
«Se comenzaría con un bombardeo al Moncada con un mortero. Al frente de esta operación estaban Léster Rodríguez y Josué País. Pero ambos fueron detenidos antes de la hora señalada. Cuando íbamos a pie, en la misma esquina del Instituto de Segunda Enseñanza, por el fondo, pasó un sargento que nos conocía muy bien a Josué y a mí. Nos detuvieron a los dos y las armas se quedaron sin utilizar en el tiempo convenido. Al no sonar el mortero, hubo desorganización y desconcierto», describiría años más tarde el combatiente Taras Domitro.
Con la emoción de los estrenos sonó, en cambio, la voz de Pepito Tey, quien sin esperar mucho, se comunicaba con María Antonia Figueroa, al teléfono en el cuartel general de los revolucionarios: «Doctora, dígale a Salvador (Frank País) que llegó el momento». «Dígale que está bien», fue la respuesta del jefe clandestino. Minutos después, el estampido de los tiros inundaba la ciudad.
Pepito
«Todos nos asomamos al corredor, los autos de los muchachos pasaban gritando “¡Abajo Batista!”, “¡Viva Cuba libre!”, y yo decía: “Pero Frank, ¿qué es esto?”, y los vecinos gritaban también», describiría, reviviendo aquel amanecer, la veterana luchadora Gloria Cuadras.
«Entonces vimos a Pepito Tey —evocó Taras Domitro—, quien desde la máquina delantera sacaba su brazo vestido de verde olivo con el brazalete rojo y negro del 26 de Julio, lo levantó con el fusil empuñado, y su grito de ¡Viva Cuba libre! fue coreado por los combatientes que lo acompañaban. Frank no se pudo contener y contestó con las mismas palabras».
Ese era el inolvidable y osado José Tey Saint-Blancard, quien el 2 de diciembre de 1956 iba a cumplir 24 años; era el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de Oriente, el comandante del grupo que asaltaría la estación de Policía y que cayó valientemente tratando de penetrar en dicho edificio.
Tanta impaciencia joven retrataba al protagonista de episodios como aquel recordado tiempo después por el entonces capitán Léster Rodríguez, uno de sus compañeros de lucha, en la compilación 30 de noviembre, de Yolanda Portuondo López:
«A él le tocó la esquina de Enramada y San Félix, y cuando se encontraba realizando su tarea llegó un sereno y le preguntó qué hacía. Pepito le contestó: “Pues muy fácil, escribiendo 26 de julio”. Y lo escribió de un tamaño exagerado. El sereno se puso nervioso: “Eso tú no me lo puedes hacer, me van a botar del puesto —le dijo—, e inmediatamente salió corriendo de allí”».
Otto
Yo vi a Otto cuando lanzó el primer coctel Molotov, recuerda en el citado libro 30 de noviembre, Francisca Planas, su vecina.
«Enseguida lo reconocí. Vivíamos en el mismo barrio y además, unos días antes del ataque, él estuvo en casa y nos pidió ir al patio. Allí estuvo observando los techos y la Estación, pero como era tan reservado no le pregunté nada.
«A pesar del tiroteo me fue fácil penetrar en la litografía que estaba junto a la casa y desde allí, sin peligro, pude observar y oír. Otto y sus muchachos gritaban: “No hemos venido a matar, hemos venido a sacarlos de esa cueva de tortura”».
Otto Parellada Hechavarría tenía entonces 28 años y siempre fue el muchacho valiente y sencillo que sus amigos conocieron. Conspiró contra la tiranía batistiana, protagonizó sabotajes, soportó meses de cárcel... Y aquella mañana de noviembre selló su más duro compromiso con la Patria.
En Arístides Michel Bermúdez, compañero de lucha, quedaron tatuadas las últimas imágenes del héroe, cuando pasó a la historia como uno de los más valiosos mártires de aquella epopeya:
«Se hizo un alto el fuego y Otto les habló a los policías, diciéndoles que se rindieran, que nosotros peleábamos por un ideal patriótico, mientras que ellos lo hacían por un sueldo; también les dijo que Batista se había ido y los había dejado embarcados.
«Un policía gritó: “¡Me rindo!”, y se oyó un disparo que cegó la vida de este. Como un resorte todos reiniciamos el combate; pero otro policía aprovechó el momento para lanzar una ráfaga, alcanzando a Otto, que se mantuvo firme, parado, tratando de contener al policía de la ametralladora. Una bala le alcanzó la ceja izquierda, soltó el rifle y cayó; los ojos se le desorbitaron, por la herida brotaba un chorro de sangre, mientras se movía convulso en los estertores de la muerte...».
«La muerte de Otto nos causó de momento una impresión, la impresión del jefe muerto... », recordaría luego el también luchador Josué de Quesada. «Sería un minuto o dos, todo el mundo lo vio muerto en el tejado... Otto era una persona de grandes condiciones en todos los sentidos».
Tony
Antonio Alomá Serrano (Tony) no pudo ver nunca a su hija Josefina. La pequeña llevaba siete meses en el vientre de Nancy, cuando su padre cayó mortalmente herido al amanecer del 30 de noviembre de 1956.
Horas antes de partir a la lucha, había comentado a su esposa: «Acuérdate de nuestro Apóstol: “Más vale morir de pie que vivir de rodillas”». Y aunque la vida le deparó tan solo 27 años, el orgullo de haberlos vivido dignamente, al servicio de su Patria, lo acercó por siempre al Maestro.
«Tony sabía disimular muy bien las cosas, rememoraría en 1974 su madre, Caridad Serrano Lesseps (Cacha). Me acuerdo que el día antes del asalto llegó a casa por la noche, como de costumbre. Lo único que extrañamos fue que no trajo a Nancy. Cuando le preguntamos por ella, nos dijo que no la había bajado porque no se sentía muy bien... A eso de las nueve de la noche, Tony se paró, le dio un beso al padre y a mí, y se despidió sin notársele nada. Iba para casa de Pepito, allí era el acuartelamiento.
«Pepito vivía dos cuadras más abajo de mi casa. Me contaron que al ver llegar a Tony a la hora acordada se le adelantó y le dijo que no se quedara a dormir toda la noche, que se fuera y regresara por la mañana, que recordara la situación que tenía Nancy, a lo que él respondió: “Tú sabes que este es mi lugar, donde están todos mis compañeros. Además, cuando yo me metí en la clandestinidad, no conocía a Nancy. Tan pronto la conocí le dije en lo que estaba y ella estuvo de acuerdo, así que estoy cumpliendo con mi deber”».
Compartió momentos con Pepito Tey, Léster Rodríguez y otros compañeros de lucha, que al principio se reunían en la histórica Placita de Crombet. Muy pronto tomaría los caminos de la clandestinidad, incluso desde su propia casa, y de la lucha por una Cuba libre.
Tiempo después, Nancy recordaba cuando el hogar se convirtió en un peligroso almacén de armas: «Las pondríamos debajo del depósito destinado a la ceniza. Para hacer este trabajo, tuvimos que viajar a Jamaica de Yateras, donde vivía un haitiano que era el dueño de la casa y pedirle permiso para las “reparaciones”. El haitiano se puso contento, porque no solo haríamos eso, sino también pintarle la casa. La casa se pintó, con la ayuda del Movimiento, porque Tony ganaba muy poco...
«Las armas empezaron a llegar en cajas de cartón, de esas de leche condensada. Esto se hizo para disimular, pues yo estaba en estado y mis amistades me enviaban esa leche para tener asegurada la alimentación del niño cuando naciera. Ese era el pretexto».
Estas y muchas otras historias fecundaron el fragor del valeroso levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956, preparado por Frank País desde mediados del mes de noviembre.
Según el plan colegiado con Fidel, Santiago se empinó para cumplir con los objetivos trazados: cercar el Moncada para neutralizar las tropas acantonadas allí, y acopiar armas, para lo cual se atacaría a la Policía Marítima, a la Nacional y se asaltaría una ferretería en la Plaza Dolores.
En la edición clandestina del periódico Revolución, órgano oficial del Movimiento 26 de Julio, correspondiente a la segunda quincena de febrero de 1957, el propio Frank País dejaría constancia de lo ocurrido aquel día:
«La población entera de Santiago, enardecida y aliada de los revolucionarios, cooperó unánimemente con nosotros».
La complicidad de una ciudad toda era refrendada por el testimonio del combatiente Enrique Ermuz, parte del grupo de jóvenes que entabló combate desde el Instituto de Segunda Enseñanza:
«Cuando empezó el tiroteo, se acercó para ayudarnos un niño de unos 12 años. Le dijimos que se fuera porque lo iban a matar y él contestó: “¿Cómo voy a irme? ¿No están combatiendo ustedes? Yo también soy combatiente”. Recuerdo que la cinta era de lona y cuando yo la suspendía para tirar a los aviones, se caían las balas. Entonces el niño me las recogía y se las iba poniendo de nuevo a la cinta. Aparecieron tres jóvenes, que no conocíamos como miembros de ninguno de los grupos del Movimiento, insistieron en que les diéramos armas para pelear, yo le di un rifle a cada uno y se fueron conmigo a la azotea. Y pelearon duro y con valentía».
Epílogo
Desde las diez de la mañana en adelante, las acciones de aquel 30 de noviembre fueron decreciendo en Santiago. Con algunos combatientes de la Marítima y la Estación de Policía llegaron al Estado Mayor de los revolucionarios, en la calle Santa Lucía, las malas noticias.
Frank ordenó la retirada disciplinadamente, y nos retiramos con mucha serenidad, detallaría años después la desaparecida Gloria Cuadras. En el recuerdo llevaban la cara de felicidad del jefe al ponerse el uniforme verde olivo, la serenidad y el valor de los rostros imberbes que con los camiones del ejército en la calle sacaron y protegieron las armas, con la seguridad de que las tendrían que usar próximamente.
Para la realización de este trabajo se consultó también la serie de entrevistas a combatientes del 30 de Noviembre, de Ángel Luis Beltrán, publicada en el periódico Sierra Maestra, en noviembre de 2006.