La prédica de Chibás contra la malversación y el robo de los fondos públicos ayudó a despertar la conciencia de muchos jóvenes acerca de los males de fondo de la República neocolonial. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:38 pm
La mayoría de los jóvenes nucleados junto a Fidel en el movimiento revolucionario que nació tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 —y que posteriormente sería conocido como Generación del Centenario— no tenía una conciencia marxista ni comunista, pero su paso por la convulsa vida política de la nación les había despertado una clara conciencia de rechazo contra las deformaciones y vicios de la República neocolonial.
Era comúnmente observable en ellos la huella que habían dejado la ejecutoria y prédicas de Eduardo Chibás, fallecido en La Habana el 16 de agosto de 1951.
El querido y carismático líder político había estremecido a la nación 11 días atrás: al terminar su alocución radial del domingo 5 de agosto, dirigida a todo el país, se dio un tiro que fue oído por todos los que escuchaban sus palabras.
Meses antes, en 1950, el fundador del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) —quien encarnaba la honradez y la honestidad— había acusado al Ministro de Educación del robo de grandes sumas de dinero del presupuesto nacional, pero como no pudo obtener pruebas de su denuncia, acudió al suicidio para lavar su honor. Faltaba menos de un año para las elecciones generales en que aparecía como virtual triunfador como candidato a la presidencia de la República, ante el deterioro del mandatario Carlos Prío.
Sus lemas eran «Prometemos no robar» y «¡Vergüenza contra dinero!». Su símbolo, una escoba con la que barrería todos los males de un Estado corrupto.
Ese nefasto 5 de agosto Chibás pronunció un discurso que llamaría El último aldabonazo, y que finalizaba expresando: «¡Compañeros de la Ortodoxia, adelante! ¡Por la independencia económica, la libertad política y la justicia social! ¡A barrer a los ladrones del Gobierno! ¡Pueblo de Cuba, levántate y anda! ¡Pueblo cubano, despierta! ¡Este es mi último aldabonazo!», y tras estas palabras se hizo un disparo de pistola en el abdomen.
En esa última alocución también expresó: «Cuba tiene reservado en la historia un grandísimo destino, pero debe realizarlo».
Lo que quizá no intuía Chibás era cuánto había ayudado su ejecutoria política a moldear el pensamiento de los hombres en los cuales recayó la responsabilidad de llevar adelante el colosal cambio que la Revolución imprimió al país.
El propio Fidel aquilató el alcance de esa labor: «El sistema había que derrocarlo (…) Aquellos muchachos eran ortodoxos, muy antibatistianos, muy sanos, pero no poseían educación política. Tenían instinto de clase, diría, pero no conciencia de clase», contó el líder histórico de la Revolución Cubana, refiriéndose a los preparativos de las acciones del 26 de Julio de 1953, al periodista Ignacio Ramonet.
«No teníamos ni un centavo, no teníamos nada. Yo lo que tenía era relaciones con aquel partido, el Ortodoxo, que contaba con muchos jóvenes (…) la antítesis de Batista; en ese sentido no había en el país ninguna otra organización comparable. El nivel ético y patriótico de esa juventud era alto…».
«El Partido Ortodoxo era de capas medias, gente humilde, trabajadores, campesinos, empleados, profesionales, estudiantes. Había también desempleados (…) otros pertenecían a células que organizamos en los distintos municipios, con jóvenes de incuestionable calidad humana», añade.
«Reclutamos y entrenamos —continúa Fidel— en menos de un año (…) a un elevado número de jóvenes (…) casi todos de la Juventud Ortodoxa; y logramos gran disciplina y unidad. Confiaban en nuestro esfuerzo, creían en nuestros argumentos, alimentaban nuestras esperanzas…».
El motor pequeño que movió el motor grande
Fidel había concebido y planeado la participación de las masas, aspecto que nunca había olvidado. Pensó hasta en los más pequeños detalles y sus posibles variantes. El llamamiento a los santiagueros y a todos los cubanos en general se haría mediante una grabación de El último aldabonazo, que constituiría un elemento movilizativo fundamental.
A este se sumarían dos poemas de Raúl Gómez García: Ya estamos en combate y Reclamo del Centenario, leídos en vivo por su autor, al igual que el manifiesto donde se explicaban las raíces, razones y objetivos del Movimiento para el inicio de la acción insurreccional. Y ello se completaba con el Himno Nacional, el Himno Invasor, y hasta las polonesas de Chopin, la Sinfonía Heroica de Beethoven y varias composiciones más de este y otros autores.
En su poema, Raúl Gómez García —el poeta de la Generación del Centenario de Martí— entre otras cuestiones decía: Ya estamos en combate. ¡Adelante!/ Adelante hasta el nido superior de la gloria/ Para que nazca en esta nueva aurora/ La república digna y decorosa/ que fue el último anhelo de Chibás.
Igualmente estuvo Chibás en el célebre documento dirigido a la nación y conocido como el Manifiesto del Moncada, escrito por el mismo Raúl Gómez García, donde se proclamaba: «Se levanta el espíritu nacional desde lo más recóndito del alma de los hombres libres. Se levanta para proseguir la revolución inacabada de Céspedes en 1868, que continuó Martí en 1895, y actualizaron Guiteras y Chibás en la época republicana. En la vergüenza de los hombres de Cuba se asienta el triunfo de la Revolución Cubana. La Revolución que no ha triunfado todavía. Por la dignidad y el decoro de los hombres de Cuba, esta Revolución triunfará».
Fuentes: El Grito del Moncada, Mario Mencía, tomo II, páginas 147 a la 150; de la 366 a la 475, y de la 503 a la 628, Editora Política, La Habana, 1986. Capítulo V de Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, páginas de la 147 a la 150, tercera edición, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006.