La extracción social fundamental de los combatientes que encabezados por Fidel asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes hace seis décadas, era de la capa humilde de la población.
Un determinado número de ellos poseía estudios secundarios y universitarios, pero en su gran mayoría apenas completaron la enseñanza primaria, y una buena parte, ¡ni siquiera eso!
Del centenar y medio de los asaltantes, solo cuatro eran graduados universitarios: los abogados Fidel Castro y Melba Hernández, el médico Mario Muñoz Monroy y el dentista Pedro Celestino Aguilera; Ramiro Valdés era estudiante de Arquitectura.
Boris Luis, Jesús Montané, Oscar Alcalde y Raúl Martínez eran contadores profesionales, pero no habían terminado la carrera de Contador Público en la Universidad, igual que Pedro Miret Prieto la de Ingeniería Agronómica.
Otro tanto ocurría con Raúl Gómez, graduado de la Escuela Normal para Maestros, quien aún cursaba Pedagogía en la Universidad habanera. A este grupo de mayor nivel de estudios pertenecían los estudiantes de Ciencias Sociales Raúl Castro y Léster Rodríguez; y Abelardo Crespo y Héctor de Armas, que estudiaban Ingeniería Civil. Con Ramón Pez Ferro y Ulises Sarmiento, que cursaban la enseñanza media, no sobrepasaban la cifra de seis los estudiantes que no trabajaban.
De todo ese contingente no llegaban a 20 los que ganaban 200 pesos mensuales. Muy pocos tenían ingresos decorosos estables como Renato, Aguilera, Alcalde y Marrero, este último en un camión repartidor de cerveza.
El sector mayoritario era el de trabajadores de la construcción, con albañiles, pintores, masilleros, carpinteros, areneros y picapedreros, como Juan Almeida, Armando Mestre, Ramón Freyre, Pablo Agüero, Lázaro Hernández, Tomás Álvarez, Armando Valle, Flores Betancourt, Wilfredo y Horacio Matheu, José Ramón Martínez, René Bedia, José de Jesús Madera y Emilio Hernández.
Los seguían los obreros agrícolas Manuel Isla, Manuel Rojo, Gerardo A. Álvarez, José Antonio Labrador e Ismael Ricondo.
Los empleados de oficina eran Abel Santamaría, Boris Luis, Gildo Fleitas y Julio Reyes. Y los dependientes de comercio Julio Díaz, Rigoberto Corcho, Roberto Mederos y Marcos Martí.
Los había choferes, zapateros, mecánicos, fregadores, textileros, panaderos, lecheros y repartidores de hielo, como Ciro Redondo y Ramón Méndez, viajantes de comercio; Fernando Chenard y Miguel Ángel Oramas, fotógrafos; Antonio Betancourt, carnicero; José Testa y Ángel Guerra, vendedores ambulantes de flores; Rolando San Román, con un pobre quiosco de ostiones; Jacinto García, estibador; Humberto Valdés y Osvaldo Socarrás, parqueadores, y Manuel y Virginio Gómez, cocineros.
Un buen grupo estaba desempleado y hacía las más diversas tareas para ganarse la vida y llevar algo de comer a sus casas. Muchos carecían de profesión u oficio y la mayor parte no tenía ingresos estables y estos eran muy bajos. Guillermo Granados Lara vendía zapatos por la calle hechos por un artesano y recibía por eso una escasa comisión que apenas alcanzaba a la subsistencia de su familia.
Fuentes: El Grito del Moncada, Mario Mencía, p.p. 391, 471, 472, 473 y 475. Tomo I, Editora Política, La Habana, 1986.
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