Otro paso muy en firme en el largo camino de normalizar una cercanía que ha estado llena de distancias y abismos, se ha dado con el restablecimiento de nuestros vínculos diplomáticos con Estados Unidos. Respeto y cooperación se enuncian como palabras claves tanto en la misiva del Presidente Raúl a Obama, como en la del segundo al Jefe de Estado cubano.
Ante las nuevas noticias de innegable envergadura, esta cubana que vive, sueña y batalla en su Isla debe volver sobre una idea que ya había hecho pública en horas posteriores al pasado 17 de diciembre: pensé que no me alcanzaría la vida para ver esto. Es una sensación que sé han tenido hombres y mujeres de generaciones de más edad. Porque volviendo atrás la mirada, la senda común entre las dos naciones está llena de cicatrices (casi todas marcadas sobre nuestra piel); porque la historia, como expresó Obama aquel día de San Lázaro, pesa.
Viendo que el zarzal se desenreda por obra del sentido común y de la buena voluntad, por obra de una conclusión práctica que reverencia nuestra resistencia, miro Cuba adentro, la profunda, que sé puede tocar el corazón del ciudadano honrado de Norteamérica: el apegado a su familia, al hogar pacífico, a los pequeños, sensitivos y hermosos sucesos de la vida si esta le resulta próspera.
Es la Cuba verdadera que no cabe en postales, en carritos nostálgicos de los 50 del siglo XX, ni en sonrisas de mulatas hermosas, ni en el buen ron, ni en el buen tabaco. En la nueva etapa que se abre paso, el vecino virgen de nuestro paisaje más hondo, se las verá con un mar humano que se expande más allá de grupos intelectuales, más allá de breves islotes que han dado luces en la tierra norteña sobre la creación cultural: verán en su escenario natural a la gente del común, ese personaje protagónico y heroico que Alejo Carpentier describió magistralmente en La consagración de la primavera, donde se cuenta sobre el cambio inexorable de 1959, sobre una épica liberadora cuyos sobrevivientes siguen caminando terca y discretamente cada esquina del país.
Esa Cuba profunda es la que me desvela, la que lucha por enderezar sus entuertos, por hacerla funcionar mejor en los marcos de una sociedad que pondera la justicia, y que para ello depende de sus fuerzas intrínsecas, de cómo organizar y disparar sus potencialidades.
Que Cuba ponga su carne dura —como alertara Martí teniendo en cuenta que las naciones, como los hombres, van por el mundo probando fuerza e hincando el dedo en carne ajena para ver si es blanda o no—, es la cuestión de hoy. Y en eso pienso. No en cuernos de la abundancia, no en varita mágica que vendrá de lejos con un abracadabra; sino en lo que significa haber llegado hasta aquí sin deudas fatales con nadie, y en lo que significa seguir adelante siendo nosotros sin haber perdido el bigote en la contienda.