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Burlados un cabo y un general

La forma en que los futuros asaltantes de los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo burlaron, mientras se entrenaban, la presencia curiosa de los agentes de la dictadura, deviene singular nota humorística

Autor:

Luis Hernández Serrano

La curiosidad de los agentes de las fuerzas armadas de la dictadura batistiana fue burlada en varias oportunidades mientras los protagonistas del 26 de julio de 1953 se preparaban para los históricos asaltos.

Se puede resumir con dos historias. La primera puede llamarse Cómo engañaron a un cabo. Antonio Darío López contó esta experiencia: «A la finca de los Hidalgo Gato, en el pueblo de Palos, íbamos en un tren. De estos viajes recuerdo una anécdota curiosa. Resulta que siempre llevábamos las armas en piezas, en un paquete de forma alargada. Un día montó un cabo de la policía al tren y nos preguntó qué traíamos en el paquete que llevábamos con tanto cuidado. Le dijimos que eran flautas de pan, porque nos habían invitado a comer un puerco en el campo y a nosotros nos tocaba llevar el pan.

«No hubo otra alternativa que decirle eso al dichoso cabo, para salir del apuro, pues al formular su pregunta puso una cara que era para preocuparnos realmente».

Sin embargo —puesto que para decir mentiras y comer pescado hay que tener mucho cuidado, según el conocido refrán—, el grupo de compañeros se llevó una buena sorpresa poco tiempo después.

Al regreso, increíblemente, venía en el tren el mismo cabo preguntón: «Y no nos quedó otro remedio que echarle mano a la misma mentira piadosa». Después ellos se rieron comentando que eran dos paquetes diferentes, el que cargaban y el que le aflojaron a boca de jarro de nuevo al cabito aquel que era tan curioso.

Al verlos, por supuesto —contó Darío López— lanzó la misma pregunta de la primera vez: «Y esa carga que llevan ahora, ¿son otras flautas de pan?, indagó».

«No, no son otras, son las mismas que usted vio antes…», le dijo en esta segunda oportunidad Antonio «Ñico» López, con una serenidad pasmosa y hasta humorística: «El problema fue que esos mentirosos que nos invitaron en realidad se arrepintieron, y en definitiva no nos quisieron matar el prometido puerco, y en venganza, no nos dio la reverenda gana de dejarles el pan y nos lo llevamos. ¿Usted  hubiera hecho lo mismo, cabo, no es así?».

¡Ahí viene un general!

Otro testimonio no menos singular fue el dado, en todos sus detalles, por Pepe Suárez. «Fidel me había encomendado que buscara un lugar para dar un entrenamiento relámpago de comandos a un grupo de compañeros. Cuando seleccioné el lugar, los Manantiales de Martín Mesa, en Guanajay, me dijo: “Trata también de conseguir un par de lechones para que eso nos sirva de pretexto en caso de que alguien nos sorprenda en el entrenamiento”».

Y añadió Suárez: «Y cuando estábamos practicando, un vigía que teníamos apostado y que conocía a los militares de la región aquella nos avisó que venía el general Rojas con su Estado Mayor. Rápidamente recogimos las armas, las pusimos a buen recaudo y le entramos, con el hambre que teníamos, a los dos lechones asados que Fidel, previsoramente, por si acaso (…) mandó preparar.

«Y cuando llegó Rojas con sus secuaces, esperaron a que nosotros acabáramos, y después les dejamos el sitio para ellos. Ni se imaginaron que aquellos comedores de puerco asado unos minutos antes nos habíamos estado entrenando para, dos meses después, asaltar el Moncada y el Carlos Manuel de Céspedes».

Fuente: El Grito del Moncada, Mario Mencía, p.p. 423 y 424, Tomo II, Editora Política, La Habana, 1986.

Ver infografía «A 60 años del Moncada»

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