Virgilia siempre dijo a su hijo que el Che había ido a la selva boliviana a curar la enfermedad de la pobreza y el abandono. Autor: Luis Hernández Serrano Publicado: 21/09/2017 | 05:56 pm
Desde hace tiempo he mantenido inédito el testimonio que hoy dedico en las páginas del diario al Comandante Ernesto Guevara de la Serna, ofrecido por Rosario, un niño de 11 años, hijo de la mujer «medio enana» de que habla el Che en la última página de su Diario de campaña en Bolivia.
El miércoles 8 de octubre de 1997, a las seis de la mañana, salimos del saco de lona y nailon en que dormimos en La Higuera, Bolivia, y que nos protegió de la «vinchuca», insecto causante del Mal de Chagas, generalmente mortal.
Tremenda sequía. Larga caminata rumbo a la Quebrada del Yuro. Abrupta selva. En la zona del Batán, un montón de piedras recordaba la emboscada donde cayeron varios hombres de la guerrilla, costumbre campesina boliviana.
Solo encontramos dos casuchas de adobe en el camino intrincado. Difícil fue bajar hasta la confluencia de tres quebradas: la de San Antonio, la de Jagüey y la propia del Yuro o del «Churo», como la denominan en la selva.
Al fin llegamos en unión de varias decenas de jóvenes latinoamericanos organizados en numerosos países para rendir homenaje a Guevara en el 30 aniversario de su muerte.
Muchachones de uno y otro sexo iban encabezados por la joven Kenia Serrano, hoy presidenta del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, entonces miembro del Buró Nacional de la UJC.
Nos detuvimos junto a una inmensa roca donde el Che se parapetó en su último combate con pólvora —porque el último fue a palabra y a pensamiento, como José Martí, en la escuelita humilde de La Higuera, ante sus asesinos mandados por la CIA.
Alguien de la zona nos enseña dónde está un niño a quien no podemos dejar de entrevistar antes de regresar: el hijo de la persona pequeñita que el Comandante Guevara menciona en la última página que pudo escribir, el 7 de octubre de 1967, en aquella gesta heroica.
«Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente; hasta las 12:30 hora en que una vieja, pastoreando sus chivas, entró en el cañón en que habíamos acampado y hubo que apresarla. La mujer no ha dado ninguna noticia fidedigna sobre los soldados, contestando a todo que no sabe, que hace tiempo que no va por allí. Solo dio información sobre los caminos; de resultados del informe de la vieja se desprende que estamos aproximadamente a una legua de La Higuera y otra de Jagüey y unas dos de Pucará. A las 17:30, Inti, Aniceto y Pablito fueron a casa de la vieja que tiene una hija postrada y una medio enana; se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas».
Sin embargo, la anciana no los delató. Ya se sabe gran parte de la historia, casi toda. Con su carabina M-2 inutilizada por un disparo, su pistola sin magazín, ya sin balas, una pequeña daga y un balazo en el tercio medio de la pierna izquierda, es que pueden capturar al hombre que se había declarado «un aventurero, pero de los que ponen su pellejo para demostrar sus verdades».
Un indolente soldado boliviano, aun sabiendo cómo se encuentra, le da con odio un culatazo en el pecho y cuando pretende darle otro, se le interpone el guerrillero boliviano Willy Cuba y casi le grita: «¡Cuidado, coño, que es el Comandante Ernesto Guevara y lo tienen que respetar!».
Habla el niño
«Mi madre siente un gran amor por el Che, como la mayoría de la gente de estas montañas», nos dice Rosario, que es el nombre de este niño hijo de la mujer de muy baja estatura desconocida hasta la muerte del jefe guerrillero. Y añade: «El tiempo no ha podido quitarle de la mente la persona del Comandante. Ella siempre me ha dicho que él vino a la selva a curar la enfermedad de nuestra pobreza, a quitarnos el abandono y el olvido. Y ella y muchos más le llaman San Ernesto de La Higuera, planta que solo una vez florecía antes de que el médico argentino estuviera por aquí. Y ella me dice que se parecía a Cristo».
Rosario, al momento de nuestro diálogo, trabajaba cinco horas haciendo barro y por la tarde iba a una escuelita a varias leguas de su pobre casucha en las lomas. Virgilia Cabrita es el nombre de la madre, la «medio enana» citada por el Che en su última anotación en el Diario. Ella tiene otros tres hijos: Elías, Juan y Andrés. Su esposo, padre de Rosario, es Santiago.
La anciana que pastoreaba las chivas por la Quebrada del Yuro, hermana de ella, era Epifania.
Todo esto nos lo dijo el niño en aquella entrevista que hoy revelamos. Por él supimos igualmente que su mamá, en 1967, tenía 13 años e Irenia, 30.
Hoy sabemos que todas ellas han muerto. Virgilia, la «medio enana», últimamente no gozaba de buena salud. Y el 15 de noviembre de aquel 1997, fue ingresada en la Clínica de Chato Peredo, en Santa Cruz de la Sierra. En julio y agosto de ese año había ido a La Paz para que los médicos atendieran sus problemas renales, la columna, la hipertensión y la garganta, pero no recibió ninguna ayuda allí.
Virgilia Cabrita vivía, cuando entrevistamos a su hijo Rosario, en una extraña choza edificada con barro y paja sobre unos pilotes de madera de la selva. Solo 80 centímetros era su estatura y trepaba «en cuatro patas» por el escarpado sendero de tierra en plena montaña, al borde mismo de la Quebrada del Yuro, un paraje abrupto y solitario que solo se ha conocido gracias a la gesta guerrillera del Che y sus hombres.
«Mi madre nació en 1954 en estas montañas y cuando asesinaron al Che el día 9 de octubre, a eso de las tres de la tarde, ella tenía solo dos años más de los que yo tengo ahora. Tenía solo 13. Siempre me ha dicho que Epifania no delató al Che; que fue un tal Pedro Peña, informante del Ejército, quien avisó a Aníbal Quiroga, corregidor de La Higuera, y este lo denunció a los militares», refirió Rosario.
«Mi madre era chiquitica de cuerpo, pero pensaba grande. Decía que lo más triste de todo es haber fusilado a un médico tan valioso y valiente, con las manos amarradas y sin pedirle ni siquiera su último deseo de hombre».
Y agregó Rosario: «¿Usted quiere que le diga la verdad? Sé que los restos del Che se llevaron hacia un lugar que se llama Santa Clara, en Cuba, lejos de mi casa, después que unos científicos cubanos lo buscaron y lo encontraron donde lo enterraron secretamente. Pero lo que no entiendo es por qué tanto trabajo y tanto esfuerzo buscando a un vivo entre los muertos».
Fuentes: Diario de Pombo, páginas 184-185 y Diario de Inti, que nutrió después su libro Mi campaña con el Che, en 1969.
Ruta hacia la muerte
Día 1ro. de octubre de 1967. Luego de caer la tropa de Joaquín (Comandante Vilo Acuña) en la emboscada del 31 de agosto en Río Grande, la tropa del Che solo la integran 17 hombres que hacen campamento en un bosquecillo ralo cercano a la Quebrada del Yuro, a 1 600 metros de altura. El 2 de octubre a las 18 horas inician el descenso y hacen noche en un alto. El 3 suben a un firme que domina el camino de los soldados. A las tres de la tarde emprenden la marcha. Sortean un chaco y llegan a una cañada sin agua, a 1 360 metros, más cerca aún de la Quebrada del Yuro. El día 4 el Che anotó en su Diario: «A las 18 abandonamos la quebrada y seguimos por un camino de ganado hasta las 19:30, hora en que no se veía nada y pasamos hasta las tres (…) El comentario de si me capturan fuerzas de la 4ta. (División), me juzgarán en Camiri y si lo hacen los de la 8va., en Santa Cruz (…)». El 5 caminan hasta las 5:15 horas… dejan un trillo de ganado y se internan en un bosquecillo ralo, pero alto, contra «miradas indiscretas». Salen al anochecer «con la gente agotada por la falta de agua». Por la madrugada pasan a un bosquecillo. El 6 la exploración halla una quebrada lejana con agua. Hacia allí se dirigen. Cocinan todo el día bajo una gran laja que servía de techo y se aproximan a pleno sol por lugares algo poblados y quedan en un hoyo. Salen por la madrugada hasta un afluente cercano a este arroyito. El Che piensa hacer una exploración más exhaustiva «para determinar el rumbo futuro» (se sabe que pretendía llegar a la zona más segura, al Chapare). El 7 a las 12:30 horas entró la anciana al cañón pastoreando las cabras y hubo que apresarla. Salieron los 17 hombres con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estaban, que no tenía casas cercas, pero sí sembradíos de papas regadas por acequias del mismo arroyo. A las dos se detuvieron a descansar, pues ya era inútil seguir avanzando.
Según testimonios de Pombo (el general de brigada Harry Villegas) y el diario de Inti Peredo, como a las 12 apresaron a Epifania. Primero se hizo pasar por sorda, después dijo que no hablaba el español. La obligaron a permanecer con ellos y por la tarde dio datos concretos sobre el ejército, informó la distancia del camino ancho que suponían iba hacia Pucará, donde era posible la existencia de tropas. Inti, Aniceto y Pablito la acompañaron hasta su casa en la cual conocieron su drama de enfermedad y pobreza.